LA MARQUESA DE VENAMORCILLA
NICOLÁS HERNÁNDEZ CAMBERO
Encomienda de Palacios nº 366
Madrid 28030 (España)
Tel: 616 22 45 92
url: http://www.hcnicolas.com/
correo-e.e: nicolashc@wanadoo s
Registro Propiedad Intelectual
Nº M-003749/2005
Nº Asiento: 16/2005/4241
Reservados todos los derechos. Esta publicación no puede ser transmitida por un sistema de recuperación de información, de ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético o por fotocopia, o cualquier otro sin el permiso previo por escrito del autor de la obra.
Desde aquel fatídico día 20 de diciembre de 1973, en que por el retrovisor de mi coche veía volar por encima de los tejados al Presidente del Gobierno de España, dentro de su automóvil seguido de una gran nube de humo polvo y lodo; me sigo preguntando el porqué del terrorismo para que cambien los sistemas de gobiernos o las formas de gobernar.Aquel día sentí una sensación rarísima que jamás he podido desechar de mi mente y que se apodera de mi cuerpo cada vez que oigo las continuas noticias de un atentado terrorista y pienso en aquellos cinco milagrosos segundos que salvaron mi vida.
Me conformo pensando en que, como ya digo en este libro, la Naturaleza es sumamente sabia y es muy posible que me dejara aquí para cumplir otras misiones o cometidos más importantes que la de acompañar a aquellos seres en su camino hacia la eternidad.Me preguntaba siempre ¿Por qué tuvieron que cometer aquel crimen? Si Franco ya estaba acabando sus últimos días y el Rey ya estaba lo suficientemente preparado para llevar a efecto ese cambio por la vía legal, como así lo hizo. Solo con darle tiempo al tiempo todo habría tenido solución sin matar a nadie ni dar pie al terrorismo y la muerte de esos centenares de personas que ya han perdido su vida después por ese mismo terrorismo.
Poco tiempo después, cuando perdí el miedo a pasar por ese lugar, un buen día entré en conversación, casualmente para mí, aunque no así para mi interlocutor, ya que comprobé que alguien estaba encargado de avisar a los servicios de inteligencia al ver el menor síntoma de observación por cualquier persona que merodeara por allí. Mi inesperado interlocutor resultó ser un comandante de marina que comenzó con un intenso bombardeo de preguntas de todas las condiciones habidas y por haber a las que yo solo podía contestarle con un encogimiento de hombros ya que no sabía nada de nada.
Debió de contrariarle mucho la molestia de su presencia hasta allí para no conseguir nada por que me preguntó, de no muy buenas maneras ¿Qué puñetas hacía yo allí observando aquel lugar tan atentamente? Aquello colmó el vaso de mi paciencia.Le dije que solo estaba comprobando la realidad del milagro de mi vida y la sarta de mentiras que se estaban publicando del accidente, según él pertenecían al secreto del sumario, que de ser así di por bueno.
Con mi humilde modestia le sometí a un bombardeo de preguntas bastante más hondo del que él me hiciera momentos antes. Él si tenía repuestas para muchas de mis preguntas pero se negó a darme ninguna. De aquella inesperada entrevista, a mi corto entendimiento, pude deducir que la marina preparaba algún golpe de venganza contra los asesinos de su general.
Mi deducción ha quedado confirmada treinta años después con la declaración personal del propio ejecutor auto-denominado “Leónida” el que, asegura fue él quien mató al asesino de su jefe, según publicaba con orgullo en el diario MUNDO. Quizá algún día, con el paso de muchos años más se pueda saber claramente la repuesta de esa interrogante mía que me llevo preguntando hace más de treinta años ¿Quién pudo matarme a mí junto a Carrero Blanco? Por toda repuesta nos han contestado siempre que la ETA ¿Pero qué o quien es la ETA?
Posiblemente, la mano ejecutora fueran los terroristas, pero ya sabemos que hubo quien negoció con ellos ¿A cambio de qué?¿Por orden de quién? ¿Acaso se pararon a pensar en todos los daños colaterales que podrían causar? Preguntas al viento.
En mi cabeza no cabe que con aquella represión que tenía el régimen franquista contra los comunistas, pudiera nadie minar una calle tan tranquilamente, a cien metros de la Embajada Americana, centro mundial de la inteligencia, con su Jefe Supremo dentro de ella, como estuvo aquellos días. Con un despliegue policial exagerado por todos los alrededores. Teniendo, como tenían, a un Ministro de la Gobernación, experimentadísimo sabueso con varios años de alcalde de Madrid, con todos los servicios de seguridad municipal a su cargo, que con solo dar unos golpes dentro de tu casa ya tenias a los municipales pidiéndote la licencia de obras. Con varios años de Director General de Seguridad, perfecto conocedor de todas las ratas que habitan las alcantarillas de Madrid ¿Se puede minar una calle sin ser visto ni oído por nadie?¿Cómo se puede explicar a nadie que asesinen al Presidente del Gobierno de una nación sin que se produzcan inmediatamente dimisiones o destituciones?
Si mal no recuerdo, no hubo dimisiones, y el Ministro de la Gobernación fue ascendido a Presidente del Gobierno. Nunca olvidaré aquellas palabras del propio Franco cuando dijo: “No hay mal que por bien no venga” ¿Qué quiso decir Franco? Tampoco puedo olvidar esas terribles palabras en que terminaban la mayoría de las manifestaciones cuando las fuerzas públicas se veían obligadas a restablecer el orden como “ETA mátalos”.
Todo esto dio pie al ensanchamiento del monstruo del terrorismo que, repito, les ha costado la vida después a varios centenares de personas a manos de esos monstruos terroristas a los que, unos llamaban para que mataran policías. Otros, en muchos atentados que, sin alegrarse, se decían: ¡Qué no habrá hecho ese! Para más recochineo, esos miserables hasta se permitieron el lujo de inventarse un buen soporte de propaganda facilitando datos, supuestamente falsos, para el montaje de una película para que todos sus encubridores pudieran ver sus heroicidades en el terror.
Creo de no equivocarme cuando pienso que cada pueblo tiene lo que se merece y el propio pueblo es el único responsable de todos sus males. Como ya digo en este libro, conocí, aunque no fuera personalmente, el sistema de Gobierno Republicano, que para poder gobernar tuvo que hacer pactos secretos con otras fuerza políticas que a España le costaron una guerra civil con miles de muertos y toda esa larga retahíla de calamidades que unos sufrimos y otros habrán podido leer o podrán hacerlo ahora. Resultó un cambio radical en todos los sentidos de la vida pero a cambio de miles de muertos. ¿No había otra solución? Tuvimos el Franquismo y no había más solución que derribarlo de un hachazo matando al pilar que lo sustentaba, y lo consiguieron.
El sistema de vida dio un cambio radical, a mejor para unos y a peor para otros, como siempre pasa, pero a costa de centenares de muertos que como siempre pasa, la mayoría de todos ellos inocentes que pagaron con sus vidas las culpas de otros. ¿No había otra solución? Tras el Franquismo nos siguió una etapa en que prometía larga paz y tranquilidad duradera de la mano de nuestra joven y querida Democracia, adorada por todos los españoles en general.
Unas manzanas, ya picadas de antemano, terminaron por picar y pudrir a toda la banasta del PESOE y dar al traste con el sistema de gobierno de Centro-Izquierda y su caudillo Don Felipe González que dejaron hartamente derrotado políticamente para no volver a levantar cabeza.Quiso acabar con el terrorismo con el invento de los GALS, pero se equivocó y terminó en la cuneta de su camino político tan brillante dentro de las alcantarillas del franquismo.
Nos siguió una etapa de gobierno Centro- derechista, ante la desolación y la rabia de todas las izquierdas que, parece ser, pretendían seguir gobernando toda la vida los destinos de España. José María Aznar, al frente de su equipo de gobierno, descubrió los muchos trapos sucios de sus antecesores, de lo que todos los españoles se alegraron, y terminó con el terrorismo de Estado. Terminó de un tajo con el GAL, juzgó a todos los culpables y se encargó de que cumplieran sus penas en las cárceles.
De una España arruinada, por las estafas de varios de sus dirigentes, hasta el extremo de llegar a la, casi, extinción del mantenimiento del actual sistema de pensiones. El desmesurado paro obrero y la brutal carga de subsidios y ayudas al desempleo. España pasó a ser la quinta potencia mundial económicamente. Creó un fondo de pensiones que va aumentando año tras año con su propio superrabi. A pesar de la gran inmigración de mano de obra ha sido absorbida en su totalidad con la creación de nuevos puestos de trabajo causando un alza considerable en las afiliaciones a la Seguridad Social.
España ha pasado a ser respetada en el mundo entero y a codearse con las grandes naciones para orgullo de todos los españoles disfrutando de un periodo de paz y tranquilidad social y económica como quizá no haya tenido jamás España. Un nuevo terrorismo, con nuevos métodos y sofisticados cálculos, desconocidos hasta ahora, se adueñó del terror en el mundo entero con la destrucción total de las Torres Gemelas de Nueva York, el 11S, símbolo nacional de los Estados Unidos de América.
El resultado fue de varios miles de muertos y heridos, con un sin fin de desaparecidos, cuyo dolor, obligó a su presidente a declarar la tercera guerra mundial contra el terrorismo, presagiando que sería larga y durísima para el mundo entero en donde se emplearán métodos desconocidos hasta ahora. Tras ganar la primera batalla, el terrorismo llamó a la Guerra Santa para unir a todos los musulmanes contra los cristianos extendiendo el terror con golpe tras golpe por el mundo entero. Los americanos exigieron a todas las naciones, grandes y pequeñas, a que se declararan a favor o en contra del terrorismo, a sabiendas de lo que aquello suponía después de algunas experiencias ya consumadas.
España que, en esos momentos disfrutaba de gran prestigio internacional, se había visto asediada por el Rey de Marruecos que rebasó nuestras fronteras y se adueñó de una isla llamada Perejil. Redobló la constante amenaza de la invasión de todos los territorios españoles en África, y un terrorismo interior difícil de exterminar se vio en la necesidad de consultar a las grandes potencias para caso de necesidad. El apoyo y ayuda moral a España fue unánime internacionalmente con lo que pudo conseguir la reconquista de dicha isla sin derramamiento de sangre y hacer que los musulmanes escaparan de allí con el rabo entre las patas, como se suele decir.
Esto nos salió muy bien, pero ¿A costa de qué? Pronto o tarde, queramos o no, todos los favores hay que pagarlos y casi siempre con creces, no olvidemos esto nunca en la vida.Los americanos tras su primera derrota contra el terrorismo, en la que no pudo ni defenderse, encontraron ciertas naciones que se negaron a unirse a ellos en un frente común contra ese terrorismo a las que declararon oficialmente Eje del Mal declarando la invasión contra ellas con todas sus fuerzas. Tras otras invasiones anteriores, los americanos solicitan a las Naciones Unidas permiso y ayuda para la inminente invasión de Irak, culpándole de la posesión de armas nucleares prohibidas que podían pasar de inmediato a manos de terroristas internacionales. Las Naciones Unidas negaron ese permiso, por delante, pero por detrás prometerían toda clase de apoyo, independientemente. España se unió claramente a los americanos prometiendo toda clase de ayudas a la población tras la invasión, como así ha cumplido ¿Pudo España mantenerse al margen? Eso solo puede saberlo el Jefe del Estado y el Presidente del Gobierno.
Entre tanto se celebraban elecciones regionales en la comunidad de Madrid. Las izquierdas, más radicales sobre todo, que no estaban de acuerdo con el sistema capitalista americano ni se consideraban representadas por el gobierno de centro- derecha en el poder emprendieron una campaña de acoso y derribo contra el gobierno que llevaba gobernando ocho años en mayoría absoluta en España y dieciséis en la Región de Madrid.Las elecciones regionales por Madrid las ganó por mayoría simple el Partido Popular en el poder. El PSOE se unió con las izquierdas radicales y formó mayoría absoluta para gobernar llegando a pactos imposibles de cumplir; de los que después demostraron no estar todos de acuerdo.
Las izquierdas radicales llegaron a tales exigencias a la hora del reparto de la tarta que colmaron la paciencia de ciertos socialistas que, al oponerse y no ser escuchados, por los negociadores se declararon independiente y tiraron por tierra la unión e intentando culpar de todo ello al PP. Quedó demostrado Oficialmente la exclusiva culpabilidad de la pretendida unión y sus abusivos pactos, como siempre.Fueron decretadas nuevas elecciones tras numerosas manifestaciones contra el Gobierno por la intervención de España contra el terrorismo internacional llegando a tener por segura la derrota del gobierno regional y la humillación de los dirigentes nacionales, sin pararse a pensar que lo único que conseguían era el ensanchamiento del monstruo internacional del terrorismo dándole su apoyo y aliento.
Las elecciones las ganó el PP por mayoría absoluta no valiendo para nada todos los esfuerzos de las izquierdas para hacerse con el poder del principal baluarte en las inmediatas elecciones generales. Otras elecciones regionales por Cataluña desplazaron del poder a las fuerzas de centro-derecha, a pesar de ganar por mayoría simple. Las fuerzas de centro-izquierda del PESOE, se unieron con todas las demás izquierdas radicales, como Izquierda Republicana de Cataluña, de izquierdas radicales independentistas dando la mayoría absoluta al PESOE para poder formar Gobierno Regional.Pocos días después de la victoria de esas fuerzas independentistas, uno de sus principales dirigentes se reunía en Francia con los dirigentes de ETA acordando, por su cuenta y riesgo, una tregua de alto el fuego para Cataluña exclusivamente. Pocos días después, la policía nacional, interceptaba un cargamento de explosivos en dirección a Madrid, procedente de este grupo terrorista con destino, según ellos, a las inmediaciones de la capital de España.
Las elecciones generales estaban decretadas para el día catorce de marzo de 2004, sobre las que pocos días antes, todas las encuestas de intención de voto daban ganador por cinco puntos de mayoría al partido en el poder. A pesar de todos los intentos de las izquierdas por acosar y derribar al Gobierno con sendas manifestaciones contra la intervención en la guerra de Irak, no consiguieron rebajar esa intención de voto.Las izquierdas daban ya por perdidas estas elecciones y no sabían como contener su reprimida rabia a pesar de poner toda la carne en el asador.
Un dirigente de los independentistas Catalanes, que negociara con ETA, salía en una cadena de televisión blandiendo un llavero y manifestando a sus seguidores que no se desanimaran que las elecciones las ganaría el PESOE y las llaves del gobierno las tenía él. ¿Sabía este señor lo que se nos avecinaba? El día 11 de marzo de 2004, a las nueve de la mañana, se producía en Madrid el mayor atentado terrorista de toda la historia de España. La segunda batalla ganada por el terrorismo con un saldo de doscientos muertos y tres mil heridos; una verdadera catástrofe, en donde se midieron a fondo tanto el Gobierno Nacional, como el Regional y Municipal así como todo el pueblo de Madrid sin recatear esfuerzos en un acto de solidaridad sin precedentes con los muertos y heridos, alabado por el mundo entero.
Los primeros informes del Gobierno dieron como responsable del atentado a los grupos terroristas nacionales, pero rápidamente salieron todas las fuerzas de izquierdas a desmentir al gobierno tachándole de ocultador de la verdad asegurando que el atentado venía por la intervención en la guerra de Irak. ¿Sabían antes que el Gobierno la procedencia del atentado? Se celebraron sendas manifestaciones por todo el territorio nacional con toda clase de proclamas contra el gobierno y a favor de los terroristas nacionales convenciendo a millares de votantes del desastre que nos esperaba si ganaba las elecciones el partido en el poder ¿Serían deseos de humillar al presidente saliente? ¿Sería una venganza de inteligencia por la deshonra del anterior Presidente?Ciertamente, las elecciones las ganó el PESOE, de centro-izquierda, por mayoría simple, que al aliarse con los demás grupos, a excepción del PP, pudieron formar mayoría absoluta para poder formar gobierno e investir Presidente del nuevo Gobierno de España a D. José Luís Rodríguez Zapatero.
El traspaso de poderes de un gobierno a otro se hizo con toda normalidad dando una verdadera lección de democracia por una y otra parte desconocida en España hasta ahora. El partido saliente, en la Sesión de Investidura, se ofreció para toda clase de ayuda al nuevo gobierno en los puntos esenciales para poder llevar a España adelante sin que se vea forzado a peligrosos pactos con fuerzas radicales, como ha ocurrido otras veces ¿Podrá, sabrá o le dejarán al nuevo Presidente digerir esta nueva lección de democracia? Al menos de un poquito más de demócratas si que podemos presumir todos los españoles.
Con toda seguridad, España experimentará un cambio radical que, como siempre, a unos perjudicará y a otros beneficiará. ¿A cambio de qué? El porqué de este cambio si que lo sabemos con toda certeza. Por doscientos muertos y tres mil heridos. ¿No había otra solución? Ciertamente los hechos nos demuestran que estamos inmersos en una nueva guerra desconocida hasta ahora quedando en desuso todos los armamentos y métodos conocidos manejada con suma inteligencia hasta el punto de coger siempre por sorpresa a todos los gobiernos de las ciudades atacadas. ¿Seguirá siendo así? Pienso que todas esas manifestaciones son las que nos han llevado a los zarpazos terroristas que acabamos de sufrir. Hemos enseñado a los terroristas como amedrentar a las naciones para cambiar la intención de voto. Saben como colocar en cada nación el gobierno que ellos quieran y poderse apoderar del mundo cuando se les antoje. ¿Es eso guerra inteligente? ¿Cómo puede ser solidario un pueblo con los humillados por esa guerra y tirar por tierra nuestro gobierno con toda clase de humillaciones? El golpe ha sido contra el pueblo humilde que iba a su trabajo. El pueblo humilde que se solidarizaba con ellos a través de esas manifestaciones, bien manejados por alguien claramente.
Bien analizado, los terroristas podrán acusar al gobierno de sus males pero no al pueblo. ¿Viajan los miembros del gobierno en los trenes a las nueve de la mañana? Me parece maravilloso que un pueblo haga huso de su derecho de voto para castigar a los gobiernos en las urnas, pero, que nunca sea por muertos y heridos a manos de terroristas. Ya tenemos dos frentes terroristas con quien luchar. El nacional y el nuevo e internacional, que no se vencerán por que cojan a más o menos locos que ponen las bombas, los verdaderos terroristas están muy bien protegidos y amparados sin necesidad de tener que dar la cara. Siempre he vivido y sigo viviendo en la esperanza de que se acabe la violencia de una maldita vez. Se acabe eso de ojo por ojo y diente por diente. Que todos nos conformemos con lo que tengamos y respetemos a los demás. Que aceptemos los cambios con orgullo y no con odios. Que los que tengan la dicha o la desgracia de gobernar que gobiernen para todos en general y no solamente para sus afines como acostumbran. ¿Será eso posible?
He sentido deseos de escribir este libro con la sana intención de que las nuevas generaciones no se dejen embaucar ni convencer de esos arregla mundos que todo lo saben y aseguran que sus pensamientos son los únicos verdaderos y que todo lo demás está podrido. Nadie está en posesión de la verdad. Pensad que esos charlatanes siempre existieron, y nuca dieron a España buenos frutos porque solo perseguían, y siguen persiguiendo, su particular bienestar a costa de lo que sea. Mientras el Mundo exista habrá ricos y pobres, afortunados y desafortunados y nadie podrá evitarlo. En estos tiempos modernos el pueblo tiene en sus manos la fortuna del poder del voto, solo tiene que utilizarlo con sabiduría firme, sin engaños de ninguna clase, mirando siempre en el bien común para que los ricos sean menos ricos y los pobres menos pobres. La justicia sea igual para todos y cada uno se conforme con su suerte y no ambicione lo de los demás ¿Conseguiríamos con eso un mundo mejor?
EL AUTOR
Nicolás H. Cambero
LA MARQUESA DE VENAMORCILLA
PRIMERA PARTE
CAPITULO I
¡CASI, CASI!
Serían sobre las ocho de la mañana de aquel inolvidable, para muchos españoles, día 20 de diciembre del año 1.973, en que a causa de las proximidades de las fiestas de Navidad, las calles de Madrid rebosaban por todas partes de peatones y vehículos en esa hora punta de la mañana. Todos los madrileños acudían a sus puestos de trabajo en las oficinas y empresas de toda clase que, por fortuna para todos, tiene Madrid. Todas tienen su apertura a las nueve en punto de la mañana llevando por el camino de la amargura a todos los madrileños que, para poder llegar a tiempo, siempre tienen que andar corriendo por las aceras a causa del tiempo perdido en los lamentables transportes públicos que, como me figuro, en todas las demás capitales grandes tienen mucho que desear.
Los más afortunados que pueden permitirse el lujo de tomar un taxi, sin saber por qué, siempre llevan prisa y exigen al sufrido taxista que adelante a los demás vehículos para llegar antes y poderse tomar tranquilo un café con los amigos y compañeros, al mismo tiempo presumir de un nivel de vida más alto de lo que en realidad tiene; especialmente en estas fechas que todos los trabajadores ya han cobrado su bien ganada paga extraordinaria y se tira la casa por la ventana como si no se fuera a acabarse nunca. Lamentablemente esos excesos todos pagamos bastante caros en la temida cuesta de enero que ni a cuatro patas somos capaces de subir la mayoría de los años.
El señor Antonio, al que sus entrañables amigos bautizaron muchos años atrás con el apodo de El Séneca, más bien por sus dotes de excelente sabueso y su buena cultura y experiencia de la vida encontrándole repuesta exacta a casi todos los acontecimientos de la vida por difíciles que fueran.
Antonio era uno de esos muchos taxistas refinados en su porte cuidadosos de su taxi para que nunca desprendiera malos olores a sus clientes. Lucía un pequeño bigote que le daba un aire de distinción adivinándose desde lejos la personalidad que tras de aquel bigotillo se escondía.
Ese día, como miles de taxistas más del mastodóntico Madrid, salió a trabajar con su viejo taxi corriendo calles y más calles sin encontrar a nadie cantando el “Cara al Sol” –Himno de la Falange- como vulgarmente denominaban sus compañeros de fatigas a los clientes al levantar la mano derecha para solicitar su servicio y que a él nada le alegraba esa etiqueta.
Aburrido y medio enfadado arrancó calle de Alcalá adelante, desde la plaza de toros, con intención de no detenerse hasta el barrio de Arguelles. Al girar por la calle de Goya, algo en la acera de enfrente le llamó la atención haciéndole volver la cabeza justamente al tiempo que una señora, de bastante edad, salía de entre los coches aparcados dispuesta a cruzar la calle sin mirar ni reparar en el taxi de Antonio que a punto estuvo de llevársela por delante, gracias a los buenos reflejos y los muchos años de experiencia en el oficio todo quedó en un buen susto para la referida señora y un golpetazo en la frente para Antonio al ser lanzado contra el cristal delantero, por consecuencia del fuerte frenazo que se vio obligado a dar para detener en seco a su taxi.
Antonio, lejos de enfadarse, haciendo gala de ese buen humor que siempre acompaña a esos trotacalles con nervios de acero, bajó el cristal de la ventanilla y con una sonrisa en los labios, muy amablemente dijo a la señora:
--Señora, no nos amargue los turrones ¡Hombre!
--Perdóneme señor, no le había visto. Vaya susto que le he dado-- seguía repitiendo la pobre señora mientras se alejaba acera adelante en busca del paso de peatones.
--Vaya mañana que llevo --se decía Antonio para sus adentros mientras rodaba calle de Goya abajo- luego el jefe, si no llevas tela bronca al canto, y tú mátate por estas malditas calles sin encontrar un solo duro.
--¡Bestia! ¿No ves que ya esta rojo? --oyó que le gritaba el conductor de un seiscientos que circulaba por la calle de Velázquez.
--¡Leche! Tiene razón el dominguero –se dijo-, me he pasado el disco en rojo y ni me he enterado. ¡Vaya día! Hoy no doy una en el clavo. Me voy a parar un rato para que se me despeje la pelota o terminaré liándola bien liada.
Llegó a la esquina de la calle de Claudio Coello, no había ningún taxi en el punto y se paró refunfuñando al mismo tiempo que se tocaba la frente y acariciaba su chichón. Poco después, abrían la puerta de su taxi y entraba una señora que le ordenó le llevara a la calle de López de Hoyos número trece.
--Vamos allá --contestó Antonio pensando para sus adentros que poco le había costado a aquella buena señora dar los buenos días, pero no dijo nada y enfiló calle de Claudio Coello arriba para tomar Diego de León, Hermanos Bécquer y desembocar en los primeros números de López de Hoyos, ya que sabía que era el recorrido más corto y menos complicado en aquel momento.
--¿Le puedo preguntar una cosa? --preguntó la viajera.
--Sí, faltaría más --contestó Antonio.
--¿Por qué todos los taxistas, si no le digo nada, me llevan siempre por Claudio Coello en vez de subir por el Paseo?
--Pues muy sencillo --contestó Antonio--. Este es el camino más corto, y a esta hora el más despejado, aunque más tarde no lo sea; nuestra obligación es ir siempre por el camino más corto, salvo que el cliente nos ordene lo contrario, ya que es el viajero quien manda siempre.
--Pues a mí me gusta más subir por la Castellana, aunque esté más atascada; es más ancha, esta calle me agobia mucho, claro que todos los días voy un poco más tarde.
--Pero no hay ningún problema señora –dijo Antonio– cojo Ayala y bajamos al Paseo.
--No. Ya que vamos por aquí; vamos a parar un poco en la esquina de Don Ramón de la Cruz para comprar una cosa, que con estas fiestas ya en puerta se llena todo. Quedan diez minutos para las nueve y me da tiempo. ¿No le importará esperarme?
--Ni mucho menos señora --contestó Antonio--, entre tranquila que yo le espero aquí mismo.
--Tardaré unos momentos nada más.
Ciertamente, fue poco más de un cuarto de hora el tiempo que Antonio estuvo esperando a su viajera. Una vez incorporada de nuevo en el taxi emprendieron la marcha Claudio Coello arriba. Al pasar el cruce de la calle de Juan Bravo, otro taxi entró detrás de él y al acercarse al cruce con Maldonado, vio a un coche negro, muy grande, que se acercaba al cruce por su izquierda y le cedía paso, como era su obligación, segundos después el coche negro doblaba la esquina y tomaba la calle de Claudio Cuello tras de Antonio. No pudo fijarse en más detalles a causa de un coche pequeño que acababa de pasar aparcado en doble fila.
Qué manía tienen estos domingueros de aparcar en doble fila —se decía Antonio para sus adentros sin pronunciar palabra--, lo mismo les da que les pongan multas o no, ellos siempre tienen que hacer su santa voluntad y a quien estorbe que se fastidie. Seguramente que si dejo yo así el taxi por alguna emergencia rápido hubiera aparecido un guardia o la grúa para llevárselo. ¡Luego dicen!
--Ya podían haber dejado un poco mejor aparcado el cochecito –murmuró la viajera.
--Pues la verdad es que tiene usted razón señora, eso mismo iba yo pensando en este momento --contestó Antonio--, pero a estos domingueros todo les da igual, no les temen a las multas.
--¡Claro! ¡Nadie las paga!
--Los taxistas sí que las tenemos que pagar --replicó Antonio.
No se había apagado el eco de las palabras de Antonio que se disponía a tomar la calle de Diego de León, cuando detrás de él sonó una fortísima explosión desplazándole el coche de la parte trasera hasta dejarle atravesado en la calle. Antonio se hizo con el coche y miró atrás por el retrovisor de su taxi y solo vio una enorme nube de polvo y humo mezclado con objetos de toda clase que empezaban a caerle encima. Por encima de todo le pareció ver un bulto grande que rebasaba los tejados. Un enorme cristal, procedente de alguna ventana caía sobre la baca del taxi produciéndole otro gran susto al ver caer a todo su alrededor los pequeños trozos de cristales.
Antonio tuvo unos instantes indecisos sin saber a que atenerse pero vio que la polvareda se le acercaba y la viajera no paraba de gritar y optó por salir pitando de allí. No paró hasta él numero trece de López de Hoyos, destino de su viajera, que al parar el coche salió corriendo y dando gritos de terror sin ni siquiera pensar en pagar el importe del servicio.
Antonio, tras dejar a su viajera, se paró y con la cabeza entre las manos permanecía allí inmóvil pensando y acariciándose el chichón que no paraba de dolerle y seguir creciendo, pasados unos momentos de aturdimiento reaccionó y puso de nuevo el coche en marcha para reanudar su tarea.
--¡Vaya día que llevo! Casi atropello a una vieja; casi me destripan en un cruce; casi me vuelan por encima de los tejados; se me marchan sin pagar ¡Maldita sea! Bueno, si todo se queda en casi no está mal, vamos a seguir nuestra faena –se decía Antonio ya más recuperado del susto.
Nuestro buen taxista revisó su taxi y al comprobar que no tenía ningún desperfecto, ya que la baca del techo le amortiguó el golpe del cristal, emprendió la marcha por Serrano y aquello empezó a convertirse en un campo de batalla. Las “Lecheras” --coches grises de la policía-- acudían desde todas las direcciones con las metralletas montadas asomando los cañones por todas sus ventanillas soltando grises por todas partes armados hasta los dientes. Los “Gabardinas” --coches de la policía secreta—, serpenteando entre los coches con las pistolas en las manos. Los “Azules” -–guardias municipales-- tomando todos los cruces y cortando el tráfico a golpe de silbato. Los bomberos a toda pastilla y las ambulancias desgañitándose sin poder acercarse al lugar del siniestro.
Las gentes corrían agolpándose por todas las bocacalles para enterarse de lo que pasaba. No era para menos, entre sirenas, campanas de bomberos, silbatos, gritos de los guardias para impedir el acercamiento de las gentes que proferían lamentos de todos los gustos aquello parecía un campo de batalla.
Antonio, sintió curiosidad por confirmar lo que él sospechaba desde el primer momento, aparcó el taxi en el primer sitio que encontró y se encaminó a pie mezclado con los demás mirones. Fue acercándose cuanto pudo al lugar del siniestro encaramándose en una de las tapias de una obra cercana, hoy un banco, y desde allí oteaba el ambiente sin despegar los labios con el oído muy atento a todos los comentarios de los mirones.
--Ha sido una explosión de gas --decía una jovencita.
--Pues sí que huele a gas sí --contestó un señor.
--Ya te dije ayer Pepa, que cualquier día esto reventaba--decía una señora de mediana edad a su contertulia.
--Estamos hartos de quejarnos que huele a gas y no nos hacen ni puñetero caso --le contestaba la otra vecina.
--Si es que –decía otro de los contertulios-- o levantan todas las cañerías del barrio o no pueden hacer nada. Están todas las cañerías podridas. Hace poco, como os acordaréis, estalló otra tubería de gas en el puente de la Plaza de López de Hoyos y la armó buena.
--¡Isabel, Isabel! --gritaba una señorita a otra que se encontraba cerca de Antonio– ven, corre, a ver si nos podemos acercar más por alguna parte que me acaba de llamar mi tía y dice que ha sido en su portal, en el 104, dice que hay muchos heridos, y que ha cogido a muchos coches y varios taxis y los ha levantado por encima de los tejados, debe de ser horrible.
--Cállese señorita –gritó uno de los guardias que se encontraba cerca de ella--. No se puede alarmar a la gente de esa manera. Váyase de aquí o le llevo a la comisaría.
--Pues no lo veo –dijo Antonio sin darse cuenta de que no estaba solo, mientras miraba hacía los tejados y demás coches de alrededor del socavón.
--¿Que es lo que no ve? --le preguntó uno de los guardias que estaba cerca de él.
--Nada guardia, nada --contestó Antonio.
--¿Cómo que guardia? Qué respeto es ese. Bájese de ahí ahora mismo y márchese rápidamente de aquí.
--Sí, señor agente, sí, ya me marcho, no se enfade usted.
--¡Vamos, largo! --dio por repuesta el representante del orden.
--En realidad, aquí ya estoy estorbando --se dijo Antonio– y con las orejitas gachas se marchó para su coche, con tal dolor de cabeza que se le quitaron todas las ganas de seguir trabajando. Sentado con la cabeza apoyada en el volante, pensaba y pensaba lo cerca que había tenido otra vez más a la bestia de la guadaña y quien sabe si no sería la última que se había burlado de ella.
Ensimismado, con los ojos humedecidos, sus pensamientos iban retrocediendo hasta medio siglo atrás reviviendo sus primeros años de existencia con el paso por este mundo tan errante siempre para él con el calvario de su vida a cuesta siempre.
A los cinco años perdió a su madre, un año después, mataron a su padre junto a otros cuantos hombres más delante de él y desde entonces anduvo errante, de pueblo en pueblo y de suplicio en suplicio. Tuvo que alistarse en la Legión, para huir de las garras de la justicia que pretendía encausarle en la muerte de uno de los asesinos de su padre, allá por tierras extremeñas. En la Legión, consiguió las estrellas de teniente ya cuando creyó que lo que necesitaba era tranquilidad pidió su jubilación, que le concedieron con la graduación de capitán honorífico, conservándole su misma paga en la jubilación.
Una vez jubilado, se trasladó a Madrid en compañía de otros compañeros que, año tras año, habían luchado juntos contra los avatares del destino, trabajaron en toda clase de oficios hasta conseguir el de taxista en el que parecían estar más conformes que con todos los que tuvieron, a juzgar por el tiempo que ya llevaban en él. Aunque renegando a cada momento, aguantan y aguantan aferrados a sus volantes, días tras días, desde que amanece hasta altas horas de la noche para dar de comer a sus, hijos como todo buen padre, bien nacido, que se precie de ello; a pesar de que Antonio no era de los que peor escapaban.
Antonio, con sus primeros ahorros, se compró un pisito modesto y se casó tras varios años de relaciones con Margarita, guapa madrileña y excelente compañera, dotada de todos los dones necesarios para hacer feliz a su marido.
Tuvieron un hijo a los dos años de matrimonio al que llamaron Jesús y dos años después tuvieron una hija a la que pusieron de nombre Aurelia y que dieron en llamar Leli. A pesar de no tener nada, el matrimonio lo tenía todo cuanto se puede desear en este mundo, salud, trabajo y amor a raudales, lo que con razón había contribuido a hacerles felices y olvidarse por completo de su terrible niñez y desolada juventud que tantos años le acompañó. Recuperado de aquella momentánea depresión levantó la cabeza del volante y dándose ánimos a sí mismo se dijo--¡Hóstioles! ¿Qué hago yo aquí lamentándome como un niño? En realidad, no me ha pasado nada. En apuros mucho peores que este me he visto muchas veces y no se hundió el mundo. Por mucho que pase nunca se juntará la tierra con el cielo, vámonos a trabajar que ya nos dirán lo que ha pasado.
Unas horas más estuvo Antonio transportando viajeros de un lugar para otro por todo Madrid. Nadie comentaba nada, bien por que nada se sabía o el que sabía algo no quería comentarios de ninguna clase.
Como el gusanillo de su estómago empezaba a despertarse anunciándole la hora del desayuno, se encaminó a la Glorieta de Quevedo. Allí se encontraba el bar de un ex legionario y compañero suyo que todos los días se juntaban en corrobla a desayunar, tomar la copita y charlar un buen rato de todos los acontecimientos queriendo arreglar el mundo por su cuenta.
El dueño de “La Extremeña” --como así se llamaba el establecimiento-- es Manolo, apodado el Belloto, extremeño de pura cepa, bajito y regordete, más cerrado que una mula de carga y con más corcho que un alcornoque de su tierra, ni la Legión ni los Madriles habían sido capaces de cepillarle, pero con un corazón tan grande como la fuente de la Cibeles. Era capaz de quitarse el pan de su boca para dárselo a cualquier necesitado que se acercara a su puerta, como la mayoría de los extremeños. Tenía precios especiales para sus amigos los taxistas y se divertía haciéndoles rabiar, aunque alguna de las veces tuviera que aguantarles algunas de las bromas pesadas que le daban pero al final todo quedaba en bromas y risas.
Por seis pesetas les daba café gigante con tres porras; por dos pesetas más añadía una copita de orujo --aguardiente extremeña-- que como bien dicen por aquellas tierras, solo la beben los hombres de pelo en pecho, ya que, desde que acercas la copa a los labios no le pierdes el rastro por donde va pasando hasta pasado un buen rato en que parece querer salir a tierra por los carcañales con un leve cosquilleo.
En cuanto Antonio atravesó el umbral de la cafetería y Manolo le puso la vista encima no pudo por menos de soltar una eufórica carcajada al mismo tiempo que preguntaba:
--¿Qué te ha pasado, Peseta? ¡Vaya cuerno que te han puesto!
--Gajes del oficio Manolo --contestó Antonio llevándose la mano a su chichón--, el que no se embarca no se marea.
--Pues como vengan los otros vas a tener pitorreo. Parece tal mente que te ha salido un cuerno. ¿Si quieres te pongo el berbajo para que te vayas antes de que vengan esos granujas? Yo lo digo por tu bien, luego no te enfades si se meten contigo.
--¡Calla bruto! Ponme un matarratas antes, a ver si se me pasa el susto de encima. Sin poderlo remediar, al mirarse en el espejo, empezó a reírse de su abultado chichón.
--Aquí tienes una de matarratas –dijo Manolo– para que deshollines el guargüero mientras preparo el berbajo para que desayunes.
En aquel preciso momento aparecían, por la puerta de la Extremeña, sus inseparables amigos taxistas Román, el Andaluz y Pepe, el Zamorano, discutiendo a voces, como siempre tenían por costumbre.
--Andaluz tenías que ser --decía Pepe--, mira que sois exagerados, de una pulga hacéis un elefante y os quedáis tan tranquilos, y lo peor es que os lo creéis hasta vosotros mismo. ¿No comprendes que eso no puede ser verdad?
--Que sí, cabezón. Que me lo ha dicho uno que vive al lado y lo ha visto saltar adentro por encima de la pared.
--¡Anda, anda! A ti, el que te conozca que te compre.
--¡Ojú! ¡Quiyo! --exclamó el andaluz apuntando con el dedo índice de su diestra al chichón de Antonio acompañado de una fuerte risotada--. Manolo, llama al Cordobés para que venga a lidiar a este Victorino. ¡Madre mía!
--Si te lo tengo dicho –dijo el Zamorano--, Antonio no vayas de “Cabaretes” por esos Madriles, que luego la parienta empuña la sartén y te endiña en los morros con ella, y tú nada, dale que dale a las faldas.
--A ver si no os metéis con el chaval –intervino Manolo– que no ha sido nada de todo eso. Ha sido con la cachera, con lo que le ha pegado una trompada en el tectul la parienta.
Antonio que había vuelto la cabeza al oír al Andaluz aquello de “saltar dentro por encima de la pared”, y cuyo movimiento estaba dando pie a todo aquel pitorreo, encarándose de no muy buena gana con el Zamorano exclamó.
--¡Maldito Hurraco! ¿Pero por qué siempre tienes que estar metiéndote con migo?
--Contigo no, con tu cuerno –intervino muy gracioso el andaluz.
--¡Maldito Gazpacho a destiempo! Como vuelvas a reirte de mi chichón salgo y te pincho las cuatro ruedas de la tartana.
--Manolo, saca el espejo que este chico pueda contemplar su cornamenta –remachó el Zamorano.
--Ya te dije que te fueras antes de que vinieran estos bichos --dijo Manolo--, ahora no te enfades.
--¡Maldito Belloto! Como te coja te descorcho de arriba abajo. Por listo, hoy no te pagamos –sentenció Antonio.
--Para eso os cobré ayer una ronda demás --contestó burlonamente el Belloto.
--¡Pero será gorrino! Conque nos estafas y encima nos lo dices y te quedas tan pancho --dijo el Zamorano.
--¡Toma, pues claro! El que da de manos da dos veces –dijo aquel sincero camarero riéndose de todos ellos.
--Antonio, tú a lo tuyo –pidió el Zamorano--, cuenta ya de una vez qué es lo que te ha pasado.
--Pues nada --contestó Antonio--, una señora distraída que se tiró a la calle desde la acera lejos del paso de peatones sin mirar y por no cargármela, pisé a fondo y me di con la luna delantera en toda la cornamenta.
--¿Le pasó algo a ella? --preguntó el Andaluz.
--Nada --contestó Antonio--, lo único este chichón que tanta gracia os ha hecho a todos vosotros y que maldita la gracia que me hace a mí.
--¡Menos mal! Para chasco te quitaran el carne, como me lo quitarán a mí y, además, no te dieran licencia tampoco –dijo Román, el Andaluz--, porque eso de la licencia, ya lo doy por bien perdido.
--¿Cuándo tienes el juicio? --preguntó Pepe, el Zamorano.
--El día cinco, la víspera de los Reyes. Le había prometido a la chica que le compraría un ciclomotor para que vaya y venga a la Universidad, pero ya veis, todo nuestro gozo se cayó al pozo. Tendré que buscar trabajo de peón de albañil, si lo encuentro, en alguna obra de la construcción para poder sobrevivir hasta que me devuelvan el carnet. Doce años trabajando en este oficio, se te cruza un peatón y como le toques te arruina la vida y tu porvenir. Tanto luchar por la democracia y la igualdad en el sector del taxi y … ¿Para qué? Somos los últimos monos que pisamos el asfalto de este monstruoso Madrid.
--El taxista, siempre es el culpable y siempre paga, aunque, como en mi caso, fuera inevitable; y gracias a mi experiencia y habilidad solo resultara con una pierna rota. ¡Qué le vamos a hacer! Tendrá que ser ese nuestro destino por haber elegido este oficio, tan arriesgado y tan poco renumerado.
--¿Pero tú por qué no has intentado solucionarlo? --preguntó Antonio-- hablando con ella.
--Sí. Pero ha sido inútil. Fui a verle al hospital y ordenó a las enfermeras que no me dejaran entrar. Cuando salió del hospital fui a su casa a verle y una de las sirvientas, muy encofiada, me pidió mi tarjeta de visita devolviéndomela al poco rato con la siguiente nota escrita en el reverso: “No quiero verle y como pueda le hundo. ¡No sabe con quien ha dado!
--Creo que con la repuesta que me ha dado y viviendo, como vive, en la calle de Serrano, debe de pertenecer a una de esas familias de alta alcurnia que con solo mover un dedo lo tienen todo a pedir de boca.
--Ó mucho me equivoco, o te has caído con todos los palos del chozo –intervino Manolo, el Alcornoque--. Te veo sobando cemento hasta que te jubiles, macho.
- -Antonio, sentado en uno de los taburetes ante el mostrador y con los codos apoyados en él. Un humeante pitillo entre los dedos de la mano izquierda, en cuyo dedo pulgar apoyaba la frente, y la mirada fija en la copa de cristal que tenía delante, cual afamado futurólogo ante su bola de cristal que quisiera escudriñar los más recónditos entresijos de aquel fuerte licor los designios del destino. Escuchaba atentamente todos los pormenores relatados por el Zamorano, sintiendo un fuerte latigazo en su corazón con cada uno de ellos. Ese mismo drama, esos mismos apuros, esa misma ruina estaría recomiendo sus entrañas en aquel momento si se hubiera distraido unos segundos más. Pero nunca se sabe como acertar, porque si un rato después hubiera ido unos segundos más atrasado de lo que iba por la calle de Claudio Coello, le hubiera pillado la honda expansiba de la explosión y en aquel instante estaría de cuerpo presente, sin lugar a duda. En este trabajo, nuestra vida, nuestra ruina y la de todas nuestras familias, tan solo dependen de unos segundos que te estás jugando a cada momento cada día. Levantó la copa de aguardiente hasta la comisura de los labios y de un trago apuró su contenido acompañándole un leve carraspeo que se escapó de su garganta producido por el fuego del fortísimo licor al pasar el alcohol por su garganta y un segundo después, como una hiena herida rugía gritando atronadoramente.
--¡No sabes con quien has dado! ¡No sabes quién soy yo! Palabras absurdas y horripilantes que he oído toda mi vida desde que tengo huso de razón. Son pronunciadas siempre por un sector de esta Piel de Toro, que se cree superior a los demás. No se dan cuenta que todos venimos al mundo completamente en cuero; sin nada que nos diferencie a unos de otros, con la misma dignidad. Tan digno de respeto es un pobre taxista como un poderoso millonario; que cuando nos vamos de este mundo aquí lo tenemos que dejar todo y volvemos a ser todos iguales.
--Tú no vas a sobar cemento, como dice este Belloto, ni tu chica se quedará sin ciclomotor. Tú tendrás esa licencia que te concederá el Ayuntamiento, por el pago a tu arriesgado esfuerzo de doce años al servicio del público de Madrid, para que sigas trabajando por tu cuenta y riesgo hasta que te jubiles, sin que tengas que depender de ningún patrón. Que conste que no tengo nada contra los patronos. La verdad no tiene más que un camino y nosotros emprenderemos ese camino por muchos recovecos que tenga para que no te condene ningún juez. Vamos a impedírselo nosotros. ¡Uno para todos!
Dicho esto, dio un fuerte puñetazo en el mostrador dejando inmóvil su puño cerrado. Este gesto fue comprendido rápidamente por sus amigos que se apresuraron a colocar sus puños encima del de Antonio gritando a forma de juramento:
--¡Todos para uno!
Manolo --el dueño de la Extremeña-- que en ese mismo momento llenaba las copas de aguardiente, también aumentó la torre de puños con el suyo y haciendo un ademán a los taxistas para que cogieran las copas con las manos libres, alzó la botella y exclamó antes de engullir buena parte del aguardiente que contenía:
--¡Por el éxito! Si hay que pagar, pagamos; si hay que rodar, rodamos, aquí está el Belloto para lo que haga falta, que todavía ningún chulo ha tenido salero para arrugarle las pateras. Si es menester repartir cacharrazos, se reparten.
--Se trata de usar la inteligencia, animal, no la fuerza bruta --contestó el Zamorano.
--Por cierto --recordó Antonio--. ¿Qué puñetas era lo que veníais discutiendo cuando entrabais por la puerta?
--¡Ah, sí! --contestó el Zamorano--. Este “jodído” Gazpacho que me quería embolar un rollo de los suyos. Dice que ha habido una explosión en Claudio Coello, entre Maldonado y Diego de León y que ha pillado a unos compañeros y ha levantado los coches por encima de los tejados y ha metido algunos dentro de la iglesia de los Jesuitas. ¿Tú puedes creerte eso?
--Puede que tenga toda la razón del mundo –contestó Antonio--, yo iba por allí y me estalló en la culera. Chicos, ¡Qué cosa más horrible! Me levantó el coche de atrás y me cayó encima una ventana de cristal. Os juro que en mi vida he pasado susto mayor y mira que me han pasado cosas gordas.
--¿Pero es cierto eso? --preguntó Manolo--. Aquí nadie ha dicho nada en toda la mañana.
--Claro que es cierto, ¡Alcornoque! ¿O es que yo tengo fama de embustero?—contestó Antonio.
--Entonces, por poco te pilla bien pillado --dijo el Andaluz-. Y decía este pedazo de Hurraco, que no podía ser.
--Perdona hombre, pero es que... –se excusó Pepe un poco avergonzado.
--Ese compañero del que habláis, me pareció verle por el retrovisor que giraba por Maldonado. A lo mejor es que paró por allí. Lo cierto es que a mí me pareció que un coche negro, grande, venía detrás de mí, un poco retirado, y ni salió de la polvareda ni he podido verle después por allí. A mí también me pereció ver coches por los aires, a través del retrovisor, pero no estoy muy seguro. Yo, también he visto el trozo roto de la pared de los Jesuitas, y aunque muy difícil, nada raro es que ese coche que venía detrás de mí haya saltado por allí y esté dentro de la iglesia, pero de ser así tiene que haber muertos dentro.
--Pero para levantar un coche, de las características que tú lo pintas, por encima de los cuatro pisos que tiene ese edificio y tirarlo dentro –arguyó Pepe, el Zamorano-- solo lo pueden hacer con una mina de mucha potencia y pillarlo de lleno muy bien pillado, y si ese coche iba en marcha, eso está hecho por técnicos muy especializados. Tú sabes de eso mucho mejor que yo, tienes muchos años de experiencias en ese oficio.
--También aseguraba este viajero –decía el andaluz-- que seguramente habría explotado algún depósito de gas ciudad.
--De ninguna de las maneras ha podido ser eso –contestó rotundamente Antonio.
--¿Por qué no? --preguntó el Manolo.
--Muy sencillo --contestó Antonio--. De haber explotado el gas, en esas condiciones, al pasar yo, tendría que haberlo olido necesariamente, y no olí nada, ni mi viajera tampoco. Además, para que te convenzas de una vez, en la esquina de la calle de Maldonado con Claudio Coello, como todos conocéis, están los talleres de soldadura de excapes, de los que yo soy cliente, y ya estaban trabajando porque el encargado, como casi siempre, estaba a la puerta y al pasar nos saludamos. Por cierto que a esos no les habrá ido nada bien, si es que ha sido la cosa como nos la figuramos.
--De haber sido una mina --continuó Antonio– han tenido que meterle al menos ciento cincuenta Kilos de dinamita, según el explosivo que hayan utilizado.
--¿Pero a santo de qué viene ahora un atentado de esa clase? --interrogó el Zamorano.
--Tener en cuenta --dijo Antonio-- que hoy celebraban el juicio ese que han dado en llamar “Mil uno”, contra esos ocho comunistas, como llaman los Franquistas, y posiblemente las condenas sean de muerte. Tener en cuenta que entre el Sur de Francia y el Norte de España se está creando un grupo terrorista que se denomina ETA y que dicen ser “ Antifranquistas”, que no me extrañaría ni un pelo de que fueran por ahí los tiros.
--Ya nos enteraremos de lo que sea -dijo Manolo-. Aquí comentan todos los chismes y con pegar bien la oreja vasta; ya veréis que rápido me entero de lo que haya pasado en realidad, menuda trompa tengo yo para eso.
--Pues tú pega la oreja todo lo que quieras, pero ten cuidado con la “mojada”, mira que a estas horas andarán los gabardinas --la secreta-- rastreando por todos los rincones y como se te escape algo fuera de lo normal tenemos que ir a por ti al hotel Las Rejas --advirtió muy serio Pepe.
--No os preocupéis -dijo Román-, este Belloto será todo lo bruto que queráis pero de tonto no ha tenido nunca ni un pelo, cuando está detrás del mostrador es como un menor de edad, ve y oye pero no abre la boca.
--Bueno chicos, que por hoy ya está bien de cháchara y de copitas. Vámonos a nuestra tarea que a este paso hoy no saco ni para darle de beber a la burra y hay que tener contento al jefe para que suelte el aguinaldo, que si no lo suelta no probamos los turrones.
--A mí ya me lo dio ayer --dijo Román-– y el hombre se ha estirado bien este año, ha metido en la cesta un pata negra y una chiva, calcular como me voy a poner estas Navidades.
--Señal de que te lo mereces —contestó Manolo--. A mí no me regala nadie nada.
--Luego os quejáis de los patronos, habrá algunos malos, no lo discuto, pero también los hay buenos, como en todos los gremios –-dijo Antonio.
CAPITULO II
MUERTE DEL FRANQUISMO
Los tres taxistas se despidieron de su buen amigo Manolo, que entre bromas y pitorreos, todos los días les hacía pasar un rato agradable consiguiendo que, aunque solo por un rato, se olvidaran del enorme cansancio que les producía el volante.
Quedaron todos de acuerdo para ocuparse seriamente del problema de Pepe, el Zamorano, comenzando por ir al día siguiente a visitar a la señora e intentar que retirara la denuncia. Y allí dejaron a Manolo en su bar sirviendo sus verbajos y copichuelas de matarratas, como él les llamaba entre sus amigos.
Nada más salir de la Extremeña, Antonio empezó a sentir algo raro fuera de lo normal por las calles de Madrid. Las gentes caminaban cabizbajos, muy deprisa, mirando de reojo a todas partes como si estuvieran esperando algo raro. Los Ministerios y Centros Oficiales estaba repletos de Grises, y en todos los puntos o cruces más importantes estaban tomados por las Lecheras llenas de Grises dentro. Los “Cetas” de los Gabardinas, parecían culebras serpenteando entre los coches con sus atronadoras sirenas y los inconfundibles destellos azules.
--También es casualidad –-se decía Antonio--, todos los días aguantando las chorradas de este puñetero cacharro y hoy que me hace falta se estropea. Nada que no hay forma de que suene. ¡Todo sale mal hoy! Pues lo llevamos claro, cada vez hay más guardias y lo raro es que van más coches militares de lo normal por las calles.
--¡Coño! Pero si están poniendo controles, registrando a los coches particulares y pidiendo la documentación a los peatones con malas pintas, y este cacharro sin funcionar. ¡Maldita sea!
Serían sobre las doce de la mañana cuando Antonio subía con su cartel de libre, desde Legazpi, por el Paseo de las Delicias y en la Glorieta de Carlos V, frente a la estación de Atocha le paró un mozalbete de unos dieciocho años rogándole le llevara cuanto antes a la Plaza de Castilla, al mismo tiempo le preguntaba:
--¿Sabe usted que puñetas pasa hoy en Madrid? Me han parado ya dos veces y, además de pedirme la documentación, me han cacheado.
--Pues no sé nada. Se me ha estropeado la radio y no me entero de nada. Te verán cara de sospechoso con esa barba que llevas.
--Si no fuera por que me están esperando unos señores, que no puedo hacerles esperar, ahora mismo me pasaba por una barbería. ¡Tiene narices la cosa! Que no pueda uno ir por la calle como le dé la gana.
Al llegar a la Plaza de Colón, Antonio se percató de que un coche le seguía y no le quitaba ojo a través de su retrovisor.
--Seguro que es la secreta -se dijo Antonio para sus adentros-, pues este chico de anormal yo no le veo nada. De todas formas yo no quiero jaleos, lo mejor será despistarlo y deshacerme de ellos cuanto antes, por sí acaso.
Arreó cuanto pudo zigzagueando entre los coches Castellana arriba cruzándose del centro al lateral y del lateral al centro y su perseguidor pegado a sus talones sin poderse deshacer de él por más que lo intentaba.
En la Plaza del Cuzco, optó por pasar un semáforo en rojo y el coche que le seguía hizo lo mismo. Ya no le quedaba ninguna duda de que le seguía a él y creyó conveniente avisar al chico que ni se había percatado de tal persecución.
--No mires para atrás, ese coche nos viene siguiendo desde Atocha. ¿Estás metido en algún lío?
--En nada. Se lo prometo. Soy ingeniero y trabajo honradamente, no tengo nada que temer, pero hay que andarse con mucho cuidado que te cogen, te soban los morros bien sobados y con ellos te quedas sin darte más explicaciones.
--Mira –-dijo Antonio--. Me pones en el asiento delantero el importe de la carrera, yo los despisto en la Plaza de Castilla, y en cuanto yo pare sales corriendo y te pierdes lo mejor que puedas, ya me las entenderé yo con ellos después.
Así lo hizo. Apuró el disco cuanto pudo para solo poder pasar él y sus perseguidores se quedaron cortados por el tráfico sin poderse mover, cuando estos llegaron donde Antonio, el chico se había perdido por aquellos alrededores.
--A por mí que vienen --se dijo Antonio al ver que sus perseguidores se paraban detrás de él y se bajaban del coche viniendo a su encuentro.
--¡Teniente Séneca! -exclamó uno de ellos.
--¡Tachuela! ¡Mostaza! --exclamó Antonio-- ¿Que recontra puñetas hacéis por aquí vosotros ahora? ¡Vaya sorpresa!
--¡Cuánto tiempo sin verte! --exclamó el Mostaza--, creímos perderte, venimos hace un rato detrás de ti y no había forma de echarte el guante. ¡Carajo con los taxistas! Con razón os llaman los ases del volante.
--¡Que alegría! --exclamó el Tachuela--. ¿Cómo te va en todos estos años? Hace unos años te vio tu, entonces comandante, y te perdió sin poderte saludar. Por eso ahora me dije que aunque me tuviera que saltar todos los semáforos de Madrid no te perdía.
--Yo pensando que erais de la secreta que perseguíais al viajero que traía os venía esquivando. Si podéis, os invito a lo que podáis tomar en aquel bar y charlamos un rato.
--No puede ser --contestaron los dos a un tiempo-, estamos de servicio.
--¿De servicio vosotros aquí? ¿Continuáis en los servicios especiales? ¿Qué se trae entre manos hoy la inteligencia?
--Ahí seguimos –-contestó Tachuela--, hemos llegado esta mañana en avión y andamos dándole a la trompa por todo tu Madrid.
--Hemos estado revisando el atentado de Claudio Coello y vamos a entregar el informe al Pardo –dijo Mostaza.
--Ya sabía yo que se trataba de un atentado –-dijo Antonio.
--¿Ya lo sabías? --preguntó Tachuela.
--A medias –dijo Antonio al tiempo que se acercaba a la baca de su taxi y mostraba unos trozos de cristal--, mirar, aquí tenéis alguno de los cristales que me cayeron encima.
--¿Y no te pasó nada? -preguntaron extrañados los dos al mismo tiempo.
--Gracias a Dios, nada.
¿Qué nos puedes contar? Al menos a un compañero tuyo le ha enganchado y está grave —dijo Tachuela.
--¿Ha habido mucha chicha? --preguntó Antonio.
--Bastante, bastante –contestó el Mostaza.
--Tengo una curiosidad desde esta mañana. ¿Sabéis qué ha sido de un coche grande y negro que venía detrás de mí, un poco retirado? Por más que miré después no fui capaz de verle por ninguna parte, y estoy seguro de que venía detrás de mí –-preguntó Antonio.
--Mira Antonio, tu ya conoces el oficio -–dijo Mostaza- no deberíamos decirte nada, y hasta que no lo den Oficialmente por los noticiarios tienes que echar cremallera, ya sabes.
--Por supuesto --contestó Antonio.
--En ese coche –dijo Tachuela-- iba Carrero Blanco y dos escoltas, lo han saltado por encima de la tapia de los Jesuitas y están dentro en una terraza muertos los cuatro.
--Y yo no estoy con ellos de puritito milagro. Los vi volando por encima de los tejados pero no sabía quien podía ir dentro.
--Y menos mal --dijo Mostaza-- que andaba pintando estos día el colegio y no dejaban andar por allí a los chico, si no la matanza hubiera sido de ¡Aupa!
--Lo raro es --dijo Antonio-- que hayan podido pillarlo también pillado y todo tan perfecto. ¿Dónde estaba la carga, en el seiscientos que tenían aparcado en doble fila?
--¿Había algún coche aparcado en doble fila? –preguntó Mostaza.
--Si. Un seiscientos –contestó Antonio.
--Sería la señal para cazarlo –dijo Tachuela.
--¿A cuantos metros de la esquina de Claudio Cuello ha sido la pera? –preguntó Antonio.
--Entre seis y diez –contestó Mostaza --. Justamente frente al 104.
--Pues el seiscientos estaba más arriba, frente al 106, por lo tanto no pudo ser puesto a propósito –dijo Antonio. “(Pasado el tiempo me enteré que aquel seiscientos era de unos pintores que fueron a dar un presupuesto al 106)”.
--Hemos descubierto una señal en la pared del colegio que esa si que puede haberles servido de referencia para tirar de la cuerda –dijo Tachuela.
--¿Tú vistes a alguien subido en una escalera? – preguntó Mostaza.
--No vi a nadie subido en escalera –contestó Antonio.
--Bueno —contestó Mostaza--, nuestra teoría es que han calado, desde un sótano del ciento cuatro, a unos tres metros de profundidad, hasta más de media calle y allí han metido la pera, que ha sido bastante gorda.
--Sí que le han echado cojones sí. Para hacer eso al lado de la madriguera de la Comadreja, y ella bailando alrededor. O ha sido gente muy cabreada, pero muy ignorante o gentes muy lista y muy bien preparada y fuertemente respaldada – apostilló Antonio.
--Ahí le duele –-contestó Tachuela.
--¿Habéis encontrado el sello? ¿Os figuráis de donde viene? —preguntó Antonio.
--Creemos que de E T A –contestaron los dos a un tiempo– y aquí nos tienes como perros trompeando por todas partes —remachó Tachuela.
--¿Y antes no os había llegado nada?-preguntó Antonio.
--Nada de nada -contestó Mostaza -nos han cogido roncando, más o menos.
--Como te gusta husmear Antonio, como en tus buenos tiempos —dijo Tachuela-. ¿Por qué abandonaste el cuerpo? Mira, nosotros ya tenemos las estrellas de teniente, como tú y el comandante tiene las de coronel. Todos sentimos mucho que te fueras ya sabes que todos te apreciábamos mucho.
--Eso es cosa un poco difícil de explicar --contestó Antonio--, aquello para mí terminó, y no creáis que me aburro, me casé y tengo dos hijos que mantener. Además, están aquí también de taxistas el Hurraco, aquel que aseguraba que descendía de Doña Urraca, y el Gaspacho. Manolo, el Alcornoque, tiene una cafetería y todos los días nos da de desayunar, así es que no lo pasamos muy mal, algunas veces recordamos aquellos tiempos.
--Me gustaría saludarlos --dijo Mostaza-- pero me temo que no vamos a poder, dales recuerdos de nuestra parte.
--Seguramente que se alegrarán de que nos hayamos visto. ¿Os habéis casado? -preguntó Antonio.
--Nada, nada —dijo Tachuela-, nosotros las divertimos y ellas solitas se mantienen.
--¡Vaya pareja de pillos! Bueno que os vaya bien, aquí tenéis mi tarjeta y ha ver si nos vemos con más tranquilidad.
--Adiós, adiós. Recuerdos a tu señora –-dijeron los dos a un tiempo.
Con un emocionado abrazo se despidió Antonio de aquellos buenos amigos y ex compañeros de armas con quienes pasó ratos buenos y ratos muy amargos y las circunstancias de ese día tan trágico les había reunido, aunque por unos instantes, haciéndoles felices a los tres. Aunque a él las noticias que acababan de confirmarle empezaban a intranquilizarle demasiado, y no era para menos. Acababan de matar, nada más y nada menos que al Presidente del Gobierno de España y, por lo tanto, era incalculable los problemas que aquello podía acarrear a todos los españoles en general.
Antonio siguió su faena observando cada detalle apreciable que se le presentaba a su paso, la gente parecía enmudecer de momento en momento, nadie hablaba con nadie, los viajeros no soltaban palabra ni aunque le tirara de la lengua, todo el mundo parecía estar a la defensiva.
Pasó por la calle del Marqués de la Ensenada y le llamó la atención un señor, que a juzgar por su porte, a él le pareció ser abogado, que hacía señas desde la plaza de la Audiencia Nacional, a un grupo de personas que dispersas por los alrededores caminaban observando muy atentamente las señas que aquel señor hacía.
El señor en cuestión, con todo el disimulo que podía, movía las manos que tenía cruzadas en aspa, con las palmas hacía el suelo, asemejando las alas de algún ave volando. Se pasaba repetidas veces el dedo índice de la mano derecha por las cejas y los labios hasta que debió de estar seguro de que su mensaje había sido bien entendido.
Antonio, sabiendo lo que ya sabía, poco tardó en descifrar el mensaje que con tanto misterio estaban trasmitiendo a todas aquellas gentes de los alrededores que comenzaba a desaparecer.
--“Ha muerto el Cejas” –Carrero Blanco--. Cerrada la Audiencia. Suspendido el juicio. No hay manifestación. Dispersaos en silencio”.
--No está mal --se dijo Antonio--, otros lo hubieran hecho peor, seguro que no es la primera vez que este tío hace de correo. Siguió trotando por las calles de Madrid asta ya cerca del mediodía que le entraron deseos de estar con su familia y se marchó para su casa un poco más temprano de lo que acostumbraba diariamente. Como dice ese refrán: “Tanto peca lo demás como lo de menos”, al verle entrar a casa su mujer con el chichón en la frente, del que ya él ni se acordaba, se echó a temblar exclamando:
--¡Hay Dios mío! ¿Qué te ha pasado?
--Nada mujer, no te preocupes que no es nada.
--Pero cómo que no es nada si traes un huevo en la frente. ¿Has tenido algún accidente?
--Nada mujer, no te preocupes. Una tonta que se saltó a la calle desde la acera y por no atropellarla, frené en seco y me di en la frente con el parabrisas, pero no es nada. No te preocupes tanto ¡Chatina!
--Si es que no me dejas ni vivir, desde que te vas por la mañana hasta que vuelves, me tienes en vilo pensando en lo que te puede pasar por esas calles de Dios con tantos coches como hay por todas partes y que van como locos. Algún día te van a espanzurrar vivo. Si tú me hicieras caso a mí dejarías el taxi de una puñetera vez y te buscarías otro trabajo más tranquilo, de administrativo en algún Ministerio, por ejemplo, o en el Ayuntamiento o donde sea menos el taxi.
--Tienes toda la razón del mundo, cariño, pero...
El timbre de la puerta interrumpió la discusión del matrimonio dando un pequeño respiro al maduro taxista, que como siempre, se preparaba para convencer a su costilla de que aun siendo malo su oficio no era de los peores ni de los más peligrosos.
Margarita se fue a abrir la puerta dejando a su marido sentado en el comedor con la palabra en la boca y la esperanza de ver aparecer a los chicos.
Pocos segundos después entraban en tropel sus hijos; Jesús, al que siempre llamaban Chus, de trece años y su hermana Aurelia, a la que llamaban Leli, de once, acompañados de Angelínes -Nines- y Cristina –Tina-, de la misma edad de Leli y de Emiliano de unos diecisiete.
--¡Hola mamá! --saludó cariñosamente Jesús--. Ya nos han dado las bacas.
--Mamá. ¿Puede quedarse a comer toda la basca hoy? ¡Anda guapa! --pidió tiernamente Leli--. Es que tenemos plan para esta tarde. No nos lo chafes.
--Pues no tengo muy buen apaño de comida --contestó Margarita--, pero bueno, me arreglaré como sea. Pasar todos al salón que ya está ahí papá.
--¿Ya está papá? ¡Jo! Ya se fastidió el tinglado.
--¡Pero niña! ¿Qué es eso de que ya se fastidió el tinglado? -- preguntó enfadada Margarita.
--¿Qué pasa? --preguntó Antonio, que al oír el jaleo se levantó del sofá y salió al encuentro del grupo.
--Nada papá –-contestó Chus--, la mocosa, que como sabe que no la vas a dejar venir se ha enfadado.
--¡Imbécil! ¡Machista! --gritó Leli muy enfadada.
--¡Hola Antonio! --saludó Emiliano.
--¡Hola majete! --contestó Antonio--. ¿Cómo te va?
--Bien. Dándole duro a las mate, pero bien.
--Vamos a ver –-dijo Antonio--, tú que, como mayor de todos, digamos, eres el más responsable, ¿Qué es lo que os pasa?
--La verdad es que, como Chus y Leli viven aquí más cerca del cole, pensábamos comer todos aquí para enredarnos menos.
--Bueno, eso no es problema ninguno, aquí coméis todos siempre que se os antoja y no pasa nada. Otra alguna causa debe de haber. ¿Por qué tenéis tanta prisa hoy?
--Verás papá, es que... –-interrumpió Jesús.
--Venga tío --cortó Tina--, suéltale ya el rollo de una vez y que sea lo que sea.
--Vaya misterio que os traéis entre manos todos --dijo Margarita-- decir de una vez lo que queréis y en paz.
--Es que sabe que no la dejaréis ir –-intervino Nines-- y por eso les da corte abrirse.
--Venga hombre --dijo Antonio--, que queréis salir a celebrar las vacaciones todos juntos. Eso está ya hecho hombre.
--Lo que queremos es ir a la manifestación –-cortó Emiliano.
--¡Ha, ya! --exclamó Antonio--. ¿Conque era eso? Pensabais encontrar sola a mamá y que os diera rápidamente de comer y convencerla para que os dejara ir a la manifestación antes de que yo viniera a comer. ¿Qué problema tenéis ahora para manifestaros hoy? Me temo que se os ha chafado.
--Ya lo sabía yo –-murmuro Leli--, a todos los chicos del cole les pueden dejar menos a nosotros.
--¡Pero que conser... sois! --exclamó Chus--, no os apeáis del burro aunque os quiten la albarda.
--Se trata –-dijo Emiliano– del juicio 1001.
--Es para pedir la libertad de los sindicalistas y la abolición de la pena de muerte —dijo Cristina.
--Y contra la opresión del régimen franquista y por el cambio --agregó Angelines.
--¡Pero criaturas! ¿Sabéis vosotros lo que es eso? --dijo Margarita asustada.
--Claro que lo sabemos --contestó Emiliano--. En los tiempos que vivimos ya no se puede consentir que se mate a nadie por defender los derechos de los obreros y la libertad de expresión.
--Me habéis dejado asombradísimo con vuestro razonamiento político, --dijo muy tranquilo Antonio-- y puede que tengáis parte de razón, pero una cosa es predicar y otra dar buen trigo.
--Pero si es que os van a meter a todos presos, criaturas --exclamó Margarita con las lágrimas a flor de piel.
--Poner la televisión --pidió Antonio–. A ver si ya ha empezado. A lo mejor ella os convence mejor de lo que yo pueda hacerlo, porque por mucho que me esfuerce no me vais a creer. Mientras, sentaos a la mesa y vamos a comer tranquilamente al tiempo que charlamos de todo eso. Me gustan esas inquietudes entre vosotros y esos temas tan profundos.
--No ha empezado --contestó Leli--, está la carta de ajuste. Lo dejo encendido para cuando empiece.
--Pues si a esta no la dejan ir yo me voy, no me espero a comer --dijo Emiliano.
--Hombre, me gustaría seguir analizando con vosotros ese tema –-dijo Antonio--, pero..., política a parte, habéis venido invitados a comer a mi casa y de aquí no se marcha nadie sin comer, luego si queréis marchaos todos os marcháis a la manifestación o donde os de la real gana, por mi no habrá ningún inconveniente.
--Callaos que empieza la tele --ordenó Margarita mientras danzaba con los cacharros de la comida ayudada por las chicas.
Con gran sorpresa para todos --salvo Antonio-- en aquel instante el canbio de sintonía anunciaba el comienzo de la emisión, y un tanto extrañados no pudieron por menos de exclamar: ¡Qué pronto empieza hoy!
Efectivamente. En la pequeña pantalla aparecía el locutor de los servicios informativos que dio comienzo a la emisión de aquel día con algo así:
--“Buenas tardes, señoras y señores”:
--“Damos comienzo a la emisión de este día veinte de diciembre de 1973, un poco antes de lo habitual para informal a ustedes de un luctuoso hecho ocurrido esta mañana en Madrid a causa de una fortísima explosión en la capital y que a un principio se creyó haber sido de gas ciudad, en la que, al parecer han resultado varios muertos y un gran número de heridos que, en estos momentos, están siendo atendidos en diversos centros sanitarios de nuestra capital. La zona ha sido acordonada y nuestros servicios informativos se encuentran desplegados en el lugar del suceso. Seguiremos informando dentro de unos instantes. Mientras, les invitamos a escuchar unos compases musicales”.
Ni que decir tiene que no hicieron falta más llamamientos al silencio, ya que todos los comensales soltaron sus cucharas y con los ojos clavados en la pequeña pantalla esperaban la aparición de nuevo del locutor con más noticias.
Antonio, como si con él no fuera nada, seguía engullendo su sopa, cucharada tras cucharada, sin inmutarse lo más mínimo y ni siquiera mirar la pantalla hasta que aquella monotonía fue rota por su esposa que exclamó:
--¡Dios mío! ¿Dónde habrá sido eso? Menos mal que estamos todos juntos.
--Eso, eso -exclamó Antonio- ¡Gracias a Dios por estar ahora todos juntos!
--“Efectivamente. Señoras y señores –volvió a decir el locutor apareciendo de nuevo en la pantalla:
--Según nos informan nuestros servicios informativos desplazados al lugar del suceso, esta mañana, entre las nueve y nueve y cuarto, se ha producido una explosión frente al número ciento cuatro de la calle de Claudio Coello de Madrid, resultando varios coches destrozados y numerosos daños en todos los edificios colindantes. A causa de la explosión se ha producido un enorme socavón en el pavimento destruyendo las canalizaciones de agua gas y electricidad que pasan por esa calle bajo tierra. Tanto los bomberos como todos los servicios de emergencia de la ciudad se encuentran en el lugar del suceso intentando restablecer la calma entre los vecino y tratando de cortar los servicios de gas y agua para achicar la enorme riada de agua y el gran olor a gas que en estos momentos inundan gran parte del Barrio de Salamanca. Seguiremos informando a ustedes e breves momentos. Mientras les invitamos a escucha unos compases musicales”.
--¡Caray! --exclamó Emiliano--. Ha sido gordo.
--¡Jo! Van dando las noticias a contra gota –-dijo Angelines.
--Si no os parece mal --opinó Antonio– deberíais llamar ahora mismo a vuestros padres y decirles que estáis aquí comiendo en mi casa con migo y que yo os llevo después, que todo esto ellos ya lo saben hace rato y estarán intranquilos.
--¿Pero tú ya lo sabías? --preguntó Margarita.
Iba a contestar Antonio a su mujer pero la aparición del locutor en la pantalla de nuevo no le dejó abrir la boca.
--“Señoras y señores --dijo el locutor de las noticias diarias--, como ya venimos informando, en la explosión ocurrida esta mañana, frente al número 104 de la calle de Claudio Coello, al parecer, un de los coches que circulaban por ese lugar en el momento de la explosión, fue alcanzado de lleno e impulsado por los aires por encima de las cuatro plantas del colegio de los Jesuitas, sito en ese lugar, y tras derrumbar parte de la cornisa ha caído dentro del colegio encima de una de las terrazas, donde a diario a esas horas está repleta de alumnos a la entrada de las clases. Al parecer, hoy se encontraba desierta, sin alumnos, ya que en estos días están reparando las clases de esa ala del edificio, lo que ha evitado que la catástrofe hubiera sido mayor. Seguiremos informando dentro de breves momentos. Hasta tanto sigan ustedes escuchando unos breves compases musicales”.
--Pues, para tirar un coche por cima de cuatro pisos tiene que haber sido un pedo muy gordo –-dijo Jesús.
--¿Esto no será algún atentado? --preguntó Leli.
--¡Calla, calla! --exclamó su madre.
--Pues dice mi padre –-dijo Emiliano que venía de hablar por teléfono desde la entrada de la casa donde estaba colgado.
--Que ha sido un atentado --le cortó Antonio– y que han matado a Carrero Blanco.
--Ciertamente —exclamó asombrado Emiliano-- ¿Cómo lo sabías?
--¡Hombre! A parte de otras cosas, de lo que pasa por las calles de Madrid, normalmente, los primeros en enterarse siempre son los taxistas.
--¿Tú ya lo sabías papi? --preguntó Leli.
Antonio iba a contestar a su hija pero le dejó, como veces anteriores, el locutor con la boca abierta.
--“Seguimos informando, señoras y señores. Al parecer, dentro del automóvil que ha caído dentro de la terraza del colegio de los Jesuitas, hay varios cadáveres y los servicios de bomberos se encuentran trabajando en el rescate de los cuerpos entre el amasijo de hierros retorcidos del coche. Según noticias, sin confirmar todavía, uno de los cadáveres, ya rescatados de entre el amasijo, pudiera pertenecer al cuerpo sin vida del Presidente del Gobierno, Almirante Carrero Blanco, y posiblemente, los demás cadáveres puedan pertenecer a los dos escoltas que le acompañaban y al conductor del Presidente del Gobierno.
Según informaciones recogidas por nuestros equipos destacados en los centros médicos de esta capital están siendo atendidos diversos heridos de consideración. Entre ellos dos niñas de corta edad con múltiple heridas y contusiones por todo el cuerpo, de pronostico grave, así como varios adultos de pronóstico leve, uno de los más graves parece ser que se trata de un conductor de taxi que fue alcanzado por honda explosiva y al parecer le ha sido apuntado un brazo. Al parecer otro taxi con viajeros, según informan testigos presenciales, que iba delante del coche del Presidente del Gobierno, también ha sido alcanzado por la honda expansiva y no se tienen noticias de los heridos ni en que centro están siendo atendidos.
Según una nota que nos acaba de llegar –continuó el locutor-- ha sido ya rescatado otro de los cadáveres pertenecientes a uno de los escoltas del presidente.
Equipos especiales de artificieros el ejército están examinando el lugar del siniestro y han encontrado un túnel bajo el edificio del número ciento cuatro con restos de goma dos y claros indicios de explosión provocada por explosivos. Por lo que, con toda seguridad, podíamos afirmar que se trata de un atentado contra el Presidente del Gobierno, producido por una carga de goma dos desde una profundidad de dos metros bajo el centro de la calle.
Como es de comprender, en estos momentos, reina la confusión, la rabia y el dolor en todos los medios políticos, con la consabida confusión informativa, por lo que nuestros equipos se están esforzando por recobrar toda cuanta información se vaya produciendo y que transmitiremos a ustedes inmediatamente.
Según una nota que acabamos de recibir sigue sin saberse nada del paradero de los ocupantes del taxi que precedía al coche del Presidente, en cuanto tengamos noticias de él se las comunicaremos a ustedes”
--Que yo sepa, a ese no le ha pasado nada –dijo Antonio a la vez que se miraba todo su cuerpo.
--¡Que embolada macho! Esto va a traer cola —dijo Emiliano.
--¡Dios mío! ¡Antonio!. Que tú eras ese que iba delante –exclamó Margarita--. ¡Hay que me da algo! ¿Cómo has tenido el valor de no decirme nada desde que has llegado? ¿Por qué me has mentido? Lo del chichón ha sido de eso. ¡Mal marido! ¿Te parece bonito? Por poco te traen en parihuelas expamzurrado y tú sigues trabajando tan pancho. ¡Dios mío! ¿Qué pecado cometería yo para casarme con un taxista como este? Yo no gano para sustos.
-Pero mujer, si no me habéis dejado ni abrir la boca. En lo del chichón no te he mentido, es cierto que fue antes y a causa de una señora.
--¿De verdad que casi té despanzurran papá? -preguntó Leli.
Antonio con un movimiento de cabeza afirmativo le dio a entender que si era cierto.
--¡Jo! Que hombrada –-exclamó Jesús--, con las ganas que tengo yo de encontrarme con alguna aventura de esas.
--¿Qué sentiste en aquel momento? --preguntó Emiliano--. ¿No te arrugaste ni nada?
--Es una chulada de las buenas –-agregó Angelines.
--¡Que guay! --exclamó Tina--. Ha sido un flechazo al mismísimo corazón del Franquismo.
--Ese Cejas -dijo Leli-, era el facha más facha de todos los fachas.
--¡Niña! --exclamó Margarita--. Pero qué lenguaje es ese, si solo eres una mocosa.
--Como me mola –-dijo Tina muy eufórica.
--Entonces –-cortó Angelines--, con eso del pedo, lo mismo se arrugan y no hay marcha.
--¡Qué güay! ¡Qué hombrada! ¡Cómo mola! --cortó Antonio--. Me dais verdadera pena, vosotros y toda vuestra generación. Pensáis exactamente lo mismo que los jóvenes del treinta y seis, que solo sabían decir: “¡Mátalo! ¡Mátalo o te mato yo a ti! ¡Es un rojo, duro con él! ¿Qué importa si mueren esas niñas inocentes? –-siguió Antonio--. ¿Qué importa que un jodido taxista haya perdido un brazo mientras buscaba el pan de sus hijos? ¿Qué importa que hubiera explotado el coche dentro del colegio y hubiera matado a un montón de niños? ¿Qué importa si eso pasa en vuestro colegio otro cualquier día? ¿Qué importa que mi carroña pudiera estar ahora dentro de un catafalco con cuatro cirios encendidos? Para vosotros nada. ¡Ignorantes!
--Lo mismo que a aquellos de entonces. Unos levantando el puño izquierdo, cantando la Marsellesa, vociferando, destruyendo cuanto podían, insultando a todo el mundo, humillando al que no le seguía, arrasándolo todo por donde pasaban, solo pensaban en comerse lo de los demás, pero ellos no daban un palo al agua. ¡Que trabajen los curas y los ricos! Gritaban a todas horas, y llegaron a conseguirlo con la República. Pero el mal camino nunca llega a ninguna parte.
--Empezó el descontento –-siguió Antonio--, estos de ahora, con la mano derecha levantada al frente y cantando el Cara al Sol, con el pelo engominado y la chulería por delante siempre, destruyendo cuanto podían y culpando de ello a los otros. Nada importaba lo que pudiera pasar, nadie pensaba en lo que pudiera pasar. Había que derribar la República y la derribaron. Había que implantar una dictadura y la implantaron. ¿Qué importaban las muertes de tantos padres de familia? ¿Qué les importaban las viudas? ¿Qué les importaban los huérfanos como yo? Nada en absoluto.
Ahora, os lavan el coco y os meten en la cabeza que hay que derribar al Franquismo y vosotros a reírle la gracia y os dejáis llevar por donde esos “Superdotados”, de siempre, os quieran conducir. Ya lo veis, hay que hacerlo matando y matando, derramando sangre tan inocente como las de esas niñas y ese taxista.
¿Es que no existe otra manera de arreglar las cosas? -se preguntaba Antonio--. Nosotros, nuestra generación, pagó muy caro el odio, la rabia y la ira de la generación de nuestros padres, sufrimos la guerra civil, hambre, miseria, odio, opresión, fusilamientos y toda clase de barbaridades que os podáis imaginar y, en general, nadie de nuestra generación, por nada del mundo, quisiéramos que vosotros paséis por algo tan horrible como aquello.
Nos estamos sacrificando para que podáis estudiar en buenos colegios, tenéis cuanto queréis y no estáis nunca conformes. Sois la generación más afortunada que desde hace siglos tuvo España, y no sabéis apreciarlo. Algún día comprenderéis que la violencia para nada sirve, solo engendra más odio. Nunca hagáis caso solamente a lo que oigáis de una de las partes; para poder sentenciar justamente y dar la razón al que la tenga es menester oír a todas las partes interesadas y después opinar.
Me habéis preguntado por lo que sentí cuando vi volar los coches detrás de mí por encima de los tejados --dijo Antonio muy serio-. -¡Miedo, mucho miedo! Lo confieso públicamente, sin rubor ninguno ni acojonamiento de ninguna clase.
Hoy que con la muerte de Carrero Blanco, podéis considerar el día de la muerte del Franquismo, he sentido y siento tanto miedo como el día veinticuatro de septiembre de mil novecientos treinta y seis, cuando recibió la confirmación, ese mismo Franquismo, con los fusilamientos de miles y miles de hombres impunemente.
Entonces, como esta mañana, sentí miedo al ver a través del resplandor de las metralletas cómo se doblaban y caían al suelo aquel montón de hombres, entre los que estaba mi padre, dando gritos de dolor ante mis propios ojos. Pero después de los primeros y difíciles momentos, sentí aun más miedo al verme solo en el mundo y sin poder saber que futuro me aguardaría.
En estos momentos –continuó Antonio-, siento ese mismo miedo y me pregunto ¿Qué nos esperará de hoy en adelante? Teniendo, como tenemos, a las izquierdas y las derechas tan enfrentadas y con tantas ganas de devorarse como en el treinta y seis teníamos.
--Mi profesor de inglés –dijo Cristina– dice que Franco, por aquellos días, mandó matar a mucha gente por todas partes.
--Solo en la plaza de Badajoz -–dijo Jesús--, se cargaron a más de cuatro mil republicanos.
--Sí. Y que todas las noches aparecían muertos por todas las cunetas de las carreteras –-agregó Angelines--. ¡Qué horror! Con todo ese mogollón de crímenes queréis que nosotros le traguemos en estos tiempos.
--Papi, cuéntanos eso que has dicho que vistes del fusilamiento de tu padre –pidió mimosamente Aurelia--, debe de ser una gozada.
--¡Niña! No recuerdes eso a papá– exclamó Margarita-. No sabéis limpiaros los mocos y ya nos queréis dar lecciones de política.
--¡Déjalos mujer! --contestó Antonio--. Seguro que aprenden más y están más seguros oyendo estas, batallitas para ellos, que andando por Ahí entre manifestaciones y reuniones de, sabe Dios qué; ya no son tan niños para no saber lo que deben o no hacer.
--De eso de los fusilamientos –continuó Antonio--, hay mucho que decir todavía, cuando haya verdadera libertad de expresión, ya os enteraréis de muchas cosas que ni son tan buenas, como unos se han empeñado en aceros creer todos estos años y ni son ni fueron tan malas como otros se empeñan en enseñároslas a vosotros. Tenéis que tener en cuenta que la mayor afición de la juventud española ha sido siempre estar en contra de lo establecido, sea lo que sea.
--Si este gobierno fuera de izquierdas y llevara los años que lleva gobernando vosotros estaríais ahora mismo tan hartos como estáis y con las mismas ganas de cambio como estáis. Nosotros que hemos pasado tantas calamidades pensamos las cosas de diferente manera, antes de mover un pie nos paramos a pensar si donde lo vamos a poner de nuevo nos hundiremos o no. Muchas veces he oído y dicho que vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer.
--Desde luego, tan pronto nos das una de cal como una de arena –dijo Angelines.
--Es verdad --agregó Emiliano--, te expresas como un “Progre-Retra”, y pareces un “Retro-Conser”. No me aclaro, tengo el coco hecho un verdadero lío.
--¡Jo! Nines, deja al carroza que largue el rollo de una vez –-dijo Cristina--, a mi todo eso me mola un rato ¿A vosotros no?
--Si, cotorra --dijo Jesús-- como no te calles no terminaremos nunca de saber lo que pasó el día del bautismo del Régimen Franquista. No vuelvas a meter la gamba.
--Chicos, lo que si tenemos que hacer es llamar a la vasca y decirles que con todo este jaleo nos quedamos aquí y no vamos a la manifestación, no sea que nos estén esperando los grises ya --dijo Leli.
--Manifestación no hay --dijo Antonio– y el juicio lo han suspendido, os lo puedo asegurar.
--¿Por qué os aguantasteis con todo aquello y no os revelasteis contra esos verdugos? --preguntó Angelines--. Yo no me hubiera aguantado tantos años como vosotros.
--Tú y todos los demás hubierais aguantado como aguantamos nosotros, conviviendo con los asesinos, y sabiendo que jamás serían juzgados por sus crímenes, tragando carros y carretas, como tragué yo.
--Pero larga de una vez lo que te pasó –exigió Emiliano--. ¿Tanto fue?
--¡Mucho! Tener en cuenta que yo tenía seis años solamente --dijo Antonio con los ojos enrojecidos--. Nací en 1.930, en tiempos de la segunda República, de la que poco me acuerdo. Por lo que supe después, había unas Cortes Constitucionales, formadas por varios partidos, pero con solo dos ideales, derechas e izquierdas, con más o menos extremos cada una. Por varias circunstancias unas veces mandaban las derechas y no pensaban en otra cosa que vivir ellas todo lo mejor que podían y en destruir y arruinar a las izquierdas, haciéndose para ello, a su capricho, todas cuantas Leyes les hacían falta.
Cogían el mando les izquierdas y anulaban todas las Leyes de las derechas y se hacían otras nuevas para ellos y procuraban vengarse de las derechas todo cuanto podían y así sucesivamente. Se formaba tal cacao y tal confusión en la población que solo pensaban en que mandaran los suyos para vengarse de los otros. España, en esas circunstancias, se iba convirtiendo poco a poco en una hoguera de odios, envidias y deseos de venganzas, hasta el punto de que todos los políticos y la mayoría de la población llegaron a convencerse de que la única solución era la guerra civil. Tan solo un Gobierno fuerte, nacido de unas urnas limpias, milagrosamente podría remediar aquella situación sin derramamiento de sangre en aquella coyuntura tan delicada.
En esas condiciones llegaron las últimas elecciones de 1.936, donde todas las fuerzas políticas tenían que echar, necesariamente, toda la carne al asador, a costa de lo que fuera, para llevarse el gato a sus aguas, como vulgarmente se dice.
Las fuerzas de izquierdas se unieron todas; socialistas, CNT, anarquistas y todas las demás, mediante pactos secretos a cumplir después de la victoria y sin tener muy en cuenta el resultado del precio de esos pactos que pudieran traer después para todos los españoles si se tenían que cumplir.
De igual manera se unieron todas las fuerzas políticas de las derechas, moderadas, extremistas, como la Falange, que a pesar de tan solo dos años de rodaje que llevaba, contaba con la simpatía de buena parte de la juventud que, como vosotros ahora, estaban en contra de todo lo establecido en aquel momento y querían cambiarlo a costa de lo que fuera. Como por la mayoría de Europa se arraigaban las corrientes ultra-derechistas, hasta aquí llegaban sus tentáculos con grandes ayudas a estos.
La campaña pre-electoral, fue algo descomunal y vergonzosa; se gastaron miles y miles de pesetas en propagandas y promesas vanas imposibles de cumplir para convencer al pueblo que, en realidad, ya iba cansándose de tanto votar. Pero, a pesar de la desconfianza, la mayoría terminaba cayendo en sus redes y terminaban creyéndose a pie juntillas todo cuanto les prometían.
Valga aquí ese tan cacareado cuento, que no fue tal, sino una más de las muchas realidades ocurridas en un pueblo de Badajoz, ubicado en un altozano, donde no tenían ni un mal regato que llevarse a los ojos y el agua para beber la tenían que traer las mujeres con cántaros desde una distancia de tres Kilómetros todos los días.
Llegó un de esos políticos a dar su correspondiente mitin a aquel legendario pueblo, que no tenía otro medio de comunicación que los chismes que les traían los arrieros de pueblo en pueblo, y al ponerse al habla con el jefe de su partido allí, este le dijo:
--“Muy mal tenemos las cosas”.
--¿Por qué? -preguntó el mitinero.
--Por que han estado aquí los otros y les han prometido de todo, los tienen tan convencidos que, con toda seguridad le votan a ellos.
--Ya verás como yo les convenzo para que nos voten a nosotros. No te preocupes, ya veras.
Cuando el político en cuestión, les tuvo a todos reunidos en la plaza del pueblo, para convencerles, empezó diciendo:
--“Ya sé que os han prometido escuelas, casino, arreglar la iglesia, empedrar las calles, hacer un Ayuntamiento nuevo un mulo y dos ovejas por vecino, un cerdo por familia, un pavo y dos gallinas. Yo me alegro mucho de que os hayan prometido todo eso pero, nosotros solo queremos la paz y el bienestar del pueblo. No os prometemos nada de lo que ellos ya os han prometido, solamente para evitar malos entendidos, pero, comprenderéis todos que, es una vergüenza nacional que en los tiempos que vivimos exista un pueblo como este sin un puente donde esa juventud desperdigada por las eras pueda hacerse sus arrullos sobre sus barandillas, como los demás pueblos de los alrededores. De eso no se acuerdan los otros, pero nosotros sí. Si nos votáis os haremos ese puente que tanto necesitáis”.
--Aquello les llegó tan al corazón de aquella noble gente que no se cansaban de aplaudir. Calmada ya la euforia de los aplausos; un viejecito que parecía no estar escuchando preguntó en voz alta:
--¡Carajo! ¿Para qué queremos aquí un puente si no tenemos río?
--“Lo primero es el puente, amigo mío –le respondió el político-- vosotros votarnos a nosotros, y si luego hay que traer el río, os lo traemos y en paz”.
--Así quedaron tan convencidos todos los habitantes de aquel pueblo de que aquellos eran los mejores y les votarían a ellos.
--Con un setenta por ciento de analfabetos, era tan grande la ignorancia en la población española –siguió Antonio-- que cualquier listillo, con pocos esfuerzos, hacía parecer lo blanco negro y lo negro blanco en poco minutos, las cuestiones de la política. Eran tan pésimos todos los medios de comunicación que tan solo estaban al alcance de los más privilegiados, así como los aparatos de radio por lo que el pueblo llano se enteraba tarde, mal y nunca de lo que estaba pasando fuera de sus respectivos pueblos.
CAPITULO III
LA CABEZA DEL COJO
Las elecciones generales dieron la mayoría absoluta al Frente Popular de las izquierdas, por lo tanto les pertenecía formar gobierno. En cuanto sus componentes tuvieron conocimiento de su victoria se lanzaron a las calles para festejarla eufóricamente, más bien, desmadrada en la mayoría de los casos.
Las derechas tuvieron mal perder en aquellas elecciones que, de antemano, daban por ganadas. Cuando salió a la luz la formación del nuevo gobierno, compuesto por exiliados, presos y otros republicanos, calificados por ellos de indeseables, montaron en cólera e intentaron adueñarse del poder a través de un Golpe de Estado. Para lo cual entablaron conversaciones con varios generales a fin de convencerles para que se levantaran en armas contra la República, entre ellos estaba Franco, que se negó rotundamente alegando que el pueblo había elegido un gobierno de izquierdas y él respetaba la voluntad del pueblo, los demás también se negaron y quedó fallido el golpe.
En cuanto el nuevo Gobierno, recién salido de las urnas, tomó posesión, todos los partidos y sindicatos con los que había pactado empezaron a pasarle la factura del pacto desde el primer día poniéndole la soga al cuello y obligándole a dictar y decretar las Ordenes Gubernamentales: Como la anulación de todos los pleitos que había pendientes por falta de pago entre labradores y terratenientes. Pleno empleo para todos los obreros. Liberación de todos los presos de la República, que ascendían a más de cuarenta mil, procedentes del levantamiento en armas de todo el Norte de España contra la República, por la proclamación de su independencia.
Esto enfureció a Franco hasta límites insospechados, ya que fue él por orden de la República, con la ayuda de moros y legionarios, de las colonias africanas, quien aplastó el levantamiento.
En pocos días comenzó el cacao. Los aparceros y labradores de fincas, que ya hacía tiempo se negaban a pagar las rentas, se pitorreaban ahora en las narices de los dueños de las tierras. Los jornaleros eran repartidos diariamente entre los terratenientes, a los que obligatoriamente tenían que darles trabajo y pagarles el jornal por la tarde, tuviera o no trabajo para darles o dinero para pagarles.
Contra todas estas obligaciones, los terratenientes sacaron su picaresca que llegó a darles buenos resultados. En un lugar ya determinado de antemano, donde daba la sombra por la mañana unas horas y el sol todas las demás horas del día, cuando les llegaban los jornaleros en suerte, el terrateniente les decía:
--A mí me obligan a que os dé trabajo y os pague el jornal, pero el único trabajo que tengo es el de que estéis aquí sentados en esta sombra todo el día sin levantaros, por que el que se levante o se vaya no cobra, y lo cierto es que raramente aguantaba alguno.
Los desmanes, robos, huelgas, atropello de la propiedad, quemas de campos, montes iglesias y conventos, intencionadamente, se sucedían a menudo por toda España y el Gobierno, o no quería o no podía, remediar aquella delicada situación.
Con todo este estado de cosas empezó el ruido de sables entre los militares y el golpe que en un principio no cuajó ahora tomaba más fuerzas cada día. Franco, que por orden de la República, al frente de un ejército reclutado en Africa, luchó y aplastó el levantamiento del Norte, matando a la mitad de los sublevados y encerrando a la otra mitad, al saberlos paseando ahora tranquilamente y participando en la mayoría de los desmanes; aunque remiso, terminó por unirse a los generales dispuestos a dar un nuevo Golpe de Estado.
Como es de comprender, la situación se enrarecía cada vez más en una y otra parte perdiéndose toda esperanza de solución pacífica como España entera había depositado en las urnas, y como parece ser que aquellos inteligentes políticos no encontraban otra solución que la guerra civil, por ambas partes aceleraron cuanto pudieron los acontecimientos. Si los unos hacían una cosa, los otros replicaban con creces en la venganza.
Después de otras muchas cosas, un día apareció muerto un oficial de carabineros al servicio del Gobierno, culpando del crimen político a la Falange. Al día siguiente, los carabineros, algunos de su misma escolta, secuestraron al jefe de la oposición, representante de la derecha José Calvo Sotelo, que terminó asesinado por las tapias del cementerio de la Almudena de Madrid, siendo esto la mecha que encendió el polvorín del desastre de aquel desgraciado 1.936.
EL ALZAMIENTO NACIONAL
El 18 de julio de 1936, el ruido de sables, que cada día sonaba más y más, desembocó en el levantamiento militar de varios generales por diversas partes de la Península Ibérica y primordialmente en los territorios del Norte de Africa, en donde, desde el primer momento corrió abundante mente la sangre de los españoles. Días después Franco, desde Canarias, acudía al lugar de los hechos y se ponía al frente de sus ejércitos regulares concluyendo la conquista de todos los territorios españoles del Norte de Africa. Poco días después cruzaba el Estrecho de Gibraltar con todos sus ejércitos y ayudado por el general Quéipo del Llano y el coronel Yagüe, conquistaba todo el Sur Peninsular, dejándolo en manos de éstos que lo gobernaban a su antojo, mientras él avanzaba por todo el Levante conquistando terrenos ocupados por los ejércitos republicanos.
Entre tanto, nombraron una Junta de Defensa Nacional, coordinadora de todos los frentes y territorios conquistados por ellos. Dicha Junta de Defensa, según se sabía, parece ser que no cumplía satisfactoriamente los fines para los que fue creada y decidieron nombrar un Jefe de Estado de entre sus miembros. Bien por méritos o conveniencia de la situación, todos los candidatos comprendieron de antemano que dicho nombramiento recaería en el general Franco. Por lo tanto, todos sus poderes dentro de sus reinados particulares, serían considerablemente recortados, por lo que optaron por aprovechar los últimos momentos para dejar limpios todos sus territorios de todos sus enemigos. Fusilaron sin piedad a todos los comunistas que pudieron para que sirviera de escarmiento resultando tal carnicería que asombró al mundo entero en los últimos días del mes de septiembre de 1.936, en que fue aniquilada buena parte de la población española mientras que Franco se dirigía a liberar el Alcázar de Toledo.
--¿Fue obra individual? ¿Fue una orden de la Junta de Defensa Nacional? --se preguntaba Antonio ante aquel corro de jóvenes que le escuchaban con la boca abierta sin mover una sola pestaña--. La repuesta no se sabe todavía, ni creo se sepa nunca.
--Años después, Franco se desgañitaba haciéndonos creer que desde el primer día que fue nombrado Jefe de estado ordenó detener rotundamente aquella matanza, asegurando que sus manos estaban limpias de sangre. Todos nos preguntábamos y nos seguimos preguntando ¿Si nada tubo que ver, sabiendo como sabía, quienes fueron los culpables de tal genocidio, por qué no juzgó a todos los criminales?
--Teniendo en cuenta que nadie es dueño de disponer de la vida de sus semejantes, aun comprendo que algunos tuvieran motivos para hacerles todo aquello y mucho más, pero la inmensa mayoría de ellos, en verdad, no se merecían aquello.
--Fue horrible –-no cesaba de decir Antonio--, yo tenía seis años, como ya os he dicho, había perdido a mi madre un año antes de un parto y vivíamos solos mi padre y yo. El día 24 de septiembre, poco antes de oscurecer, en que yo salí de mi casa para jugar con los chicos de mi edad, uno de ellos me dijo que dos hombres se llevaban a mi padre a la rastra. Salí corriendo y los alcancé un poco antes de llegar a la plaza del pueblo y me abracé a sus pies impidiéndoles andar.
Uno de aquellos hombres, que de una manera muy especial, cojeaba del pie derecho, con el izquierdo me lanzó un puntapié que me hizo rodar por el suelo. Mi padre hizo ademanes de revolverse contra ellos, pero el otro hombre que lo sujetaba, y al que le faltaba la primera falange del dedo índice de la mano derecha, sacó una pistola y le asestó con ella un golpe en la cabeza derribándole al suelo sin conocimiento. Entre los dos se lo llevaron a rastras y lo metieron en un camión que había en la plaza y rápidamente emprendieron la marcha.
Corrí cuanto pude detrás del camión y me agarré a su trasera y así crucé todo el pueblo, a la salida arreó la marcha y a punto estuve de soltarme ante la imposibilidad de seguir corriendo pero me di cuenta de que el camión no llevaba rueda de repuesto y como mejor pude me coloque dentro del hueco destinado a ella. Debo de aclarar que en esos ardices de correr tras de los pocos camiones que pasaban por el pueblo, todos los chicos de mi edad éramos verdaderos maestros ya que era nuestra diversión preferida.
El camión corría y corría y yo allí fuertemente agarrado en mi escondite, ya entrada la noche se salió de la carretera y paró junto a una pared de uno de los huertos de por allí.
En cuanto el camión paró, me bajé sigilosamente y me arrastré por debajo de él sin que me vieran y me escondí, desde donde podía ver perfectamente todo lo que hacían sin poder ser visto.
Junto con mi padre había varios hombres más que les obligaron a bajar y los colocaron en fila sobre la pared, los enfocaron con las luces del camión para cegarles y allí los cosieron a tiros a todos, rematándoles después a todo el que creyeron con algo de vida.
El espectáculo que contemplaron mis ojos fue algo inolvidable para un chiquillo como yo. Desde donde estaba vi como mi padre se torcía de dolor y caía al suelo y como poco después lo remataban de otro tiro y estuvieron esperando un buen tiempo hasta estar seguros de que ninguno se movía.
Después de haberse marchado el camión aun permanecí escondido bastante tiempo, asustado y tiritando de miedo hasta que pude sobreponerme a él y me acerqué a los muertos y estuve junto al cadáver de mí padre hasta que empezó a clarear el día en que salí corriendo de allí. De lo que hiciera después no me acuerdo, solo sé que corrí mucho hasta caer desvanecido.
Cuando desperté, ya cerca del medio día, me encontré en pleno campo, solo, sin saber donde estaba, hambriento y dudando si lo vivido aquella noche había sido un sueño o tristemente realidad. Esa duda me obligó a buscar en todas direcciones algo que me aclarase la situación; todo el día siguiente estuve dando vueltas y más vueltas, ya cerca de la puesta del sol encontré el lugar del fusilamiento y ya no estaban los cadáveres pero estaba lleno de sangre seca y encontré los zapatos de mi padre haciéndome ver la triste realidad.
Entonces fue cuando me di verdadera cuenta de todo lo que había pasado, y a pesar del mucho miedo que había pasado ya entonces fue cuando sentí verdadero terror al sentirme solo en el mundo y perdido entre aquellos montes de ¡Sabe Dios donde!.
Tres días anduve deambulando por aquel lugar –continuó Antonio con los ojos enrojecidos de rabia contenida-, sin rumbo, comiendo todo lo que pillaba hasta dar con unos pastores que me recogieron y me dieron de comer todo el invierno y algunas pesetillas por ayudarles a cuidar del ganado. Aquellos benditos pastores me hicieron miles de preguntas pero no consiguieron arrancarme nada, tan solo les dije que me había escapado de mi casa.
Dos años después me fui de allí y comencé a deambular de pueblo en pueblo como un perro salvaje sintiendo cada vez más deseos de encontrar aquellos dos hombres para preguntarles ¿Porqué mataron a mi padre?.
Así pasé doce años, de pueblo en pueblo, cortijos colmados y caseríos buscando a un hombre cojo y otro sin medio dedo índice, pero pasaban los años sin aparecer por ninguna parte, parecía habérselos tragado la tierra. Con tanto deambular por todas partes llegué a dar con una cuadrilla de Maquis en uno de los mesones de la comarca.
Ellos ya me conocían a mí, sabían que yo andaba buscando algo y querían saber lo que era. Con buenos ardices, me sacaron toda la verdad y me convencieron para que me fuera con ellos de cocinero hasta dar con lo que yo buscaba, me aseguraron que conocieron a mi padre y que conocían a sus dos asesinos.
Una noche, que ellos no sabían que yo les escuchaba, les oí preparar un golpe contra el cojo para la noche siguiente, el dicho cojo, según se explicaban, era una pieza de mucho cuidado. Como yo sabía ciertamente que se trataba de uno de los asesinos de mi padre, no quise perderme aquel acontecimiento, en cuanto ellos salieron me fui tras ellos sin dejarme ver.
Con mis dieciocho años ya era yo un verdadero hombre, con mucho mundo a mis espaldas –aseguraba Antonio– y hasta estaba dispuesto a tomarme la venganza por mi propia mano si llegaba a conocer a aquella alimaña.
Pasada la media noche, aquellos llamados Maquis, todos supervivientes de fusilamientos o torturas, llegaron al pueblo del cojo, aquellos hombres que entre los picachos de la serranía eran personas tan adorables y amables como cualquiera, con tan solo pisar las primeras piedras de aquel pueblo se convirtieron en verdaderas hienas sedientas de sangre.
Apalearon a varios fascistas y mataron a dos hasta que cantaron donde estaba el cojo y el marqués. Unos momentos después aparecieron con el cojo en la plaza, que yo desde mi escondite reconocí rápidamente en cuanto le vi andar.
En el mismo centro de la plaza, de un tajo de machete, le cortaron la cabeza, la pincharon en un palo y la pasearon por todas las calles del pueblo dando gritos de amenaza contra los falangistas, que debió de tragárselos la tierra a todos aquella noche ya que ninguno dio la cara —dijo sonriente Antonio.
Aquello fue superior a mis fuerzas; allí comprendí el odio acumulado que existía en todos los corazones heridos. Allí me di perfecta cuenta de toda la sangre que volvería a correr en España, si aquellas hienas sedientas llegasen a derribar la Dictadura Franquista, como daban por seguro ellos, y se apoderaban del Gobierno, como querían.
Os aseguro, que todo el odio que había sentido todos aquellos años contra Franco, se me acabó y después de analizar minuciosamente todos los acontecimientos llegué a la conclusión de que, todo había sido horrible, pero podía haber sido peor todavía, y que lo que teníamos era muy malo, pero que si por desgracia aquello cambiaba “dando la vuelta a la tortilla”, como se solía decir, iba a ser horriblemente peor. La mejor forma de evitar otro baño de sangre era dejar a Franco que siguiera como iba, a pesar de muchos pesares, sacando adelante a España, dando muchos tumbos y palos, aunque siempre al mismo perchero.
--A vosotros, por fortuna --dijo Antonio--, os ha tocado recoger los frutos de aquellos sufrimientos que nosotros pasamos y podéis contribuir a cambiarlo todo pero, no os dejéis engañar nunca de políticos y charlatanes de una y otra parte. Marcaros una meta en la vida y defenderla hasta el final pero ir con pies de plomo que nos esperan tiempos muy difíciles otra vez.
Hoy ha muerto el franquismo y, cuidado con los coletazos de agonía que le quedan todavía. La serpiente no se rinde tan fácil mente nunca.
--¡Jo! Antonio --exclamó Angelines--. Con tu serial me has escacharrado todo el rimen de la cara.
--No sé cómo os puede gustar oír estas cosas –-dijo Margarita un poco melancólica–, con lo desagradables que nos resultan a nosotros todavía cada vez que las oímos.
--Como nunca nos contáis nada –-dijo Leli-- sois cerrados como mulas para con nosotros.
--Por fin del manco --preguntó Emiliano-- ¿Qué pasó?
--Si al cojo le hicieron eso --dijo Jesús--, calcular la suerte del manco cuando lo encontraran. No le arriendo las ganancias.
- -No os canséis en tirarle de la lengua que será inútil--dijo su mujer–, ni yo he sido capaz todavía de hacerle hablar de eso a este penco de marido.
--¡Oye guapa! Que penco o no todavía me hago mis pinitos --contestó Antonio-- ¿O no?
--Según a lo que llames tú pinitos ¡Cascarrabias! -contestó Margarita un poco ruborizada.
--Al Manco, si que lo encontré si --dijo Antonio--. Los Maquis lo conocían muy bien, me dijeron donde estaba, pero que era una fruta prohibida, para ellos y mayor mente para mí. Me aseguraron que era una de las cabezas principales de la Falange, por aquella comarca no se movía un dedo sin su consentimiento, estaba forrado de dinero, la mayoría robado, y estaba fuerte mente atrincherado y rodeado de buenos colmillos dispuestos a dar su vida por él. Me aconsejaron que desistiera de toda venganza contra él y que ellos ya daban por zanjado mi asunto. Así es que, como podéis comprender, seguí mi vida errante de pueblo en pueblo.
--Bueno chavales –-cortó Antonio--, vosotros tenéis vacaciones ya, pero yo tengo que seguir dándole a la rosca. Sintiéndolo mucho, hoy me siento muy hablador, pero os tengo que dejar, el jefe no perdona ni una y hay que cumplir con el trabajo como todo buen cristiano.
Tn. 616 22 45 92.
Correo-e: nicolash@ono.es
Correo-e: nicolashc@wanadoo.es
Web: www.hcnicolas.com
1 Comments:
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Publicar un comentario
<< Home