VIEJO ZORRO

BLOGS PERSONAL DE NICOLÁS HERNÁNDEZ CAMBERO

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Lugar: Madrid, Madrid

viernes, octubre 27, 2006

ELCONDE GRANADILLA


















EL CONDE DE GRANADILLA
NICOLÁS HERNÁNDEZ CAMBERO
Encomienda de Palacios nº 366
Madrid 28030 (España)
Tel: 616 22 45 92
url: http://www.hcnicolas.com/
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Registro Propiedad Intelectual
Nº M-003749/2005
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iNDICE



Condado de granadilla


Prólogo................................................... 13
1 I La cruz de los deseos......................... 17
2 II Condado de granadilla..................... 29
3 III guerra de cuba.................................... 53
4 IV los muleros........................................... 69
5 V ¿quién lo mató?.................................... 85
6 VI juramento eterno............................... 97
7 vii La boda de Alfonso xiii................... 115
8 VIIi desastre de anual............................ 135
9 ix la represión....................................... 151
10 X la mano negra................................... 163
11 Xi la república....................................... 177
12 XIi la quema............................................ 1189
13 XIIi guerra del norte.............................. 205
14 xiv muerte del conde.............................. 219
15 XV rebelión monárquica....................... 243
16 xvi la batalla del puerto................... 253




PRÓLOGO


Con el deseo de que este libro halague los muchos recuerdos de esos sufridos y desahuciados hijos del amurallado pueblo de Granadilla, repartidos por el mundo entero añorando su juventud y sus largas tertulias a la tenue luz de las estrellas, racimados sobre el tronco del fornido álamo a las puertas del circular castillo con las fornidas murallas que rodean las ruinas de todas las casas que les vieron nacer a ellos y todos sus antepasados que nunca olvidan.
En este libro encontrarán sus verdaderas raíces, de las que muy poco se escribió nunca a pesar de ser sumamente importante, fueron deformadas en sus consonancias, sin saber el porqué.
Un pueblo puede ser abandonado, pobre, pequeño, subdesarrollado por causas naturales de su enclave, los terrenos que le rodean, la incomunicación con otros pueblos, la falta de luz eléctrica, de teléfono y toda clase de comodidades para sus pocos habitantes.
Que además de no ser subidos al carro del desarrollo español fueron desahuciados de las casas y terruños para dar vía libre a grandes Planes de Desarrollo, con regadíos de miles de Hectáreas de grandes terratenientes que pocos años después han quedado abandonados, y campos yermos, a merced de los intocables lagartos que quieran pasearse por ellos.
Lo que no le podrán quitar nunca es su historia, por mucho empeño que pongan en ello, mientras existan archivos en grandes Hemerotecas, historiadores y humildes escritores dispuestos a sacarlos a la luz y el alcance de todos los españoles de estos tiempos modernos.
Los archivos históricos de Granadilla fueron saqueados y destruidos innumerables veces y en España poco o nada podemos encontrar de ellos, salvo un buen paquete de cuentos y chistes de todos los gustos, referente a las brujerías de tiempos inquisitoriales.
En una de las bibliotecas del antiguo protectorado español de África, si que existieron datos muy interesantes de la batalla del Rongel, tan dura como importante, ya que su victoria cristiana fue la clave para la conquista de toda Extremadura y la expulsión de los árabes que la ocupaban.
Alguna de esas bibliotecas pudieron trasladarse a territorio español al ceder su independencia del Protectorado en el año de 1.958, pero la mayoría de ellas hubo que abandonarlas para evitar un conflicto nacional entre los dos países, a punto siempre de grandes conflictos armados.
En uno de mis viajes de estudios por la Isla de Cuba, tras de las huellas de los grandes héroes del 98, por una de esas casualidades de la vida, cayó en mis manos el archivo del coronel Núñez, conde de Granadilla, descendiente directo del conquistador de Granadilla, de cuya recopilación de datos he podido componer esta novela que posiblemente agradará a todo el que la lea y me complace en titular “EL CONDE DE GRANADILLA”

El autor
Nicolás H. Cambero






El conde de Granadilla



CAPÍTULO I



LA CRUZ DE lOS DESEOS.



En las extremidades de la Cordillera Central, tras de la unión de las Sierras de Lagunilla y Candelario, si nos adentramos por los Montes tras de la Sierra, nos encontramos en la misma cabeza de Extremadura, llamada Comarca de la Alta Extremadura, donde se encuentra enclavada la reserva natural de Garganta de los Infiernos, seguida de un sin fin de pequeños y bonitos pueblos diseminados por toda la falda de la sierra hasta enlazar con la Sierra del Gordo.
Uno de esos pueblos es Perales de la Sierra, que cómo todos esos pueblos serranos tiene abundantes y frescos manantiales de aguas cristalinas, que unido al fuerte y agradable olor a tomillos, romeros y jaras silvestres, dan al visitante una alegre sensación de paz natural aderezada con el embellecimiento de sus balcones adornados con las más exquisitas y frondosas macetas que podamos imaginarnos formando ese inexplicable atractivo turístico de las grandes capitales y gran parte de la calurosa Extremadura que acuden en masa a calmar su sed y sus calores en él, degustando sus famosos jamones y embutidos de cerdo Ibérico criados en sus dehesas regados con sus mejores caldos entre el verdor de sus helechos y las espesas sombras de sus castaños, pudiendo endulzar sus paladares con las mieles de su serranía, catalogadas como unas de las mejores de España.
Como todos los pueblos, Perales de la Sierra tiene su monumental iglesia que data del siglo XIV, y que todos los Serranos, como así se denominan sus habitantes, cuidan con esmero y suma devoción siendo digna de visitar, como así hacen centenares de visitantes todos los días del año.
En una de las extremidades del pueblo tiene una gran plaza donde celebran sus capeas bien repletas de serranos y forasteros de todos los pueblos de la Comarca.
A las afueras del pueblo, dando pie a la falda de la sierra se encuentra el palacio del conde de Granadilla, que con su medieval estructura aporta gran monumentalidad a ese pueblo serrano.
Desde la citada plaza arranca una fila de cruces de piedra, de granito negro, marcando en sus extremos la huella del tiempo tras de sus muchos años de enclavamiento en el lugar, pero en perfecto estado de conservación.
Todas esas cruces forman a su vez una gran cruz en la falda de la sierra con el conocido “Calvario” visible desde las grandes llanuras de las vegas del Ambroz, dando la impresión de poderla tocar con las manos a gran distancia y terminando a los pies de la monumental ermita del Santísimo Cristo de la misericordia en donde todos los atardeceres de los sábados, la mayoría de los vecinos con su viejo sacerdote a la cabeza, acuden a rezar el Santo Rosario y tocar con las yemas de sus dedos las antiquísimas piedras de todas y cada una de esas cruces.
La primera de esas cruces, más cercana del pueblo, es la más querida y respetada por todo el pueblo desde tiempos inmemoriales, a la que llaman Cruz de los Deseos, asegurando algunas de las más antiguas beatas que raros son los deseos que se le hayan pedido a esa cruz que no se hayan cumplido.
Cuentan que dicha cruz salvó al pueblo de la peste, el miserere y un sin fin más de enfermedades y desgracias nacionales. Bien podemos deducir que su gran fe en esa cruz puede hacer ver milagros y mover montañas.
Un juramento hecho ante esa cruz de piedra por dos chiquillos de muy pocos años es lo que ha dado pie a la escritura de este libro, cuyo relato encogerá los corazones de los lectores, por muy duro que lo tengan, con toda seguridad.
En 1866, se celebraba en el pequeño pueblo de Perales de la Sierra, las celebraciones procesionales de Semana Santa, cuyas imágenes trasladan a sus hombros todos los vecinos con suma devoción todos años al atardecer desde la iglesia del pueblo hasta la ermita situada en las afueras en la falda de la sierra.
Era costumbre muy arraigada en el pueblo en que los hombres desfilaran al lado del santo formando dos hileras, una a cada lado de la calle, turnándose cada corto trecho en el transporte a sus hombros del peso de la imagen, que no era pequeño.
A los hombres les seguía la imagen de la Dolorosa transportada a hombros de las mujeres entonando finos y antiguos cánticos religiosos hasta quedar

depositadas algunas de ellas y parte de los estandartes y el resto eran devueltas a la iglesia de nuevo por calles distintas.
Narciso, un chaval de dieciséis años, como años anteriores, seguía la procesión en la cola de los hombres para así poder ir viendo de cada en cuando a Rosa, otra chica de su misma edad que procuraba a ir en la cabeza de la procesión de las mujeres, con el mismo fin, para poder ir viendo la arrogancia y el buen porte de Narciso que le traía de cabeza y solo deseaba durase lo menos posible aquella procesión para acudir a una cita de este en un lugar determinado entre los matorrales de la sierra, acordada de antemano, como solían hacer la mayoría de jóvenes del pueblo cuando tenían algo serio que hablar y darle seriedad a las promesa hechas ese día, procurando siempre de no dejarse ver ni oír por nadie.
Ese día iban los dos chiquillos con el mismo pensamiento en sus tiernas cabezas, declararse el uno al otro y no ser rechazado, pidiendo repetidas veces a los santos que acompañaban cumplieran sus deseos.
Terminada las ceremonias procesionales, en cuanto el sol empezó a ocultarse y el oscuro manto de la noche empezaba a aparecer, por sitios distintos y sin dejarse ver por nadie, los dos chicos se encontraban en el lugar convenido de antemano.
--Gracias por venir –decía Narciso al tiempo que intentaba acercar sus labios a la cara de Rosa con intención de darle un beso, pero Rosa con mucha habilidad se lo impidió.
--¿Qué me querías con tanta insistencia? –preguntó Rosa-- ¿Besarme a escondidas? Pues entérate que yo no soy de esa que se dejan besar de cualquiera.
--Perdóname. Ha sido un impulso sin mala intención, no he querido ofenderte.
--Entonces –dijo Rosa--. ¿Qué pretendías?




--Solo quería que vinieras para decirte que yo estoy enamorado de ti hace mucho tiempo y quiero pedirte que desde hoy seas mi novia formal.
--Es que eso tengo que pensarlo. Así tan de repente yo no te puedo dar una contestación segura.
--Eres la chica más guapa de todo el pueblo y no podría aguantar que te hicieras novia de otro ningún chico.
--Pues lo siento, el domingo nos volvemos a ver aquí y te doy la contestación –dijo Rosa muy sonriente--. Lo que sí te prometo es que no me aré novia de nadie y te dejo que me beses para que no te pese él haberme dicho eso.
Narciso no se hizo de rogar y dio un apasionado beso en la mejilla a Rosa que le llenó de satisfacción.
--¿Eso quiere decir que yo te gusto a ti? –preguntó esperanzado Narciso.
--Ya te lo diré otro día –contestó Rosa al tiempo que se disponía a marcharse.
--¿Nos volvemos a ver el sábado otra vez? - Preguntó Narciso.
--¡Bueno!
--¿Al oscurecer?
--¡Bueno! --contestó Rosa--. Al oscurecer.
Fue demasiado largo el tiempo de aquella semana para Narciso ya que parecía no terminar nunca de llegar el sábado.
Llevaba ya bastante rato esperando a Rosa y esta no aparecía por ninguna parte viendo como la oscuridad de la noche empezaba a mostrar su negra presencia engendrando en su corazón un mar de dudas y desesperación.
--No viene –se decía Narciso desesperadamente--. No me quiere ni quiere saber nada de mí a pesar de las esperanzas que me dio a entender el otro día, seguramente ya se habrá enamorado de otro. ¡Maldita sea! ¿Por qué no me habré decidido antes?
Pero se equivocaba Narciso, ya que aparecía jadeante Rosa con una sonrisa en los labios y se sentaba a su vera.
--Gracias Rosita, pensaba que ya no vendrías y estaba a punto de marcharme desesperado. ¿Qué has pensado de lo que hablamos el sábado?
--Que sí. Que desde hoy podemos ser novios formales, pero sin que se entere nadie hasta que tengamos dieciocho años; ya sabes que a ninguna chica del pueblo dejan tener novio antes.
--Bueno, nos aguantaremos –contestó resignado Narciso--. Pero terminarán enterándose por mucho que lo disimulemos.
--Pues lo negamos –contestó Rosa muy decidida.
--Lo que pretendes es que yo me conforme y mientras tú en estos dos años enamorarte de otro, o estarás ya enamorada y quieres dejar pasar el tiempo para insinuarte tu a él.
--Te juro que no. Desde hace mucho tiempo estoy enamorada de ti y no querré a nadie más. Ven, vamos a la cruz para que veas que no te miento.
Rosa cogió a Narciso de la mano y lo llevó hasta los pies de la cruz y arrodillándose ante ella hizo que él le imitara al tiempo que decía:
--Te juro ante esta Santa Cruz, que nunca he querido a ningún chico y que jamás querré a nadie más que a ti, pase lo que pase estaremos siempre juntos y seremos el uno para el otro.
--Yo te juro que no he de querer a nadie más que a ti y no habrá nada en el mundo que pueda separarnos, saltaré todas las barreras que puedan ponerme para estar toda la vida contigo y hasta después de la muerte.
Rosa miro a todas partes y al convencerse que no le veía nadie dijo:
--Ya si que podemos sellar nuestro compromiso con un beso en los labios.
Narciso acercó sus labios a los de su amada y depositó en ellos un tierno y largo beso con el que quedaban sellados los compromisos de su eterno amor.
--Te juro que desde este momento –dijo muy serio Narciso dispuesto a cumplir lo que juraba--, para mí es como si ya estuviéramos casados y te respetaré siempre hasta el día que nos casemos para que nadie tenga que reprocharnos nada.
--Para mí será lo mismo –contestó Rosita--, desde ahora será como si ya estuviéramos casados, pero no intentes nada sucio por que no lo conseguirás.
La noche se acercaba y los dos chicos con todas sus promesas tuvieron que abandonar la cruz y marcharse para sus casas con sus tiernas almas repletas de satisfacción completamente seguros de que cada uno cumpliría sus promesas por encima de todo.
Que poco sabían aquellos dos, niños todavía, de las vueltas que puede dar el mundo y los precipicios que a cada uno iría poniendo a los pies para zambullirles en ellos hasta el cieno del fondo al paso de los años.
Creo que todas las personas, en su tierna niñez, se enamoraron, se enamorarán ahora y se seguirán enamorando siempre, mientras exista el mundo; tan solo unos poquitos han podido llegar a conseguir la meta de sus primeros amores y de esa mínima parte, muchos de ellos, fueron sumamente infelices y desgraciados toda su vida en sus matrimonios.
El tiempo pasaba y tras dos años de aquel juramento, los dos chicos seguían queriéndose ya ante las miradas de todos sus paisanos que admiraban la buena pareja que hacían los dos chiquillos.
--En cuanto venga del servicio militar –decía Narciso uno de aquellos atardeceres paseando con Rosa por los alrededores del pueblo--, nos casamos.
--Todavía te queda bastante tiempo para eso –-contestaba Rosa.
Un buen día Narciso era sorprendido por el conde de Granadilla en persona cuando se disponía afanosa mente en desenterrar unas cuantas raíces de los arrancamientos de unas encinas perdidas en una de las varias dehesas del conde.
Narciso, al ver al conde acercarse a caballo intentó huir pero el conde le retuvo muy amable al tiempo que le decía:
--No huyas, Narciso. ¿Por qué me tienes miedo? Por sacar esas raíces podridas no haces ningún daño.
--Perdóneme usted, señor conde, es que hace unos días, su apoderado me abroncó fuertemente y me amenazó con denunciarme si volvía a por más leña.
--¿Porqué has vuelto? –preguntó muy serio el conde.
--Porque está mi madre mala, tenía mucho frío y no hay otro sitio donde ir a por un poco de leña.
--¿No vende leña a todo el que la necesita mi apoderado?
--Si, señor conde –contestó apenado Narciso--, pero no tenemos dinero para comprarla.
--Desde ahora en adelante puedes ir a cualquiera de todas mis dehesas a por la leña que te haga falta, ya hablaré yo con mi apoderado de eso.
--Toma, con estas cien pesetas llevas a tu madre al médico y le compras todas las medicinas que le hagan falta.
Narciso rehuyó varias veces coger aquel billete pero ante la insistencia del conde no pudo negarse dando miles de gracias al tiempo que se alejaba. De pronto, el conde frenó su caballo y se volvió hacía Narciso diciéndole:
-Mira Narciso, voy a necesitar dentro de muy poco un criado y tú ya eres un mocito que puedes servirme ¿Te gustaría venirte de criado con migo? Piensa que no te irá nada mal a mi servicio
--Por mí encantado de poder servir al señor conde –contestó Narciso—, pero tengo que consultarlo con mi madre y lo antes que pueda le doy la contestación.
--Está muy bien –contestó el conde--, espero tu contestación lo antes posible.
Aquella misma noche Narciso contaba a Rosita su encuentro con el conde.
--¿Qué te ha dicho tu madre del dinero que te ha dado y de lo de irte con el conde de criado? –preguntó Rosa.
--Pues se ha echado a llorar de la emoción y no me ha dicho nada.
--Entonces, ¿qué piensas hacer?
--Irme de criado con él –contestó muy decidido Narciso--. Siempre me ha caído bien el conde, cuando me cruzo con él me saluda muy amable y me pregunta por mi madre, en cambio la condesa vuelve la cabeza para no mirarme, como si yo le debiera algo a ella. Una parte de lo que gane la iré ahorrando para comprar una casa para cuando nos casemos.
--Si le caes bien al conde, cuando te toque la mili, lo mismo te libra de ella pagando las 2.500 pesetas que vale, como ha hecho ya con otros criados –dijo Rosita.
--Tienes razón. Eso sí que sería una gran lotería para los dos. Mañana mismo voy a verle y le digo que me voy con él.
Así lo hizo Narciso, a la mañana siguiente se presentaba en el palacio del conde, pero no le dejaron entrar ya que la señora condesa acababa de morir y el conde no recibía a nadie.




Aquella misma tarde llegaba al pueblo la orden de incorporación a filas de la quinta de Narciso para incorporarse al día siguiente que le recogería en la plaza un oficial del Ejército.
En cuanto pudo se reunió con Rosa y le dio la noticia.
--¿Cómo os llaman tan pronto? –preguntó Rosa.
--Pues no lo sé –contestó Narciso--. De todas las maneras cuanto antes me vaya antes vengo y antes podremos casarnos.
--¿Y si te llevan a la guerra y no vuelves? –preguntó Rosa muy apenada.
--Sí que volveré –contestó muy seguro Narciso al tiempo que paseando se acercaban a la Cruz de los Deseos.
--Yo te estaré esperando hasta que vuelvas, por mucho que tardes –contestó llorando Rosita.
Narciso cogió un broche que llevaba prendido Rosa en su vestido y se hizo una pequeña incisión en el dedo pulgar de su mano izquierda que hizo brotar una pequeña gota de sangre y tomando la mano de Rosa hizo otra pequeña incisión para que brotara otra gota de sangre que mezcló con la suya y después ambos al mismo tiempo mojaban con sus sangres la piedra inerte de la cruz y abrazados el uno al otro se juraban amor eterno que rubricaban con un largo beso en los labios con lo que se despedían sin saber hasta cuando.




CAPITULO II



condado DE GRANADILLA




Como ya sabemos, en Perales de la Sierra, se encuentra el antiguo palacio del conde de Granadilla, así como el casino “Gran Oriente”, propiedad del conde en donde se reunía la flor y nata de la aristocracia de Perales de la Sierra y sus alrededores a las tertulias diarias donde se podía degustar el buen café portugués, los buenos puros cubanos, el mejor coñac francés y todos los mejores caldos nacionales y extranjeros.
El condado de Granadilla fue concedido por el Rey Fernando II de León, tras de conquistar Ciudad Rodrigo, en el año de 1.170, a su conquistador, el general Sigifredo Núñez, y además, por su destreza y bravura en la Batalla del Rongel contra los ejércitos musulmanes asentados en la llanura de la Alta Extremadura, de cuya victoria arrancó la reconquista por los ejércitos cristianos de toda Extremadura y Andalucía, tras de muchas grandes y duras batallas, que hicieron retroceder a los moros de todas las tierras extremeñas.
Cuando Fernando II de León, tras de conquistar Ciudad Rodrigo, puso los pies en las cumbres de la Peña de Francia, quedó prendado de la gran llanura que divisaba con la amurallada ciudad de Grana, llamada por los musulmanes Graná, en medio ardiendo en deseos de conquistarla y unirla a su corona cuanto antes, encargando de su conquista a su general Sigifredo Núñez, que a los pocos días ofrecía su victoria al Rey que entraba triunfal en Graná, bautizándole con el nombre de Granadilla, que significa, grana de la flor de la Pasionaria”.
Consultando los grandes diccionarios encontramos la definición de “Granadilla”. Nos la describen como el fruto de la (Pasiflora coerulea), pasionaria, original de Brasil, de tallos trepadores, hojas verdes por el haz, glaucas por el envés, partidas en varios lóbulos, flores olorosas, grandes y solitarias, con las lacinias del cáliz en forma de hierro de lanza, corola filamentosa formando como una corona de espinas, estigmas en forma de clavo y fruto amarillo de figura de huevo, lleno de semillas de granos negros, llamado Granadilla.
Granadilla

La pasionaria es una flor muy hermosa, en ella está representada la pasión del Señor, tiene la corona de espinas con que fue coronado, los tres clavos con que fue clavado en la cruz, las cinco llagas y el cáliz.
Posiblemente, su conquistador le pusiera este nombre de Granadilla pensando en el cáliz que tuvieron que beber sus ejércitos, los clavos o estocadas que sufrieron y las llagas que aguantaron en las duras batallas contra los musulmanes por la conquista de todos los territorios de sus alrededores. Lo que jamás llegarían a pensar que esa flor significaría el destino final de todos sus habitantes tras el paso de los siglos.
Granadilla fue condenada por los siglos de los siglos a la más absoluta soledad en penitencia de sus delitos que jamás fueron revelados a la humanidad. Sus habitantes expulsados de sus casas y terruños que era su paraíso, pero no por un arcángel como Adán y Eva sino por un simple pantano del que no pudieron librarse, teniendo que penar errantes por esos mundos de Dios bebiendo el cáliz de su destierro, clavados en la cruz de su desatino y coronados por la miseria de la nada.
El Rey Fernando II de León, tras de la victoria en la batalla del Rongel contra los árabes, reconstruyó las débiles murallas y construyó su circular castillo medieval donde fijó su residencia real y concentró todos sus ejércitos, convirtiéndola en plaza fuerte.
Años más tarde, nombraba conde de Granadilla a su conquistador y le entregaba la propiedad de todos los terrenos por él conquistados.
El conde de Granadilla, construyó su castillo residencial en el Alto del Rongel, junto al cercano pueblo de la Zarza, del que todavía existen enterrados grandes trozos de sus cimientos, al que reconstruyó y liberó de los espesos bosques de zarza y matorrales que lo rodeaban.
Según contaban los más antiguos zarceños sobre leyendas de varias generaciones, imposibles de confirmar, en una de las muchas encarnizadas batallas contra los musulmanes en toda la alta Extremadura que siguieron durante muchos años a la conquista de Graná, hoy Granadilla, el Rey Fernando II de León, con alguno de los generales de sus ejércitos cayeron en una emboscada y parte de los cristianos fueron degollados pero el Rey y alguno de sus generales pudieron escapar y refugiarse en los tupidos bosques de zarzas que cubrían la mayor parte de terreno entre los ríos Alagón y Ambroz, donde fueron curados y atendidos por los habitantes del poblado de la Zarza en medio de aquel bosque impenetrable y hasta entonces desconocido para ellos. Una vez restablecidos fueron guiados de nuevo a las inmediaciones de Granadilla que a punto estaba de caer de nuevo en manos de los musulmanes.
Los ejércitos cristianos con su Rey de nuevo a la cabeza se rehicieron y reforzaron lanzándose contra los musulmanes entablando la encarnizada batalla del Rongel haciendo retroceder al enemigo hasta expulsarlo de toda Extremadura.
El conde de Granadilla, en su escudo de armas tiene la flor de la pasionaria sobre dos sables cruzados bajo la corona real, debajo el óvulo de la granadilla –fruto de la pasionaria—, sujeto por la mano de dos leones en pie sobre fondo verde y dentro, cruzadas en aspa, dos banderas de España.
La hacienda del condado de Granadilla se extendía por las llanuras y vegas de los ríos Alagón y su afluente Ambroz y parte de las serranías que los rodean con grandes y numerosas dehesas y grandes extensiones de terrenos de labranza y pastoreos con centenares de cabezas de ganado de todas las clases.
Años, o quizás siglos, después, parte de esa hacienda pasó a manos de la casa de Alba, sin que se sepan los motivos de la transferencia, otra gran parte quedó en manos de su primitivo dueño que pasó a sus herederos que desde su casa palacio en las faldas de la sierra administraban plácidamente generación tras generación.
Tras varias generaciones, el antiguo palacio condal seguía en pie al igual que el monumental casino Estrella de Oriente. Entre aquellas regias paredes nacía en el año de 1.820, un varón al que pusieron por nombre Florencio que llevaría el apellido Núñez, de su padre y Mediavilla de su madre. Que crecía entre los pomposos vestidos de seda y encajes de aquellos tiempos acosados por la fiel servidumbre de aquellos tiempos.
A los dieciséis años ingresaba en uno de los mejores colegios mayores de Madrid para realizar sus estudios.
A los veintidós años tenia terminada las carrera de derecho e ingresa en el Ejército de alférez de caballería y tras intervenir en varias escaramuzas y levantamientos militares de Cataluña fue ascendido a comandante resultando herido y jubilado al quedar mutilado.
En 1844, se casaba con Asunción Casanueva Beltrán, hija de un coronel de Artillería, tras de la boda fijaron su residencia en el palacio del conde.
Poco duró la felicidad de aquel matrimonio. A los pocos meses de casados la condesa empezó a enfermar y le resultaba sumamente doloroso el acto de hacer el amor.
El conde decidió consultar el caso con su compañero de tertulia diaria en el casino y médico del pueblo Jesús Méndez, y cuanto le vio entrar en el casino le abordó antes de que llegaran los demás contertulios.
--¡Buenas, señor conde! –saludó Jesús muy amable.
--¡Muy buenas don Jesús! –le contestó el conde--. Tengo un asunto personal que consultarle. ¿Podría atenderme?
--Con mil amores, ¿De qué se trata? ¿Algún desafío?
--No. Afortunadamente no se trata de eso –contestó el conde--. Se trata de mi señora esposa que desde hace algún tiempo padece fuertes dolores al hacer el amor y la mayoría de las veces tenemos que desistir. Ella no se atreve a ir a su consulta y quería pedirle la merced de que fuera usted a nuestro domicilio a visitarla.
--Faltaría más, señor conde. Además de ser mi obligación es para mí un gran honor el que los señores reclamen mis servicios. Mañana a las 12 le hago una visita, notifíqueselo a su señora la condesa para que esté preparada. Posiblemente tenga que hacerle una revisión bastante minuciosa a los dos.
Poco después se unía a la tertulia don Damián, cura del pueblo, ya madurito, alto y con buen tipo, muy capeado por los tiempos y buen conocedor de todos los secretos, habidos y por haber, de todos sus feligreses, en el fondo, aunque un poco interesado por el dinero pero de bajo de su sotana se encontraba a una buena persona fiel cumplidora de su deber siempre para con los necesitados.
--Santas y buenas tardes tengan ustedes, señores –saludó el sacerdote.
--Buenas también para usted –contestaron a un tiempo el conde y el médico.
--Parece que nos sigue acompañando el buen tiempo –dijo el sacerdote.
--Sí –afirmó el conde.
--No crean ustedes –se atrevió a contradecir el doctor--, debería de llover un poco para que limpiara de gramíneas la atmósfera para que se alivien mis enfermos de asma, que vaya epidemia que tengo este año.
--Verdaderamente –dijo el conde—, ustedes dos son encarnizados enemigos.
--¡Por Dios! Señor conde. ¿Cómo se le ocurre a usted eso? –protestó el cura--. Mi sotana me impide tener enemigos.
--Pero si el médico cura bien a los enfermos no hay entierros y usted no come –contestó el conde.
--Que chistoso es usted, señor conde –contestó el médico con una sonrisa de satisfacción.
--Por cierto, señor conde –dijo el cura--, llevo dos domingos sin verle por misa. ¿Ha estado usted enfermo?
--No –contestó el conde adivinando el porqué de la pregunta--. Tengo tantas atenciones que cumplir que me ha sido imposible acudir a misa.
--Sí. Ya sé que su gran hacienda necesita grandes atenciones --dijo el cura--, pero Dios también las necesita y debemos de dárselas, que luego bien nos sabemos quejar cuando nos manda sus castigos.
--Mire usted, señor cura –dijo muy serio el conde--. Yo creo que a Dios y sus milagros y castigos, cuanto menos los movamos mejor. ¿No le parece bien?
--Por cierto, señor conde. ¿Se ha enterado usted que con las últimas lluvias cayeron bastantes goteras en la iglesia? –dijo el cura.
--¿Cuántas? –preguntó el conde con una disimulada sonrisa entre los labios.
--¡Pesetas! –exclamó el cura rápidamente--. Tan solo mil para arreglar el tejado.
--Yo me refería a las goteras –dijo el conde sonriendo.
--Y yo, me he dicho –dijo el cura—, que sí el señor conde tuviera la merced de donar esos cuatro mil reales y con alguna ayuda de los demás feligreses le podíamos arreglar unas cuantas cosas a la casa de Dios, que buena falta le hace.
--Yo le prometo, señor cura –dijo el conde--, que todo lo que les gane a ustedes en la partida durante este mes lo dono a la iglesia.
--¡Pero si usted no gana casi nunca! –exclamó el cura.
--Pues muy bien –sentenció el conde--, dejen ustedes de da hacer trampas para que yo pierda y ya verá como si hay donación mía.
Aquella tarde la tertulia pasó entre pullazos de van y vienen entre el cura y el conde con lo que disimuladamente se divirtieron los demás contertulios sin necesidad de tocar la política para nada.
Al día siguiente, como ya le anunció la tarde anterior, el médico se presentó en el palacio del conde y procedió al reconocimiento minucioso de la condesa.
Tras mover varias veces la cabeza pidió al conde se prestase también él a otro reconocimiento que aceptó sin vacilaciones.
--¿Qué opina doctor? –preguntó el conde cuando este terminó los reconocimientos-- ¿Puede ser grave?
--Me temo que sí –contestó muy convencido el médico--. Su esposa necesita el ingreso urgente en una clínica especializada, que solo hay en Madrid.
--¿Tan urgente? –preguntó el conde un poco asustado.
--Urgentísimo –contestó el médico—. De momento, le voy a recetar unos medicamentos que solo los encontrará en Madrid y hay que aislarla de todo contacto con la servidumbre y de usted. Yo personalmente vendré a curarle diaria mente hasta su ingreso. Puedo hablar con un compañero mío de carrera que tiene esta especialidad y dentro de unos días nos la podremos llevar a Madrid. Posiblemente tenga que ser intervenida quirúrgicamente lo antes posible.
El conde quedó tan sorprendido como asustado y optó por invitar al médico a una cacería el día siguiente para que le informara a fondo de la situación, cacería que el doctor aceptó de buena gana ya que sabía el motivo.
--¿Me puede explicar ahora claramente qué es lo que tiene mi esposa, doctor? –preguntó el conde cuando caminaban solos por los montes de una de sus dehesas con las escopetas al hombro.
--Esperaba esa pregunta —contestó el médico--. Su esposa, si yo no me equivoco, tiene una enfermedad venérea ya bastante avanzada. Lo extraño es que a usted no le encuentro ningún rastro de ella, pero puede estar contagiado también. Como militar que ha sido, usted sabrá que estas enfermedades son trasmisibles de padres a hijos y puede que su esposa haya heredado eso de su familia, sin tener la menor culpa de nada.
--Su padre fue coronel de Artillería y siempre lo conocí delicado pero nunca sospeché cosa semejante –contestó el conde--. Yo jamás tuve enfermedad venérea de ninguna clase.
--Si mis sospechas se confirman con las analíticas correspondientes –siguió el doctor—, tienen que extirparle la matriz completa con ovarios incluidos y todo lo demás. Tendrán que hacerle un injerto de una prótesis desde los riñones para que pueda evacuar el orín y varios trasplantes de piel dejándole sellada totalmente las entre piernas y sí con eso podemos salvarla nos daremos con un canto en los dientes, como dice ese refrán.
--¿Cómo es posible? –se preguntó el conde--, yo quiero mucho a mi esposa y hay que salvarla como sea y cueste lo que cueste.
--Vaya haciéndose a la idea porque estoy seguro de no equivocarme –aseguró el doctor--, sí ustedes me lo permiten yo pondré todo cuanto sepa y pueda por salvarla pero como usted comprenderá no soy Dios, solo soy un medicucho de pueblo.
No se equivocaba aquel, aparentemente, medicucho de pueblo que por circunstancias extrañas, a causa de la política permanecía allí en ese pueblo medio desterrado cuando en verdad dentro de él se escondía uno de los mejores catedráticos de la medicina moderna que unos días después, ante la sorpresa del propio conde, operaba a su esposa con resultado feliz y sin haberse equivocado ni un ápice en el diagnostico precoz que él hiciera.
Tras un tiempo de convalecencia, los condes regresaban a su palacio de Perales de la Sierra, sin apenas nadie haberse enterado de su terrible enfermedad ni de las consecuencias de ella.
La condesa muy consciente de su gravedad ponía todo el empeño del mundo en su recuperación guardando el más absoluto secreto de su terrible mutilación procurando conservarse tan guapa y radiante como siempre estuvo para su marido al que quería con toda su alma y la sola idea de poderlo perder le aterrorizaba mas que su terrible enfermedad.
Con los comienzos del año 1845, el conde acudía a sus acostumbradas tertulias en el casino del pueblo en donde sus compañeros de tertulia le habían echado en falta.
El primero en acudir al casino aquel día fue don Damián el cura, ya estaba enterado del regreso de los condes y quería volver a la carga con las mil pesetas del arreglo de la iglesia.
Poco después acudía el conde que saludaba cortés mente al sacerdote.
--¡Buenas tardes, don Damián! –saludó el conde.
--¡Santas y buenas las tenga usted, señor conde! –contestó el sacerdote--. Cuanto tiempo sin aparecer por este bendito pueblo. Seguramente que sus obligaciones políticas para el nacimiento de la nueva Constitución, le han retenido en los Madriles.
Iba el conde a responder al sacerdote pero la llegada del sargento de la Guardia Civil, tertuliano también, se lo impidió.
--A sus órdenes señor conde –saludo amablemente el sargento--. Buenas tardes don Damián. Tengo que decirle que esta mañana hemos pillado al chaval que vació el cepillo el otro día. Se trata del hijo del Seronero, dice que solo había dos pesetas. Le he dado una buena reprimenda y le he dicho que vaya a confesarse para que usted le imponga la pena que crea conveniente, después que devuelva las dos pesetas.
--¡Vaya, vaya! Tras que teníamos poco dinero nos limpian los cepillos –exclamó el cura--. Habrá que darle un escarmiento.
--Pensé detenerlo un par de días –dijo el sargento--, pero es que pasan verdaderamente hambre en esa familia y me dio pena y lo dejé irse a su casa.
--¡Muy buenas, señor conde y demás tertulianos! -- saludó el alcalde-- Ya teníamos ganas de volver a tenerle entre nosotros, señor conde.
--¿Algún problema en el Ayuntamiento? –preguntó el conde.
--Según como se mire –contestó Tomás, que así se llamaba el alcalde--. Tuvimos un enfrentamiento el otro día con lo de la traída del agua al pueblo y dos concejales se han pasado al bando contrario; pero sigo teniendo mayoría y el agua corriente entrará en el pueblo, la pague quien la pague. A ver si se aprueba de una vez la Constitución y Hacienda establece las nuevas contribuciones a los Ayuntamientos para que podemos solucionar todos estos problemas de una vez.
--Aquí llega el doctor –dijo el conde al tiempo que se levantaba para saludarle--. Siéntese don Jesús.
--Muy amable por su parte señor conde –dijo el médico--, pero no estoy acostumbrado a estos honores y me gustaría seguir siendo el medicucho de siempre.
--Señores –dijo el conde--. Tengo el honor de darles dos noticias importantes; una es buena y la otra mala.
--Denos primero la mala –pidió el alcalde.
--Pues que aquí don Jesús, nuestro médico, nos abandona, se marcha del pueblo.
--¡Señor conde! –exclamó extrañado el médico-- ¿Qué delito he cometido ahora para que me expulsen del pueblo?
--La buena noticia –siguió el conde--, es que nuestro querido doctor es restablecido en su Cátedra de Medicina que tiene que ocupar inmediatamente.
--Pero si yo no sé nada –dijo el doctor extrañado.
--Aquí tiene su rehabilitación firmada por la Reina a petición del presidente del Gobierno González Bravo, que he recibido de mi buen amigo, el marqués de Viluma, esta misma mañana –apostilló el conde.
--Todos los tertulianos aplaudieron la noticia, aunque triste por perder al mejor médico que habían conocido en el pueblo desde hacía muchos años atrás.
--Pienso yo, señor cura –dijo el conde—, que lo mejor que podemos hacer para que ese chico no vuelva a robar los cepillos es emplearlo de ayudante con alguno de mis pastores.
--Sí, señor conde –contestó el cura—, pero a este paso se me cae la iglesia encima de los feligreses. Yo le perdonaré y a ver si se enmienda.
--Está bien –dijo el conde--. Mande arreglarla y que me pasen a mí el importe de todos los arreglos.
--Bendita sea su bondadosa mano, señor conde –dijo el cura rebosante de alegría.
--No me tenga por tan bondadoso –contestó el conde- . La nueva Constitución definirá a España confesional, por lo tanto el Estado, de una forma o de otra, se encargará del sustento de la religión católica con todos sus monumentos por lo que, en adelante, se acabó mi mano bondadosa.
--Alcalde –siguió el conde--. La traída del agua corriente al pueblo ha sido siempre que se intentó un asunto muy peliagudo, según los liberales de este pueblo, soy yo quien debe de pagar los gastos ya que yo tengo más hacienda que los demás vecinos del pueblo.
--Pero yo digo que ni mi hacienda, ni mis ganados, ni ningún empleado mío, que no viva en el pueblo, van a beber de esa agua ni a lavarse con ella. Por lo tanto, ese importe se debe pagar por viviendas habitadas dentro del pueblo.
--Si eso es lo que pretendemos los monárquicos de nuestro partido –contestó el alcalde—, pero a los liberares no hay quién los convenza, prefieren que las mujeres traigan todos los días el agua a la cabeza desde los manantiales antes que pagar una gorda.
--De todas las maneras –siguió el conde—, hoy me siento bondadoso, propóngales que el pueblo pague una cuarta parte del coste y yo pagaré las otras tres. Yo también tengo ganas de poderme duchar agusto en mi casa.
--¡Toma, y todos! –contestó el sargento muy contento con la decisión que acababa de tomar el conde.
--Si mi opinión vale para algo –dijo el médico--, seria el mayor beneficio que se le pudiera hacer al pueblo. Se eliminarían de un plumazo centenares de enfermedades, aunque a ustedes les parezca mentira. Esos excrementos y orines humanos corriendo por los regatos de todas las calles del pueblo es un verdadero foco de infecciones para todos los vecinos del pueblo.
--De todas formas –dijo el sargento—, todos estos problemas de reparto de gastos y todo esto quedará solucionado con la Constitución. A unos le irá bien, a otros le irá mal, todo el mundo protestará, pero al final todos saldremos ganando. Ya vieron ustedes cuando crearon la Guardia Civil, unos pensaban que íbamos a perseguir y matar a media España y sin embargo hoy todos los españoles están contentos con nosotros, y eso que sólo llevamos cuatro días, como aquel que dice.
Aquel día terminó la tertulia con la alegría de todos de haber cumplido alguno de sus deseos, pero no siempre era así, todo dependía siempre de la voluntad del conde que era quién partía el bacalao en el pueblo y todos estaban obligados a cumplir su voluntad o de lo contrario podían salir mal parados de una forma u otra ya que sus largos tentáculos lo apañaban todo.
Pasaba el tiempo y a pesar de lo mucho que siempre quiso a su esposa y la buena voluntad del conde de guardarle el mayor respeto en la represión sexual a la que se veía obligado estimulaba más sus deseos de mujeres. La mayoría de los días se iba de caza por sus dehesas con su escopeta al hombro disfrazado de campesino para que no le reconocieran ya que más que conejos lo que deseaba cazar era alguna campesina, porquera, cabrera o pastora que anduviera por los montes cuidando ganado.
Como bien dice el refrán” el que la sigue la consigue”, un día encontró a una mozuela cuidando ganado y terminó convenciéndola para entregarse a él resultando no haber estado nunca con nadie lo que le proporcionó una gran satisfacción que le obligó a hacerle infinidad de promesas a la chica para poder seguir la faena.
El conde disfrutaba tanto con los halagos y contactos sexuales de aquella mocita que siempre que podía se iba de caza a llevarle regalos y dinero hasta que un buen día le dio la noticia de que iba a ser madre y todo se complicó.
El conde se decidió a decirle la verdad y demostrarle que estaba casado y no podía casarse como ella deseaba. Unos días después se encaminó a su lugar de cita sin ni siquiera pensar lo que le podía estar aguardando entre aquellos tupidos montes de grandes encinas ya que siempre dio por bueno que contra él nadie de aquella comarca se atrevería en nada contra él.
Cabalgaba el conde en su bonito caballo en dirección al lugar de cita acostumbrado creyendo tener enteramente convencida a su amante para seguir la faena sin preocuparse de la tripa de la que ya pensarían el modo de deshacerse de ella en secreto. Cuando llegó al lugar de encuentros con la mocita lo único que encontró fue al padre de la chica escondido en unos matorrales con la escopeta cargada que le recibió a tiros atravesándole una mano. Como pudo sacó su pistola y disparó al matorral todo el cargador mientras otro disparo le alcanzó en una pierna. Como pudo, aunque malamente, se encaramó al caballo y emprendió la huida hasta el pueblo.
Cuando el médico le examinó las heridas y le extrajo una de las postas el conde aseguró que había sido tiroteado por un grupo de anarquistas en pleno monte por lo que el médico, que había sustituido a don Jesús y llevaba poco tiempo en el pueblo, pasó el parte al sargento de la Guardia Civil, que más de una vez había visto al conde por los montes disfrazado de campesino y le tenía preocupado.
El sargento rápidamente se fue al lugar indicado por el conde y tras una minuciosa búsqueda encontró a un hombre moribundo con varios balazos en el cuerpo que rápidamente trasladó al pueblo para que lo curara el médico.
El moribundo resultó ser un ganadero de otro pueblo colindante que solo pudo decir antes de morir “mi hija preñada”.
El rompe cabezas que se les presentaba a todas las autoridades del pueblo era mayúsculo. Sobre todo tratándose del conde que más que conde parecía el rey de toda la comarca imponiendo su santa voluntad.
El conde seguía asegurando que había sido una emboscada de un grupo anarquista que intentaron matarle.
El alcalde y demás autoridades pensaban que más bien se trataría de un desafío a tiros entre ambos, desafíos que estaban prohibidos pero no terminaban.
El sargento se devanaba los sesos averiguando entre los familiares del muerto y nadie o no sabía nada o querían ocultar algo, lo que sí aseguraban estos era que el muerto no tenía conexiones de ninguna clase con grupos políticos. Tras de varios intento hizo cantar a la hija y aclaró todo lo ocurrido.
El sargento interrogó de nuevo al conde y le aseguró que todo eso del embarazo de la hija del muerto y demás solo eran patrañas para encausarle en venganza de los anarquistas por no haberle podido matar en la emboscada que le tendieron, asegurando rotundamente no haber disparado arma alguna para defenderse.
El sargento volvió al pueblo para recabar de la única testigo de los hechos una declaración jurada para poder encausar al conde y lo primero que se encontró a la entrada del pueblo fue con el cadáver de la chica colgado de un árbol.
¿Qué otro camino le quedaba a las autoridades que el de aceptar la versión de los hechos relatada por el conde? Poderoso conde, podríamos añadir.
Tres muertes a sus espaldas y sin poder ser acusado de nada y para mayor ofensa tener que guardar secreto absoluto para que los liberales no llegaran a enterarse y tiraran por tierra la carrera política del conde.
--¿Usted ha creído la versión del conde? –preguntaba el alcalde al sargento en una de las reuniones casuales en el Ayuntamiento cuando nadie podía oírles.
--No solo no le he creído –contestó el sargento--, sino que estoy completamente seguro, por las declaraciones que me hizo la chica, que el conde le hizo la barriga, el padre se enteró y salió a matarle, el conde le disparó y le dio; la chica no se atrevió a enfrentarse a su deshonra y se colgó del árbol o alguien muy interesado la colgó, eso sí que nunca lo sabremos. A mí solo me quedan dos años para jubilarme y no quiero comprometer mi jubilación, pero más de una noche de sueño si que me van a quitar esas tres muertes sin castigo.
--Démosle por no sucedido –dijo el alcalde—, aquí nadie sabe nada ni ha pasado nada.
--Como usted mande –contestó obedientemente el sargento--. Si usted ordena que aquí no haya pasado nada pues está bien, no ha pasado nada.
Pasaron unos meses de tranquilidad y el conde se prometió así mismo abandonar aquel camino tan retorcido en el que se vio envuelto y seguía su vida normal, pero el demonio que todo lo tienta volvió a ponerle la miel en los labios.
Tenía un guarda particular para el cuidado de sus montes que hacía poco más de un año que se había casado con una de las mozas más guapas del pueblo al que apodaban el Relamido, apodo que le pegaba como anillo al dedo ya que siempre iba repeinado y bien vestido que rápido encandiló a Asunción y se fueron a vivir a uno de los caseríos de las dehesas del conde.
Un día que el conde paseaba a caballo por sus montes le abordó su montaraz, el Relamido.
--¡Buenos días, señor conde! –saludó el guarda.
--¡Buenos, Pepe! –contestó el conde--. ¿Pasa algo?
--No. Solo quería pedirle un favor.
--Pues dime. Si está de mi mano cuenta con él.
--Quería pedirle un adelanto del sueldo del mes que viene –dijo el Relamido.
--Pero si acabas de cobrar.
--Sí señor conde –contestó avergonzado el Relamido--, resulta que ayer cuando cobré me pasé por el casino y tuve mala racha y lo perdí en el juego, ahora no sé cómo decírselo a mí Asunción.
--Pero tú porqué juegas el dinero. ¿No te das cuenta que los otros son entrenados profesionales y solo te dejan ganar para que te envicies? Ya tienes una deuda en el casino atrasada de dos mil reales y quieres que te adelante más. ¿No comprendes que eso está muy mal hecho?
--Pues sí –contestó el Relamido--, pero esto del juego es un gusanillo tan tentador que en cuanto tienes unos reales entre las manos no te puedes aguantar.
--Mira –dijo el conde--. Desde ahora te voy a aumentar el sueldo en un diez por ciento con el que me irás pagando todas tus deudas. ¿Te parece bien?
--Me parece muy bien –contestó el Relamido.
--Pero la paga mensual de tu soldada se la entregaré yo personalmente a tu mujer para que no te la puedas volver a jugar jamás.
--De acuerdo –contestó un poco contrariado el Relamido ya que eso de ir en persona el conde a pagar a su mujer no le agradaba mucho.
Unos días después, cuando el conde calculó que el Relamido no estaría en su casa se presentó a llevarle el dinero del mes a su mujer.
--¡Buenos días Asunción! --saludó el conde-- ¿Puedo pasar?
--Faltaría más –respondió Asunción--. ¿Qué le trae de bueno por esta casa al señor conde?
--Solo vengo a traeros la paga del mes –contestó el conde--. ¿No está tu marido?
--No. Él por la mañana sale a los montes y nunca vuelve antes del medio día. Pues si le digo la verdad ya andaba bastante apurada. Este marido mío cada vez gasta más dinero y no sé en qué podrá gastárselo.
--¿No tendrá alguna querida con la que te esté poniendo los cuernos?
--Que dice usted, señor conde, a mi marido las faldas ni le van ni le vienen.
--¡Claro, claro! –exclamó el conde lleno de euforia ya que las cosas se le estaban poniendo a pedir de boca--. Como se va a fijar en ninguna mujer con el pedazo de hembra que tiene en casa.
--Pues si le digo la verdad ¡Ni fu, ni fa!
--¿Qué quieres decir? –preguntó disimuladamente el conde.
--Hablando en plata –contestó Asunción--, que a mi marido ni se le empina siquiera y cuando yo me empeño, tras de mucho trabajo, en cuanto pasa la puerta se asusta y se acabó.
--Pues eso si que es serio –contestó el conde--, así estás tú de lozana y frondosa, parece que ni te hayas casado siquiera.
--De qué me vale –dijo Asunción--, sí no me como una rosca. Ni me toca siquiera, esté como esté. Ya me tiene tan desesperada que el día menos pensado me largo y lo dejo.
--No hagas eso mujer –le reprimió cariñosamente el conde--. Posiblemente tu marido sea un poco guey y no le van las mujeres. Yo en cambio soy todo lo contrario, en cuanto veo una pantorrilla me vuelve loco y me lanzo sin remedio.
--Fíjese que yo no estoy nada mal --dijo Asunción al tiempo que se quitaba la blusa y dejaba sus puntiagudos pechos al aire—, aunque me quede en bola picada ni se inmuta.
En bola picada le dejó el conde en un abrir y cerrar de ojos siendo inenarrable lo que sucedió después, lo dejamos a la imaginación del lector.
Aquello siguió sucediéndose muy a menudo y el conde soltaba dinero al Relamido para sus juegos, dinero que volvía a sus bolsillos de nuevo, ya que el casino era suyo. Así es que el conde ponía el casino para que se divirtiera el Relamido y mientras el Relamido ponía a su Asunción para que se divirtiera el conde y todos quedaban en paz y contentos.
Pero como lo que mal se empieza mal acaba unos meses después Asunción quedó embarazada y llegaron las complicaciones de nuevo para el conde que por más que pensaba no encontraba la forma de deshacerse de aquel embolado.
La barriga de Asunción crecía y crecía hasta el punto de dar que pensar al Relamido del porque la forma de engordar de su mujer. Comenzó a repasar circunstancias y juntando cabos llegó a la conclusión de que su mujer estaba embarazada, terminando por quedar convencido una noche que arrimo su espalda a la tripa de su mujer y salió coceado a patadas por la criatura.
--Pero si hace más de un año que no hacemos nada –se decía el Relamido--. ¿Con quién me habrá puesto los cuernos? Cómo sepa quién ha sido el canalla que se ha acostado con ella lo mato.
Dos días después, el conde tenía un fuerte altercado en Cáceres con un diputado del partido liberal hasta el punto de llegar al desafío que fijaron a la media noche en solitario a pistoletazo limpio hasta la muerte.
Los desafiados acudieron al lugar de la cita en medio de una de las dehesas del conde, tomaron las armas reglamentarias y se colocaron de espaldas el uno al otro y la cuenta de diez empezaron a disparar el conde cayó al suelo con un tiro en el costado y unos segundos después caía fulminado de un tiro en la frente su contrario.
El conde se taponó la herida y se vendó fuertemente con la faja que usaba, monto en el caballo y se marchó para su casa dejando abandonado el cadáver de su enemigo de duelo entre aquellos matorrales.
Al día siguiente el Relamido encontraba el cadáver y ante las acusaciones de las autoridades que le maltrataron para obligarle a firmar tubo que hacerse cargo de aquella muerte que todas las pruebas le acusaban y hasta el mismo conde le culpó de asesino.
El Relamido fue a la cárcel, allí sufrió toda clase de abusos y vejaciones imaginables hasta el punto que unos meses después moría en la cárcel podrido por un montón de enfermedades venéreas y parecidas.
El conde intentó meter a Asunción entre la servidumbre de su palacio para que naciera allí su hijo pero la condesa, que por su cuenta había recabado varias informaciones junto a las sospechas que ella tenía se opuso rotundamente a que aquella mujer entrara en su palacio. Lo que dio lugar a un fuerte y acalorado enfrentamiento entre el matrimonio.
--Eres el ser más canalla rastrero y miserable que pisa la tierra –decía la condesa--. No solo te conformas con patear mi honra sino que quieres meterme en casa a tu querida. ¿Qué dirán nuestras familias y amistades cuando sepan la alimaña que eres?
--¿Qué dirán nuestros familiares y amigos cuando se enteren que mi mujer orina por un pene como yo? –contestó el conde.
--¡Canalla! No te rías de mi desgracia, eso no es culpa mía.
--Tampoco es culpa mía el no poder hacer el amor de por vida con la mujer que me casé –dijo el conde.
--Te juro por Dios –dijo la condesa—, que sí vuelves a acostarte con otra mujer sacaré tu podrida vida y te echaré a los perros de la justicia para que te devoren vivo.
El conde optó por ponerle una zapatería a su querida tras de morir el relamido con lo que sacaba holgadamente para mantenerse haciendo saber a todo el pueblo que el embarazo era de su difunto marido. Poco tiempo antes de que Asunción diera alud a su hijo se entrevistó con el conde en secreto y le amenazó con sacar a la luz toda la verdad pero el conde le suplico una y mil veces que sellara sus labios para salvar su honra prometiéndole que haría cuanto pudiera por su hijo para que jamás pasara necesidades.
Cuando Asunción trajo al mundo a su niño el conde lo arregló todo para que llevara su apellido sin que la condesa ni nadie sospecharan la verdad de sus deseos, por lo que su hijo llevaba el nombre de Narciso y el apellido Núñez, al que su madre la Zapatera de Perales cuidaba pomposamente con su holgada economía.
La vida trascurría en Perales de la Sierra con verdadera tranquilidad. El conde pareció tomar buena cuenta de la amenaza de su esposa y jamás volvió a caminar por el torcido sendero de años atrás hasta el año de 1866, poco antes de morir la condesa intentó llevar a su lado a su hijo sin que pudiera cumplirse su deseo a causa de la muerte de su esposa.
Al quedarse viudo el conde intentó recuperar a su hijo pero todo se le puso en contra, Cuba era un arca cerrado de donde las comunicaciones estaban censuradas para los militares y no podían tener contacto alguno con España, y su antigua amante, que esperaba que el conde salvaría de la guerra a su hijo y no lo hizo, ya no quería saber nada de él y no quiso facilitarle los pocos datos que tenía de su hijo.
El conde sentía como se le escapaba la vida poco a poco, mientras vivió Asunción, a pesar de no tener trato alguno con ella, solo su presencia en el pueblo le daba ánimos para seguir viviendo, cuando murió sintió la más terrible soledad sin tener en el mundo ningún ser querido que le prestara su hombro para poder apoyar su canosa cabeza. Quizás fuera aquella la penitencia a cumplir en vida que la Justicia Divina, le impusiera por todos los crímenes y malas acciones que cometió a lo largo de su vida.
Se encontraba rodeado de buitres hambrientos deseosos de que muriera para rapiñarle cuanto pudiera de todos sus bienes que ya apenas conocía.
Tenía un peso en su conciencia que no quería llevarse a su tumba. Averiguó que su hijo vivía ya que al pueblo no había llegado su partida de defunción y decidió reconocerle por hijo suyo nombrándole heredero de su título y todos sus bienes y hasta tanto apareciera creaba la Institución benéfica llamada Granadilla, que seria en adelante la administradora y usufructuaria de todos sus bienes hasta el regreso de su hijo formalizándolo todo legalmente ante notario. Cuyos usufructos serían repartidos todos los años entre todos los vecinos legalmente empadronados en el pueblo.
CONTINUARÁ