PALOMAS SILVESTRES
PALOMAS SILVESTRES
NICOLAS HERNANDEZ CAMBERO
Registro de la Propiedad intelectual
Reservados todos los derechos. Esta publicación no puede ser transmitida por un sistema de recuperación de información, de ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético o por fotocopia, o cualquier otro sin el permiso previo por escrito del autor.
INDICE
1ª PARTE
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
PRÓLOGO
En esta novela, el lector podrá apreciar los sinsabores de la posguerra civil española, las atrocidades cometidas por los defensores de la dictadura franquista, tan incomprensibles como ciertos y difíciles de narrar. Fueron muchos los españoles desaparecidos misteriosamente, por uno y otro bando, para adueñarse de sus bienes, mujeres, empleos y saciar odios y venganzas de todas clases.
Fueron muchas las mujeres que perdieron a sus maridos, a sus hijos, a sus familiares más próximos, perdieron empleos y trabajos de toda clase, quedaron en la más absoluta miseria, a merced de los favores sexuales que pudieran hacer a los ricos defensores del franquismo que se permitía el lujo de disfrutar de todas las atractivas hembras que se les antojaban.
También fueron muchísimos los niños que quedaron sin padres ni familiares que pudieran darles de comer, ni nadie que quisiera amparar a tantos hijos de comunistas fusilados o desaparecidos, fueron muchos los que estuvieron escondidos durante años sin poder dar a conocer sus escondites ni a sus propias familias. A estos niños desamparados tan solo les quedaba el recurso del hampa, durmiendo bajo los puentes y las alcantarillas, defendiendo muchas veces a punta de navaja entre las bandas sus mugrientos aposentos y marcando sus territorios de sabotajes, como veremos en esta novela.
Sus alimentos diarios dependían de las frutas podridas que tiraban a la basuras los fruteros, las manzanas que podían robar de los puestos de los mercados, de los bocadillos que podían quitarles a los niños sobrealimentados que sus chachas paseaban por el parque del Retiro o los grandes peces de colorines de su estanque, al que en tiempos de calor usaban para su baño y poderse quitar la roña de sus cuerpos, con los consabidos sobresaltos al ser descubiertos por los guardianes de turno.
Al mismo tiempo que los años pasaban y desaparecía la miseria, estos golfillos callejeros iban desapareciendo, con más o menos fortuna, de las calles madrileñas. Muchos terminaron en los reformatorios, más tarde en las cárceles, las drogas y posteriormente en los cementerios, otros fueron recogidos por personas caritativas que les dieron estudios y les proporcionaron un porvenir en la vida.
Fueron muchos los niños del arroyo, como así eran conocidos, que fueron recogidos por las monjas de la caridad e ingresados en sus colegios centros de estudios oficiales de donde salieron con brillantes carreras, como podremos comprobar en este libro, que no por ser novela dejan de ser ciertos todos sus acontecimientos de la vida real de aquellos tristes años, así como sus casuales encuentros tras del paso de los años.
Tras de la lectura de este libro quedaremos convencidos de que en esta vida para nada nos valen las riquezas cuando tenemos sucia la conciencia, siempre tendremos sobre nuestras cabezas el peso de Ley, muchos han sido los que han escapado a la justicia de los hombres, amparados por los políticos de turno u otras circunstancias, pero a la justicia de Dios no escapa nadie, las deudas pendientes en la tierra las tendremos que pagar de alguna manera, o se las haremos pagar a nuestros descendientes con el paso de los años.
Yo soy de la opinión de que “no la hagas y no la temas”, es muy breve el tiempo que rodamos en este mundo y pienso que no merece la pena mantener esos odios y esas diferencias entre los seres humanos, venimos al mundo sin nada, pero después solo pensamos en enriquecernos a costa de lo que sea para dejar cuanto más ricos a nuestros descendientes, mucho mejor, cuando abandonamos este mundo nos vamos sin nada, igual que vinimos. ¿Por qué no lo pensaremos mejor?
El autor
Nicolás H. cambero.
PALOMAS SILVESTRES
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO I
LOS RONCALES
En la legendaria y rica Extremadura, siguiendo la corriente y turbulencias de las aguas del caudaloso río Tajo, tras de llenar la cuenca del gran embalse de Alcántara y deslizarse por sus fértiles vegas, sigue su curso en dirección a Portugal, recogiendo las aguas de su afluente Erjas, continúa con su línea divisoria marcando frontera entre España y Portugal, hasta adentrarse en este último por el Cedillo.
Entre este caudalosos río Tajo y su afluente río Salor, rodeada por las rocosas y puntiagudas montañas de Sierra Medina, se encuentra la bonitas poblaciones extremeñas de Alcántara y Valencia de Alcántara y a no muchas leguas de ellas se encuentra la, no menos famosa que las anteriores, la Villa de “San Nicolás de Alcántara”, con su puente, viaducto y demás vestigios romanos.
San Nicolás de Alcántara, tiene una población de 120.000, habitantes de hecho y una gran población flotante que acuden de todas las comarcas de sus alrededores en la época de recolección de las mieses y la aceituna.
Dentro Del término de San Nicolás de Alcántara, se encuentra uno de los mayores cortijos de Extremadura. Llamados “LOS RONCALES”, propiedad del marqués de “Aguaverde”, en la que se puede apreciar la silueta del antiguo castillo condal de la familia, dedicado más bien a las recepciones de nobles visitas y actos protocolarios de los condes, su residencia habitual la tenían en un moderno palacete construido a tal efecto con las más modernas comodidades de la época actual, además, rodeado de un gran número de caseríos dedicados a las viviendas de las servidumbres fijas, así como grandes naves para alojar a los trabajadores temporeros y cuadras para los muchos ganados de todas clases.
La propiedad del cortijo “Los Roncales”, se compone de varios centenares de Hectáreas, buena parte de ellas pobladas de viejas y robustas encinas, otra buena parte de ellas dedicadas a pastos y tierras de labor, olivares y fértiles vegas a lo largo de la rivera del río Tajo, frente a Portugal, con la existencia de un vado para cruzar el río en las épocas de caudal bajo, único en muchos Kilómetros a lo largo de las caudalosas aguas del río Tajo-
Lindero al cortijo de “Los Roncales”, se encuentra la finca llamada “LA CICLONERA”, propiedad de don Rodrigo Torreseca, pariente del marqués de Aguaverde. La Ciclonera, es una finca bastante más pequeña que la del marqués, menos poblada de encinas, de peor calidad de tierra y con escasas aguas subterráneas, por lo que en cuanto escaseaban las lluvias los ganados pasaban a diario sedientos apuros al cortarle el paso al río el cortijo del conde.
Torreseca, nunca tuvo problema de agua para su ganado, gracias a que su pariente, el marqués de Aguaverde que nunca se la negó, pero estaba harto de tanto pedir favor al marqués e intentó varias veces comprar una franja de tierra al marqués para tener salida al río, pero el marqués se escudaba en que nunca le negó el agua y no le hacia falta salida al río.
CONTINUARÁ
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NICOLÁS HERNÁNDEZ CAMBERO
TEL: 616 22 45 92
Correo-
nicolashc@ono.com
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No:
Reservados todos los derechos. Esta publicación no puede ser transmitida por un sistema de recuperación de información, de ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético o por fotocopia, o cualquier otro sin el permiso previo por escrito del autor.
PALOMAS SILVESTRES
PRIMERA PARTE
NTRODUCCIÓN
Nicolás Hernández Cambero, nació en 1.936, en un pueblo de Extremadura, llamado Zarza de Granadilla, situado a orillas de las famosas ruinas de la gran ciudad romana de Cáparra y la, no menos importante, Ruta de la Plata, lo que le hace sentirse, con orgullo, extremeño de pura cepa,, como apostillan los castizos.
En uno de sus poemas publicados recientemente, resalta con orgullo que su cuna fue Extremadura,, donde aprendió a dar sus primeros pasos,, a juntar las primeras letras y a realizar sus primeros estudios,, que como todos los niños de su sufrida época,, tuvo que alternar con las faenas del campo ayudando a sus progenitores a salir adelante dentro de aquella miseria que les envolvía,, al igual que a la gran mayoría de los españoles.
Fue uno más de los españoles de esa generación del 36, condenados de por vida a sufrir las miserias e infortunios del campo y de cuyas garras pudo escapar guiado por los fuertes deseos de libertad que le acompañaron desde su tierna infancia preparándose muy a fondo para afrontar con valentía la aventura de un nuevo futuro muy distinto al que estaba predestinado.
Hoy, a pesar de haber tenido la dicha de poder aprovechar las infinitas oportunidades de estudios que todos los españoles tienen a su alcance, sin distinciones de categorías ni escudos de cunas nobles,, como en tiempos de su niñez,, pudo realizar todos sus sueños y volar, libremente por el mundo, realizar y perfeccionar conocimientos sin olvidar sus raíces ni el dolor y sufrimiento de los campesinos de su querida Extremadura, a los que dedica este libro en el que podrán leer la verdad más desnuda de aquellos tiempos.
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Es una novela basada en el Madrid de la posguerra civil española tras de sufrir y paladear una pesada carga de horrores y des gracias de aquellos tiempos inolvidables para todos los españoles de corazones sensibles.
OTROS TÍTULOS DEL AUTOR
Además de otras muchas publicaciones, de menor importancia, tiene publicado recientemente un libro de poemas titulado CAMPANADAS DE DOLOR, donde podemos apreciar el verdadero dolor de los hombres del campo extremeño, a los que nadie escucha desde ninguna parte.
MÁS ALLÁ DEL AMOR Y DE LA MUERTE
Una novela enteramente extremeña donde se resaltan todas las vivencias, costumbres y faenas de unas familias de uno de los muchos pueblos, parecidos, de Extremadura, desde que nacen hasta que mueren con sus costumbres, aventuras y desventuras en los años comprendidos entre 1850 y 1936, pasando por la guerra de Cuba, los héroes del 98, la 2ª República, el caciqueo, el Alzamiento Nacional y todas sus consecuencias y horrores al desnudo.
EL CONDE DE GRANADILLA
Es una novela de enternecido amor que demuestra lo que es el amor verdadero que jamás los designios de la vida ni los contratiempos del destino, ni las grandes batallas guerreras fueron capaces de borrar, pasando por los más encantadores lugares de Cuba y Europa, los Héroes del 98, el Desastre de Anual, la boda de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Ribera, la guerra del Norte, la 2ª República y el Alzamiento Nacional. Todo ello aderezado con la verdadera historia de la maltratada Granadilla desde su conquista a los árabes en 1170, hasta nuestros días
LA MARQUESA DE VENAMORCILLA
Una novela enteramente madrileña que nos descubre todos los pormenores de los avatares políticos acaecidos en la capital de España desde los años 1960 hasta nuestros días, pasando por el atentado de Carrero Blanco, la Matanza de Correo, la verdad desnuda del taxi de Madrid, la agonía de Franco y el 23 F, entre otros muchos acontecimientos mezclados, como no podía ser menos, con Extremadura y los años de la pos-guerra civil española.PALOMAS SILVESTRES
PRÓLOGO
En esta novela, el lector podrá apreciar los sinsabores de la posguerra civil española, las atrocidades cometidas por los defensores de la larga dictadura franquista, tan incomprensibles como ciertos y difíciles de narrar. Fueron muchos los españoles desaparecidos misteriosamente, por uno y otro bando, para adueñarse de sus bienes, mujeres, empleos, saciar odios y venganzas de todas clases.
Fueron muchas las mujeres que perdieron a sus maridos, a sus hijos, a sus familiares más próximos, perdieron empleos y trabajos de toda clase, quedaron en la más absoluta miseria, a merced de los favores sexuales que pudieran hacer a los ricos defensores del franquismo que se permitían el lujo de disfrutar de todas las atractivas hembras que se les antojaban.
También fueron muchísimos los niños que quedaron sin padres ni familiares que pudieran darles de comer, ni nadie que quisiera amparar a tantos hijos de comunistas fusilados o desaparecidos, fueron muchos los que estuvieron escondidos durante años sin poder dar a conocer sus escondites ni a sus propias familias. A estos niños desamparados tan solo les quedaba el recurso del hampa, durmiendo bajo los puentes y las alcantarillas, defendiendo muchas veces a punta de navaja entre las bandas sus mugrientos aposentos y marcando sus territorios de sabotajes, como veremos en esta novela.
Sus alimentos diarios dependían de las frutas podridas que tiraban a la basuras los fruteros, las manzanas que podían robar de los puestos de los mercados, de los bocadillos que podían quitarles a los niños sobrealimentados que sus chachas paseaban por el parque del Retiro o los grandes peces de colorines de su estanque, al que en tiempos de calor usaban para su baño y poderse quitar la roña de sus cuerpos, con los consabidos sobresaltos al ser descubiertos por los guardianes de turno.
Al mismo tiempo que los años pasaban y desaparecía la miseria, estos golfillos callejeros iban desapareciendo, con más o menos fortuna, de las calles madrileñas. Muchos terminaron en los reformatorios, más tarde en las cárceles, las drogas y posteriormente en los cementerios, otros fueron recogidos por personas caritativas que les dieron estudios y les proporcionaron un porvenir en la vida.
Fueron muchos los niños del arroyo, como así eran conocidos, que fueron recogidos por las monjas de la caridad e ingresados en sus colegios centros de estudios oficiales de donde salieron con brillantes carreras, como podremos comprobar en este libro, que no por ser novela dejan de ser ciertos todos sus acontecimientos de la vida real de aquellos tristes años, así como sus casuales encuentros tras del paso de los años.
Tras de la lectura de este libro quedaremos convencidos de que en esta vida para nada nos valen las riquezas cuando tenemos sucia la conciencia, siempre tendremos sobre nuestras cabezas el peso de Ley, muchos han sido los que han escapado a la justicia de los hombres, amparados por los políticos de turno u otras circunstancias, pero a la justicia de Dios no escapa nadie, las deudas pendientes en la tierra las tendremos que pagar de alguna manera, o se las haremos pagar a nuestros descendientes con el paso de los años.
Yo soy de la opinión de que “no la hagas y no la temas”, es muy breve el tiempo que rodamos en este mundo y pienso que no merece la pena mantener esos odios y esas diferencias entre los seres humanos, venimos al mundo sin nada, pero después solo pensamos en enriquecernos a costa de lo que sea para dejar cuanto más ricos a nuestros descendientes, mucho mejor, cuando abandonamos este mundo nos vamos sin nada, igual que vinimos.
¿Por qué no lo pensaremos mejor?
El autor.
Nicolás H. cambero.
PALOMAS SILVESTRES
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO I
LOS RONCALES
En la legendaria y rica Extremadura, siguiendo la corriente y turbulencias de las aguas del caudaloso río Tajo, tras de llenar la cuenca del gran embalse de Alcántara y deslizarse por sus fértiles vegas, sigue su curso en dirección a Portugal, recogiendo las aguas de su afluente Erjas, continúa con su línea divisoria marcando frontera entre España y Portugal, hasta adentrarse en este último por el Cedillo.
Entre este caudalosos río Tajo y su afluente río Salor, rodeada por las rocosas y puntiagudas montañas de Sierra Medina, se encuentran las bonitas poblaciones extremeñas de Alcántara y Valencia de Alcántara y a no muchas leguas de ellas se encuentra la, no menos famosa que las anteriores, Villa de “San Nicolás de Alcántara”, con su puente, viaducto y demás vestigios romanos.
San Nicolás de Alcántara, tiene una población de 120.000, habitantes de hecho y una gran población flotante que acuden de todas las comarcas de sus alrededores en la época de recolección de las mieses y la aceituna.
Dentro Del término de San Nicolás de Alcántara, se encuentra uno de los mayores cortijos de Extremadura. Llamados “LOS RONCALES”, propiedad del marqués de “Aguaverde”, en la que se puede apreciar la silueta del antiguo castillo condal de la familia, dedicado más bien a las recepciones de nobles visitas y actos protocolarios de los
condes, su residencia habitual la tenían en un moderno palacete construido a tal efecto con las más modernas comodidades de la época actual, además, rodeado de un gran número de caseríos dedicados a las viviendas de las servidumbres fijas, así como grandes naves para alojar a los trabajadores temporeros y cuadras para los muchos ganados de todas clases.
La propiedad del cortijo “Los Roncales”, se compone de varios centenares de Hectáreas, buena parte de ellas pobladas de viejas y robustas encinas, otra buena parte de ellas dedicadas a pastos y tierras de labor, olivares y fértiles vegas a lo largo de la rivera del río Tajo, frente a Portugal, con la existencia de un vado para cruzar el río en las épocas de caudal bajo, único en muchos Kilómetros a lo largo de las caudalosas aguas del río Tajo.
Lindero al cortijo de “Los Roncales”, se encuentra la finca llamada “LA CICLONERA”, propiedad de don Rodrigo Torreseca, pariente del marqués de Aguaverde. La Ciclonera, es una finca bastante más pequeña que la del marqués, menos poblada de encinas, de peor calidad de tierra y con escasas aguas subterráneas, por lo que en cuanto escaseaban las lluvias los ganados pasaban a diario apuros sedientos al cortarle el paso al río el cortijo del marqués.
A pesar de todo, Torreseca, nunca tuvo problemas serios de agua para su ganado, gracias a que su pariente, el marqués de Aguaverde que nunca se la negó, pero estaba harto de tanto pedir favores al marqués e intentó varias veces comprarle una franja de tierra para tener salida al río, pero el marqués se escudaba en que nunca le negó el agua y no le hacia falta salida al río ya que jamás se la negaría.
En los tiempos de la segunda República, San Nicolás de Alcántara, entre otras muchas cosas, tenía un casino llamado “EL CAFETÍN”, en donde los grandes terratenientes, ganaderos e industriales adinerados de toda la comarca se jugaban sus caudales en fuertes partidas de cartas, que dejaron en la ruina a muchos de los jugadores.
En el año de 1.933, el día 8 de diciembre, festividad de San Nicolás de Bari, patrón del pueblo, en una de las salas de juegos del casino se montó una de las grandes partidas de apuestas fuertes a la que se unían el conde y Torreseca, al que tras de un rato de buena racha de juego la euforia le salía por las rudas orejas hasta el punto de desafiar al marqués a un mano a mano por “La Ciclonera” y una franja de terreno para salida al río.
El marqués se negó varias veces haciéndole miles de cargos, advirtiéndole que si perdía sería su ruina y al ser familia sería mal visto por todos los allegados a las dos familias. Fueron tantos los desafíos humillaciones e insultos de Torreseca por la negativa del marqués que, a este, no le quedó otro remedio que aceptar el desafío.
La gran partida llamó la atención de la mayoría de los demás jugadores que se racimaron alrededor de la mesa de juego. Antes de comenzar la partida, el marqués exigió un documento legal con la firma de varios testigos para evitar toda clase de trampa o falta de pago.
La partida acordada fue a cinco manos al sencillo juego de las siete y madia, las dos primeras manos fueron ganadas por Torreseca que rebosaba de alegría vanagloriándose de su buena suerte de aquella noche haciendo miles de chistes y bromas. Un viejo refrán dice “la mujer del jugador nunca está alegre, porque unas veces gana, pero muchas pierde”, y eso le pasó a Torreseca, su buena suerte de toda la noche le volvió la espalda, cuando más la necesitaba, y perdió las dos manos siguientes. Antes de jugar el desempate, el marqués le ofreció el abandono de la partida, a lo que Torreseca, se sintió ofendido y exigió el término de la partida, que al final terminó perdiendo “La Ciclonera”.
Torreseca enfurecido quería la revancha a toda costa y el marqués se negaba a aceptar pagaré de ninguna clase, más bien en beneficio de su contrario, que ya estaba bastante arruinado. Ante las bravatas y desafíos de Torreseca, para que desistiera de seguir jugando, el conde se marcó un farol que pensó que no podía aceptar de ninguna de las maneras y dijo que solo apostaría otra partida poniendo “La Ciclonera”, que acababa de ganarle contra una semana de cama con su mujer.
Torreseca tuvo unos instantes de vacilación pero aceptó el farol y se formalizó la partida. El marqués hacía lo posible por perder, pero se le pusieron las cartas tan de cara que ganó la segunda partida sin poderlo evitar.
Terminada la partida, ante todos los testigos, el marqués renunció a la dormida con su mujer, aceptó la propiedad de “La Ciclonera”, pero le cedía el usufructo de ella mientras Torreseca viviera.
A pesar del traspaso legal de la propiedad de la finca a nombre del marqués, Torreseca seguía administrándola como siempre lo había hecho y todo parecía seguir su curso normal hasta que los hechos llegaron a los oídos de su esposa que debió de hacerle la vida imposible y unos meses después Torreseca apareció colgado de una encina.
Torreseca tenía un hijo llamado Saturio, recién salido de la Academia Militar con las estrellas de teniente de caballería al que sentó muy mal la muerte de su padre y la ruina familiar a causa del juego culpando al marqués de todas sus desgracias jurándole venganza y asegurando que le mataría en la primera ocasión que tuviera.
En 1.936, Saturio se unió al grupo de militares conspiradores contra el Gobierno de la República, en cuanto las tropas del general Sanjurjo conquistaron aquellas tierras, dejaron nombrado Gobernador Civil y Militar de toda aquella comarca a Saturio Torreseca, ya capitán de caballería.
El día 24 de octubre de 1.936, la Junta de Generales que dirigía el frente del Alzamiento Nacional se veía incapaz de aunar todas las fuerzas a su mando y decidió el nombramiento de un mando único de entre los generales que componían la Junta de Defensa Nacional para que acaudillara todas las fuerzas de todos los frentes.
Todos los generales del Alzamiento Nacional sabían perfectamente que el que más mérito tenía para desempeñar ese cargo era el General Francisco Franco y que en cuanto tomara el mando bajaría de sus pedestales reales que cada uno de los conquistadores se había creado en su zona.
Mientras que Franco se dirigía con sus tropas a liberar el Alcázar de Toledo, el general Queipo del Llano y el coronel Yagüe, rey y virrey, de toda Extremadura ordenaban la exterminación de todos los comunistas de Extremadura que habían de quedar tendidos en las cunetas de las carreteras y caminos como escarmiento y castigo a sus cargos y apoyos al Gobierno de la República.
En cuanto esta orden llegó a manos de Saturio Torreseca, puso en marcha el mecanismo de caza y captura en todo su territorio de todos los enemigos del franquismo y sus propios enemigos particulares, entre los que se encontraba el marqués de Aguaverde que fue capturado esposado y cargado en uno de los camiones de la muerte con dirección al matadero humano de cada noche.
El marqués de aguaverde fue ajusticiado vilmente, pero como no hubo testigos, al igual que en todos los demás asesinatos, y sus cuerpos no aparecieron, fueron dados por desaparecidos, al igual que un hijo que tenía el marqués, que desde aquella noche no dio señales de vida ni aparecía por ninguna parte su cadáver por mucho empeño que puso Saturio en encontrarlo.
La viuda del marqués fue tal el golpe que sufrió con la desaparición de su marido y su único hijo y las muchas zancadillas que le tendía Saturio tres años después perdía la razón y Saturio ordenó su ingreso en una de las residencias de la beneficencia del estado olvidándose de ella por entero.
Saturio preparó todos los documentos necesarios para el expediente de desaparición del marques y de su hijo, así como la incapacitación mental de la marquesa nombrándose heredero forzoso al ser el único allegado de la familia, asumiendo usubfrutuariamente todos los bienes hasta la aparición del cadáver del marqués y el de su hijo o el fallecimiento de la marquesa.
La misma suerte que el marqués de Aguaverde sufrió el rico hacendado Timoteo Peña, marido de la única mujer del pueblo que se le había metido en las entrañas a Saturio sin que hubiera fuerza humana de conseguirla hasta pasados dos años que muerta de hambre con su hija en brazos tubo que buscar cobijo en los brazos del asesino de su marido con la condición de que adoptara a su hija como suya propia y así se lo prometió el buen Saturio.
Saturio, al apoderarse de la hacienda del marqués se apoderó igualmente de su Título Nobiliario erigiéndose en el nuevo marqués de Aguaverde que terminó casándose con la madre de Azucena, como así se llamaba la niña, que a todos los efectos pasó a ser hija legítima del marqués, que le trataba como tal y era feliz con su esposa y todo parecía caminar viento en popa por el cortijo de “Los Roncales”, con sus nuevos dueños.
CAPÍTULO II
¡CCORRE! ¡CORRE!
Corría el año de 1936, en una oscura noche de los finales del mes de septiembre, mientras que franco con sus ejércitos de liberación se dirigía a liberar el Alcázar de Toledo, dos chiquillos de escasa edad buscaban entre los tupidos montes y matorrales alguno de sus familiares arrestados y obligados a montar en camiones sin destino determinado y suerte posible del paredón.
Julián corría y corría entre los matorrales hasta alcanzar el lugar donde él había oído que fusilaban a todos los que se llevaban en los camiones amaniatados, pero no encontraba aquel lugar por ninguna parte y ya empezaba a sentir el cansancio, el miedo y la desesperación, de pronto, e inesperadamente, de entre unos matorrales aparecía una figura que le ordenaba…
--¡Quieto! ¡Levanta las manos!
--¿Qué queréis, matarme a mi también? Dispararme si queréis que yo no me asusto de vosotros, soy un muchacho pero con dos pelotas. ¿Por qué no disparáis? ¡Vamos, cobardes!
--Calla, no tengas miedo –dijo el que le apuntaba con la pistola unos metros delante de él--, acércate y no hagas más ruido.
Al oír aquellas palabras del que suponía una mala persona su corazón le dio un vuelco y tuvo unos momentos de indecisión, pero el tono de aquella voz le inspiró confianza y optó por acercarse al extraño personaje.
--¡La Órdiga! ¿Qué haces por aquí a estas horas de la noche? –preguntó el de la pistola.
--¿Y tú? –dio por repuesta Julián.
--Yo estoy buscando lo que no encuentro por ninguna parte. ¿Cómo te llamas?
--Julián. ¿Cómo te llamas tú?
--Yo me llamo Pedro. Choca esos cinco, hombre, me gustan los tíos con dos pelotas como tú.
--¿Cuántos años tienes? –preguntó Julián.
--Tengo doce. ¿Cuántos tienes tú? –preguntó Pedro.
--Doce también. ¿Esa cacharra es de verdad o de juguete?
--¡Claro que es de verdad! Es de cinco pedos –contestó Pedro --. ¿La tuya de cuantos es?
--Yo no llevo cacharra –contestó Julián.
--¿Sin cacharra te atreves a tirarte esas bravuconadas? – arguyó Pedro --. ¡Anda que si te oyen!
--Pero llevo esta mocha de dos muelles –dijo Julián al tiempo que sacaba de su bolsillo una enorme navaja que se apresuró a desnudarle la hoja de doce centímetros de larga haciendo sonar dos chasquidos.
--¡Desgraciado! ¿Con ése mata burras te querías enfrentar a mí?
--No es mala, además es de mi padre –contestó Julián.
--El que sea de tu padre no quiere decir que fanfarronees de esa manera –dijo Pedro.
--Pues él siempre ha dicho que con esta navaja iba más seguro que con una pistola.
--¡Anda, anda! Eso, hace unos años, puede que sí, pero ahora, es como si un ratón se pelea con un gato –dijo burlonamente Pedro--, puede que gane el ratón, pero las de ganar siempre las lleva el gato.
--¿Qué haces por aquí? –preguntó Julián.
--¿Que qué hago? ¿No te lo imaginas? –contestó Pedro.
--La verdad, no me lo imagino. ¿No andarás buscando a tu padre, como yo? —dijo Julián.
--¿Pero tú andas buscando a tu padre a estas horas? – preguntó Pedro.
--Si. Estoy buscando a mi padre –afirmó Julián–, desde esta mañana que se lo llevaron del pueblo en un camión.
--Ya te entiendo –asintió Pedro--. ¿Quieres un triunfo?
--¿De dónde has cogido estos liados? –preguntó Julián--. No los he fumado nunca.
--Se los quité anoche a un falangista muerto, la pistola también se la quité a él –contestó Pedro--. No lo tires desgraciado, sabe Dios cuando pillaremos más.
--Perdona pero es que me repugnan los muertos y si son falangistas más todavía –dijo Julián.
--¿Qué te repugnan los muertos y andas buscando el fiambre de tu padre? –interrogó Pedro-- ¿O es que lo piensa encontrar bailando la jota? No seas niño chaval. ¿No decías antes que tenías dos pelotas?
--Yo tengo tantas pelotas como puedas tener tú y cualquiera más –cortó enfadado Julián.
--Tienes razón –asintió Pedro--. Sólo que las de los demás están forradas de negro y las nuestras de pelusa. Anda vete para tu pueblo que estas cosas no son para ti.
--De acuerdo –asintió Julián–, me marcho por mi camino.
--Espera Julián. ¿De qué pueblo eres?
-- De San Nicolás de Alcántara. ¿Y tú?
--Yo soy de Pozo Seco –contestó Pedro--. Yo estuve esta primavera en la feria de tu pueblo y me gustó mucho.
--Es muy bonito –contestó Julián.
--Si de verdad quieres encontrar a tu padre vente conmigo – propuso Pedro.
--¿A caso lo conoces tú?
--No –afirmó rotundamente Pedro--. Pero sé donde matan todas las noches a los que cogen por el día en todos estos pueblos de los alrededores. Anoche mataron a catorce y a ese que le quité la pistola por negarse a matar a uno de ellos que debería de ser de su familia. A mi padre y mi hermano lo cogieron ayer y todavía no los han traído y no deben de tardar ya mucho rato en aparecer los camiones. Vámonos por este arroyo agua arriba.
Los dos chiquillos anduvieron largo rato sorteando toda clase de precipicios entre la más absoluta oscuridad de la noche sorprendidos a menudo por el revoleteo de algunas lechuzas que escapaban despavoridas a su paso y el graznar de los mochuelos. Pedro emprendió un peligroso atajo sierra arriba entre canchales y matojos sumamente peligroso, hasta el punto de salir rodando sierra abajo al menor descuido, pero al fin, tras de muchos esfuerzos y perder buenos trozos de sus tiernas pieles, pudieron coronar la cresta a punto de la extenuación.
--Aquí es –afirmó Pedro--. Ellos vienen por ese camino y aquí los bajan a todos y los ponen en fila mirando a esta parte, los deslumbran con los faros para que no vean nada y los cosen a tiros.
--¿Qué hacen con ellos después de matarlos? –preguntó Julián.
--Le dan una patada y caen rodando por el barranco abajo, como fardos de paja hasta un charco muy hondo que hay abajo en el arroyo y allí quedan a merced de las alimañas hasta que sean devorados.
--¿No los pueden sacar de ahí de alguna manera para que no se los coman los buitres? –preguntó asustado Julián.
--Es muy difícil y como comprenderás, si los matan por que les estorban no se van a molestar en enterrarlos después, eso de que se los coman unos bichos u otros a ellos les trae sin cuidado alguno.
--Parece que se oyen tiros lejanos –dijo Julián--. ¿Tú no los oyes?
--No –afirmó Pedro--. Serán los camiones que vienen ya.
--Yo juraría que son tiros –repitió Julián.
-- ¡Mira, ya vienen! —anunció Pedro--. Esta noche me los cargo, en cuanto se bajen del camión le reparto los cinco tiros y a ver cómo les sientan a ellos. Vámonos detrás de aquellos canchales que desde allí los tengo a tiro.
--¿Y si te localizan y vienen a por nosotros? –preguntó Julián.
--¿Tú tienes miedo a morir? –preguntó Pedro.
--No. Lo que te pregunto es ¿si huimos o le hacemos frente?
--Eso depende –contestó Pedro--. Si las cosas se ponen muy feas lo mejor será salir corriendo cada uno por su sitio y no dejarse pillar.
--Pero si hay que salir corriendo puede que no nos volvamos a ver –dijo Julián.
--Es verdad –afirmó Pedro– ¿Tienes alguna peseta?
--Si. Tengo una de papel –dijo Julián.
--Dámela.
Pedro cogió la peseta de Julián e hizo dos partes lo más desiguales que pudo y le entregó una a Julián al tiempo que el camión se acercaba a ellos.
--Toma guárdala bien que esta será la forma de reconocernos si no nos volviéramos a ver.
--Ya los están bajando –anunció Julián--, tírale ahora.
--A ver si se ponen a tiro, casi no los diviso.
--¡Ahora! ¡Dale, dale a esos dos que los matan! –decía Julián.
--Es que este chisme no funciona –contestó enfadado Pedro--, aprieto el gatillo y no dispara.
En aquel momento las metralletas comenzaron a vomitar fuego a más no poder y a continuación los tiraron a patadas barranco abajo como hacían siempre.
--¿Le has quitado el seguro? –preguntó Julián.
-- ¿Qué seguro?
--Trae –ordenó Julián al tiempo que arrebataba la pistola a Pedro y tiraba de una uña dejándola en disposición de disparo--. Toma, dale ahora.
--Pedro apretó el gatillo y comenzó a disparar al camión que ya había emprendido la fuga.
--Se escaparon –dijo Julián.
--¡Maldita sea! Ya se salieron otra noche con las suyas – exclamó Pedro--. Seguro que ni le he tocado a ninguno.
--Vamos a ver si no los han tirado por el barranco y hay alguno vivo y déjate ya de lamentaciones –dijo Julián.
--¿Has podido conocer a alguno? –preguntó Pedro.
--A ninguno –afirmó Julián--. De noche, todos los gatos son pardos.
--Aquí ha sido –afirmó Pedro--. Los muy canallas los han tirado para abajo como siempre.
--Desde aquí no se ve nada.
--Ten cuidado, no te arrimes más que te vas para abajo tú también –advirtió Pedro.
--¿Cómo podemos bajar? –preguntó Julián
--Ahora es imposible, cuesta abajo nos despeñaremos – afirmó Pedro--. Hay que esperar a que sea de día, tenemos que rodear unos cuatro Kilómetros y bajar otros tantos la garganta abajo hasta frente de aquí otra vez, es muy peligroso de día cuanto ni más de noche.
--¿Y si hay alguno con vida? –preguntó Julián.
--Imposible –afirmó Pedro--. Habrá unos cuarenta metros desde aquí hasta donde caen y luego siguen rodando otros veinte hasta zambullirse en el agua, de modo que no puede salir nadie vivo de allí.
--¿Y si alguno de esos era de los nuestros? No podemos estarnos quietos –dijo Julián muy apenado.
--De que le ha tocado a alguno de los nuestros puedes estar seguro –afirmó Pedro--, pero es inútil, no llegaríamos hasta allí.
--¡Maldita sea! –exclamó Julián–. Vamos hasta las piedras para hacer un poco de lumbre que me estoy quedando tieso de frío.
Los dos chiquillos, que como podemos apreciar tenían más valor que muchos de los hombres mayores, se prepararon una candela para calentarse y poder dormir un poco y poder emprender de nuevo su empresa con los primeros rayos del nuevo día, pero les era sumamente imposible cerrar los ojos, posiblemente a causa de su mucho miedo.
--¿Por qué se llevaron a tu padre y a tu hermano? –preguntó Julián.
--Es muy largo de explicar.
--Si no quieres contármelo no me lo cuentes, es igual.
--Pues verás –dijo Pedro– mi hermano se hizo novio de la hija del Aguanieves, en cuanto se enteró su padre, que se las da de rico, empezaron los follones. Un día le salió al encuentro a mi hermano el Aguanieves con dos de sus matones y le dieron una soberana paliza y mi padre que tiene dos pelotas bien puestas, pilló al Aguanieves y le dio cera de lo lindo y en cuanto entraron los falangistas en el pueblo fueron a por mi padre y mi hermano y los más seguro es que ya estén ahí abajo.
--Algo así pasó con mi padre –dijo Julián--. Al Chimenea, uno de los falangistas más importantes de mi pueblo, se le ha antojado un cortijo muy grande que tenemos y como mi padre no se lo quiere vender le dijo un día que o le vendía el cortijo o nos mataba a todos, mi padre le pegó un tiro en una pierna y lleva cojo desde entonces. Cuanto aparecieron los falangistas se los llevaron a los dos.
--¡Leches! ¡Un avión viene hacia nosotros muy bajo! – exclamó Pedro.
--¡Qué raro! Un avión por aquí a estas horas de la noche, me huele mal –dijo Pedro--. Vámonos de aquí rápido.
Los dos chicos impulsados por el miedo a algún ataque aéreo se alejaron del lugar y al percatarse de que los primeros rayos del día comenzaban a apuntar decidieron emprender el camino de bajada hasta la hondonada.
--¿Qué pretenderán con matar a tantas gentes como están matando? –preguntaba Julián camino de la bajada.
--No llores, hombre –dijo Pedro– Ya se cansarán de matar, lo malo es que, de ahora en adelante, las vamos a pasar peor que el que se tragó las extrébedes ¡Ya lo verás!
--Si no lloro, es la rabia que tengo –dijo Julián--. Claro que vamos a pasar hambre se están llevado a todos los hombres a la guerra y al que no se lo llevan lo matan a ver quien va a sembrar el trigo y todo lo demás para comer.
-- ¡Jo! ¡Qué hambre me está entrando! –dijo Pedro.
--¿Cuánto hace que no comes? –preguntó Julián.
-- Dos días llevo sin probar nada –contestó Pedro.
--Más o menos como yo. Hasta sueño con un mendrugo de pan negro –dijo Julián al tiempo que se le escapaba un largo bostezo.
--Afortunado de ti si puedes soñar que yo, ni dormir puedo.
--¡Oye, Pedro! ¿Tú crees que los comunistas son tan malos y tan despreciables como dicen los fascistas a todas horas?
--Todas las cosas son según con el cristal que las mires – contestó Pedro– para mi, los únicos bichos raros son ellos y, lo mires como lo mires, están fuera de la Ley.
--Por eso matan a las gentes de noche para que no les vea nadie ni haya testigos –dijo Julián.
La claridad del nuevo día avanzaba y los dos chicos se acercaban al macabro lugar donde pensaban encontrar a sus familias pero al mismo tiempo les asustaba su encuentro.
--¿Tú crees que podrás aguantar lo que vas a ver ahí abajo? –preguntó Pedro--. Mira que va a ser muy duro.
--A ver si eres tú el que no lo vas a aguantar –contestó Julián-- ¿No podemos descansar aquí un poco? Estoy molido.
Ciertamente los dos estaban molidos y con demasiadas razones y en cuanto se sentaron se quedaron dormidos sin siquiera darse cuenta. No llevarían ni media hora los dos chicos sumergidos en lo más profundo de sus sueños cuando Pedro se despertó asustado por el ruido de un avión que a pesar de su potencia no pudo despertar a Julián que seguía durmiendo.
La claridad del día ya le permitía a Pedro ver a su compañero de fatigas y le observaba lo plácidamente que dormía recostado sobre una piedra, delgado y alto como el cuya presencia parecía agradarle.
--¡La Hostiga! A este no le despiertan ni los aviones –decía Pedro en voz baja--, está en otro mundo soñando con los angelitos. Parece muy refinado, debe de estar estudiando y no estará muy sacado al tiro, este no aguanta lo que le espera cuando despierte. De todas formas tengo que despertarle, no le voy a dejar aquí solo.
Pedro cortó un trozo de retama y comenzó a pasárselo a su compañero por la cara una y otra vez hasta que, tras de varios manotazos, despertó asustado preguntando:
--¿Qué pasa?
--Nada, que tenemos que seguir nuestro camino –dijo Pedro.
--¿A dónde? –preguntó extrañado Julián, pero él mismo se dio su repuesta--. ¡Si, si, vámonos!
--Lo mejor será que cada uno nos vayamos para nuestro pueblo o hasta sabe Dios dónde –dijo Pedro--. Aquí ya no hacemos nada.
--Yo no voy a ninguna parte sin llegar hasta esa gente que tiraron anoche por el barranco –dijo Julián muy serio y seguro de lo que decía.
--Mira que vamos a ver algo muy horrible y puede que te marque para toda la vida –advirtió Pedro--. Lo que yo vi ayer ahí es inaguantable y me da miedo repetirlo.
--No insistas más –sentenció Julián--. Pase lo que pase yo llego hasta allí. Si no quieres venir no vengas, sigue el camino que quieras.
--Pues nada, vámonos arroyo abajo y que Dios nos reparta suerte –dijo Pedro dispuesto a seguir a su compañero.
Los dos chiquillos siguieron el peligroso cauce de aquel riachuelo saltando de piedra en piedra y vadeando algunos trozos de agua entre fuertes cascadas que parecían querérselos tragar y a punto estuvo Pedro de ser tragado al dar un resbalón, pero pudo agarrarse a una rama y se salvó de caer la cascada abajo.
Tras largo y penoso caminar guiados por un fuerte olor a putrefacción, cada vez más repelente, llegaron al lugar del escenario dejando a los dos chicos petrificados ante el sacrilegio humano que tenían ante sus ojos. Varios cuerpos humanos reposaban dentro de un remanso de agua de poco más de un metro de profundidad y otro aparecían esparcidos por la ladera entre los matorrales y colgados de los árboles silvestres del lugar.
--Aquí los tenemos –dijo Pedro--. Sepulcro humano de carroñas abandonadas, chatarrería de huesos rotos y descarnados por los buitres y banquete de toda clase de alimañas. Mira como graznan desde allí arriba esperando a que nos vayamos de aquí para poderse dar su festín diario.
--¡Padre! –exclamó Julián mirando a un cadáver que a unos dos metros de altura pendía entre los salientes de unas peñas balanceándose en el vacío sujeto por los hombros con sus propias ropas--. ¿Qué te han hecho? ¡Dios mío! –se repetía llorando sin cesar.
--¿Has encontrado a los tuyos? –preguntó Julián.
-- Estos son –contestó llorando Pedro.
--¿Este sin cabeza es tu hermano? –preguntó Julián sollozando.
--Si, la cabeza ha ido rodando hasta el charco –contestó Pedro entre sollozos
-- Aquel es mi padre.
--¡Que horror! –exclamó asustado Julián--. ¡Vámonos de aquí!
--Hay que enterrarlos --exigió Pedro–. No los podemos dejar así.
--¿Dónde y con qué podemos enterrarlos?
--Algo encontraremos –dijo Pedro enfurecido
-- Los arrimaremos a la pared del barranco y picamos con palos en ella hasta que caigan cascotes suficientes para que queden enterrados.
Como mejor pudieron llevaron entre los dos los tres cadáveres junto a la pared del barranco y fueron hasta el remanso de agua para buscar la cabeza del hermano de Pedro y al mismo tiempo que llegaban a la orilla emergía del fondo del agua un cadáver que les hizo dar un grito de horror.
--¡Qué susto! –exclamó Julián.
--¡Hóstioles! –exclamó también Pedro--. Yo creo que me he meado del susto.
--Hay que sacarlo de ahí –dijo Julián.
Entraron los dos al agua y Julián toco algo con los pies en el fondo, se agachó y sacó en la mano una cabeza cogida de los pelos y se la entregó a su compañero preguntándole:
--¿Es la de tu hermano?
-- Si, es la de mi hermano, sí –contestó Pedro al tiempo que tomaba la cabeza de su hermano y se iba a depositarla junto a los demás restos.
Julián siguió hasta el cadáver flotante y sin poderlo remediar soltó un grito de terror.
--¿Qué te pasa? –preguntaba pedro que llegaba jadeante.
--Nada.
--¡Tranquilo, tranquilo! No te derrumbes ahora –decía Pedro.
Algo sobre humano fue el esfuerzo que tuvieron que hacer los dos chavales para subir la cuesta cargados con los pesados cadáveres hasta el pie del barranco, pero lo consiguieron a punto de su extenuación y tras de descansar unos breves momentos se armaron de valor y arroparon los cuerpos con rramas de arbustos y todo lo que pudieron, se armaron de palos puntiagudos y comenzaron a picar con ellos en la pared.
--¡Mira! --exclamó Julián--. ¡Un avión echando humo viene hacía nosotros!
--Se va a estrellar en la hondonada –vaticinó Pedro mirando muy atentamente.
--Ha dejado de echar humo y sigue volando bajo la hondonada adelante –dijo Julián.
--Esto me huele mal –dijo Pedro--. Seguro que ese avión viene huyendo de otros aviones y ha echado ese humo pera que piensen que se ha estrellado por aquí y enseguida aparecerán los aviones que le persiguen. Vámonos de aquí corriendo.
--Tenías razón –dijo Julián mientras corrían en busca de algún refugio seguro--. Aquí tenemos a otros dos aviones dando vueltas por encima de nuestras cabezas buscándolo.
--Como nos hayan visto correr nos van a confundir con los pilotos de ese avión y nos van a bombardear a gusto –dijo Pedro.
Los chicos se escondieron lo mejor que pudieron y los aviones desaparecieron del firmamento. Se disponían a salir de su escondite para seguir de nuevo su tarea de enterradores cuando aparecieron dos aviones soltando bombas por todas partes, una de ellas se estrelló en la pared unos metros por encima de donde los chico tenían amontonados los cuerpos de sus familiares y el terraplén comenzó a derribarse sepultando buena parte de todos los cadáveres por allí esparcidos.
--Ahora si que han quedado bien enterrados –decía Pedro mientras corrían garganta abajo--, ya nadie podrá saber jamás lo que aquí ha pasado.
--Al menos nos han ahorrado trabajo –contestó Julián
--¡fíjate como ha quedado el pino que estaba al lado! –dijo Pedro-. Ha quedado boca abajo colgado por una sola raíz de entre las piedras justo encima de ellos.
--¡Lo que nos faltaba! –volvió a decir Pedro mientras corrían--. Nos ataca la artillería. Hay que separarse. ¡Corre! ¡Corre!
Los dos chicos corrían y corrían garganta abajo todo lo que les permitían sus piernas y los desniveles del terreno se lo permitían entre aquel infierno de bombas que hacían temblar la tierra a cada segundo que más bien parecía querérselos tragar vivos.
Pedro en su carrera terminó por perder de vista a Julián y a los pocos segundos un fogonazo le sorprendía y sintió como la tierra se alejaba de sus pies y su cuerpo se desplazaba por los aires hasta hacerle perder el conocimiento y entrar en una especie de sopor sin poder sentir nada a su alrededor.
Julián vio como un obús pillaba a Pedro y lo hacía volar por los aires, corrió hacía él para socorrerle pero poco podía hacer por él ya que Pedro no daba señales de vida por más que intentó reanimarlo.
--¡Pedro, Pedro! –llamaba una y otra vez sollozando Julián-- ¿Qué te ha pasado? ¡Contéstame! ¿No me oyes? ¡Dios mío, lo han matado! ¿Por quién nos habrán tomado esos canallas? ¿Quiénes serán los que nos atacan? Aquí entran bombas de todas partes, parece que se hayan puesto de acuerdo toda la artillería de uno y otro bando para matarnos a nosotros dos.
Como mejor pudo arrastró a Pedro entre unos canchales y tras de derramar muchas lágrimas emprendió de nuevo su carrera para abandonar aquel lugar cuanto antes sin temerle a los obuses que de nuevo caían a su paso.
--¡Pobre Pero! --se decía Julián mientras corría y corría entre aquel infierno sin saber siquiera ni donde estaba ni a donde iba--. Después de lo que ha pasado hoy viendo a su padre y a su hermano, completamente destrozados, y el final que ha tenido. ¿Por qué habré tenido yo que conocerle? ¡Pobrecillo!
Se lamentaba Julián de la suerte que había corrido su fiel compañero y no se daba cuenta de la que podía esperarle a él corriendo a pecho descubierto por un campo abatido por la pesada artillería de los dos bandos enfrentados en guerra civil.
--¡Qué horror! –seguía diciéndose Julián en su carrera--. Esto se pone peor cada momento que pasa, entre el humo y el polvo no se ve nada, de aquí no salgo yo para contarlo. ¡Dios mío, ayúdame! ¡Quiero salir de aquí! ¡No quiero morir!
No quería morir Julián, pero sus súplicas y lamentos de muy poco o de nada le iban a servir en aquellas pésimas circunstancias en que se encontraba envuelto en aquellos precisos momentos. Los ejércitos de uno y otro bando se encontraban atrincherados a una y otra orilla del riachuelo y los dos se preparaban para dar el asalto al enemigo por el único sitio posible de vadear las aguas a pie.
Un avión de las tropas de Franco indicó con una humareda el lugar exacto que tenía que batir su artillería. Ese avión fue avistado por las tropas republicanas y mandaron dos bombarderos a machacar la orilla opuesta, que al ver correr a los chicos y los cadáveres por el suelo los tomaron por el enemigo y a consecuencia de esos acontecimiento los dos ejércitos ordenaron al mismo tiempo el cruce del río con el consabido asalto a bayoneta calada contra el enemigo.
Un potente obús estallo al lado de Julián levantándolo por los aires haciéndole caer en el hoyo de un anterior obús donde quedó inerte. Poco después se entablaba una feroz batalla cuerpo a cuerpo donde los ejércitos franquistas ganaban terreno y hacían retroceder a los republicanos varios kilómetros tras de recibir un duro castigo.
Horas más tarde, camilleros de la Cruz Roja recogían a los heridos en camiones y ambulancias prestándoles los primeros auxilios en el hospital de campaña desde donde salía distribuidos a los distintos Hospitales y los muertos fueron amontonados en una de las trincheras cogidas al enemigo y tapados con tierra donde estarán descansando para toda la eternidad sin volver a ser recordados ni molestados por nadie.
Pedro fue recogido por la cruz roja muy mal herido luchando entre la vida y la muerte mientras que el cadáver de Julián no había entrado en aquella trinchera al no haber sido avistado por ningún camillero, posiblemente fuera sepultado por la tierra levantada por otro algún obús donde el aire se encargaría de descubrirlo más adelante dejándolo a merced de las alimañas que se encargarían de devorarlo.
Por muy extraño que parezca ahora dentro de este largo periodo de paz, que no sabemos apreciar su valor verdadero, en aquellos tiempos de guerra la vida no valía nada y podías perderla en un solo segundo, al dar la vuelta a una esquina, al salir tras un peñasco o arbusto o donde menos te lo esperabas, los muertos te daban lo mismo, terminabas acostumbrándote a ellos de tal manera que llegabas a echarlos de menos cuando tardabas en ver alguno, y si no hubiera sido por el terror a esa mortíferas epidemias, como la peste y otras similares, muchísimos hubieran quedado sin enterrar.
Perro mundo este que nos tocó vivir. Cuántos y cuántos sacrificios pagamos todos sin ser debidamente reconocidos ni agradecidos por estas nuevas generaciones que disfrutan a manos llenas de esta montaña de paz y regalos que nos invade gracias a aquellos seres que con su ignorancias y sus miserias juntas entregaron sus vidas y sus carroñas a las alimañas carroñeras y a las fieras humanas semejantes.
Sorprendentemente Julián tampoco sucumbió en aquel desastre gracias a que al día siguiente uno de esos milagros de la Naturaleza que obligó a un joven oficial a realizar sus diarias necesidades eligiendo para ello uno de los hoyos de los obuses desde donde oyó unos débiles lamentos humanos que se dispuso a buscar dando con el destrozado y medio enterrado cuerpo de Julián.
--¡Madre mía, cómo está este muchacho! –exclamó el oficial asustado-- ¡Lo han destrozado! ¡Cómo no lo habrán visto los camilleros! Vamos a ver que puedo hacer por ti muchacho. Me parece que muy poco, quédate arropadito con mi capote que voy en busca de ayuda para salvarte, no te muevas.
CAPÍTULO III
¡TIRNCA ESO Y SALTA!
--¿Me ha llamado usted, señor director? -preguntó General.
--Sí. ¿Cómo te encuentras?
--Yo creo que bien –contestó General– Ya no me duele la cabeza, lo único es que estoy echo un mar de dudas.
--Cuéntame qué es lo que te preocupa –pidió el doctor.
--Me gustaría que usted me dijera lo que pinto yo aquí entre todas estas gentes que no saben ni lo que dicen ni lo que hacen.
--Muy interesante. Estás curándote y recuperándote de tu enfermedad.
--¿Cómo me llamo yo? –preguntó General-- ¿Por qué todos me llaman General?
--Te llaman General por que saben que estuviste en el frente y caíste mal herido en un combate de artillería y te tienen por un héroe.
--A mi cabeza llegan recuerdos de aviones, bombas, muertos y enseguida desaparecen –dijo muy preocupado General.
--Eso es normal –contestó el médico–, has tenido el cerebro bloqueado todo este tiempo y ahora estás entrando en la realidad de la vida. Dime cual es el recuerdo que mas viene a tu mente.
--Pedro y Julián –contestó General sin dudar un solo segundo.
--Bueno. Resumiendo –dijo el doctor–. Te trajeron aquí hace más de un año muy mal herido y has estado muy mal, el último examen que te hemos hecho nos demuestra que estás perfectamente bien y tu cabeza parece que ya está entrando en buen camino. No sabemos tu nombre ni dónde naciste pero te prometo que lo averiguaremos antes de que salgas de aquí, procura a coordinar todos los recuerdos lo mejor que puedas pero no te martirices.
--De acuerdo doctor, en realidad aquí me encuentro bien – dijo General.
--Pues eso es lo más importante, todo lo demás déjalo de nuestra cuenta –dijo el doctor.
En los últimos días del mes de mayo de 1.939, General fue llamado al despecho del director, cosa que estaba esperando General, ya que le habían llegado algunos chivatazos de que le iban a dar el alta definitiva y le preocupaba su porvenir de allí en adelante.
--¿Me ha llamado, señor director? –preguntó General.
--Pues sí –afirmó el doctor--. El asunto es para comunicarte que hemos tenido una reunión de especialistas y por unanimidad hemos llegado a la conclusión de que estás totalmente restablecido y tenemos que darte el alta médica. Por lo tanto tienes que abandonar el centro, ya llevas aquí más de dos años y otros enfermos necesitan tu cama.
--Pero doctor me echa usted de aquí y ni se cómo me llamo ni de dónde vengo –contestó General sumamente preocupado.
--Yo te prometí que averiguaríamos todo lo que pudiéramos sobre ti y así lo hemos hecho y aquí tienes tu documentación.
--¡Pedro! –exclamó General extrañado--. ¿Yo me llamo Pedro?
--Sí. Pusimos tu caso en manos de la policía y ha rastreado todos los pueblos de los alrededores de donde te recogieron y con los recuerdos que tu nos has facilitado localizaron a una familia de un pueblo de Badajoz desaparecida que tenía dos hijos y uno de ellos encaja perfectamente contigo, de los demás no se ha vuelto a saber nada. Por lo tanto, de ahora en adelante, tienes que buscarte la vida tú solo lo mejor que puedas, a la salida te entregarán ropa nueva y un poco de dinero, también te entregarán la ropa que traías, si no la quieres la tiras a cualquier basurero. Te deseo mucha suerte en tu nueva vida que te será dura.
--¿Cómo podré dar con mi familia? –preguntó Pedro.
--De momento, lo mejor es que te olvides –aconsejó el doctor--, dentro de unos años, cuando ya esté todo más tranquilo puedes buscar a tus familiares pero, de momento olvídate.
Unos días después de la consulta con el director del centro Pedro recogió sus pertenencias y salió del centro revisó los harapos que le entregaron y tan solo encontró la mitad de un billete de una peseta que se guardó y lo demás lo tiró. Caminó y caminó por la ciudad hasta dar con la estación, de pronto sonó el pito del tren y un tropel de gente se apresuró a subir al tren y lo cogieron en medio y a empujones lo introdujeron en el tren al tiempo que iniciaba la marcha, hizo por bajarse pero ya le era imposible.
Pedro, de momento se enrabietó, pero lo mismo le daba todo y terminó conformándose, tuvo que esconderse un par de veces en el lavabo para esquivar al revisor. Cuanto más paradas hacía el tren menos viajeros quedaban, se acomodó en uno de los asientos y comenzó a pensar y darle vueltas a su futuro hasta que el sueño le rindió.
Cuando pedro se despertó el tren se había parado y todos los viajeros se agolpaban para bajar y comprendió que aquel era el final del recorrido, de pronto se le acercó un chaval de su edad empujándole y gritando.
--¡Corre Cachucha! ¡Trinca eso y salta! –le decía un chaval de su edad- ¡Salta por la ventana que viene el tísico con la vara! ¡Corre!
--Pedro se quedó sorprendido, pero como el chaval insistía supuso que nada bueno pasaba y optó por hacerle caso y pillar el paquete que le señalaba y saltar por la ventana del vagón observando como se le acercaba un vigilante del tren con una vara en la mano en plan amenazante y optó por correr tras de aquel chico en la más absoluta oscuridad de la noche.
Aquel año de 1.939, tras de la terminación de la guerra civil, toda España atravesaba momentos muy difíciles, sobre todo en las capitales, no había nada para comer y la mayoría de los madrileños se quitaban el hambre a gorrazos, como solían decir a menudo por los madriles. Los pobres con la mano tendida abarrotaban las calles y numerosos chiquillos andaban abandonados en cuadrillas por todas partes viviendo debajo de los puentes y cunetas y comiendo de lo que podían robar.
Cada una de estas bandas juveniles tenía marcado sus puentes y cunetas de residencia y sus territorios de actuación que cada una defendía a punta de navaja a la mínima intromisión en su campo. Todas estas bandas tenían un jefe y entre los jefes llegaban a acuerdos muy a menudo y solían respetar la palabra dada, entre ellos existía una especie de código de alto cumplimiento por todos o las consecuencias eran terribles.
La banda del Morcilla tenía su residencia en el puente de los Tres Ojos, cercano al Puente de Vallecas, uno de los tres ojos estaba ocupado exclusivamente por esta banda y los demás se lo repartían entre pedigüeños,
Mujeres de la vida y borrachos.
Entre tanto, Franco lanzaba una formula de amortización de la deuda de guerra por valor de dos mil millones de pesetas en obligaciones del Tesoro Público con un interés del 3% anual que fue cubierta rápidamente por los grandes terratenientes y capitalistas del régimen que ponen en funcionamiento la Bolsa y empieza a caminar con paso firme.
Franco se traslada al palacio del Pardo para fijar en él su residencia definitiva, desde donde jura aplastar toda resistencia al régimen sin contemplaciones de ninguna clase.
Con esta mezcla tan explosiva de hambre, protección entre adictos al régimen y dinero sobrante en las grandes fortunas, nace el maldito “estraperlo”, que franco ordena reprimir hasta el punto de fusilar a más de un desgraciado, menos protegido, pero termina por contaminarlo todo y a todos con el dinero fácil de su trapicheos.
A todo ello, para fortuna de los más ricos y desgracia de los más pobres, se sumó la mala cosecha de toda clase de cereales provocando la llamada “hambruna”, por todas partes al tener que depender por completo del maldito “estraperlo”, para saciarla.
El Morcilla tenía a su mando a otros cuatro chicos escapados de los orfanatos y sin familias ni parientes de ninguna clase, se apodaban Cachucha, Peluca, Cachofa y Sardinilla, siendo una de las bandas mas afortunadas ya que en su territorio tenía la estación de Las Delicias, que a diario le aportaba algunos comestibles.
El trabajo o más bien el “pillaje”, diario de la banda del Morcilla consistía en rodear las vías del tren a la entrada de la estación de Las Delicias y en cuanto el tren aminoraba lo suficiente la marcha se subían y se mezclaban con los viajeros y en ese momento de confusión de la bajada con los bultos pillaban lo que podían y salían corriendo o se tiraban por las ventanas y salían corriendo por sitios diferentes hasta un lugar determinado en que todos se reunían para comerse el botín al calor de una candela.
Llevaban un tiempo que las cosas no se le daban nada bien y pasaban bastante hambre, no sabían si es que alguna banda les había delatado o que pasaría para que tuvieran los trenes cada vez más vigilados y casi todas las noches les hacían salir corriendo sin pillar nada.
La noche en que llegaba Pedro en el tren a Madrid, los morcilleros fueron localizados por uno de los vigilantes que ellos llamaban el Tísico, alto y muy delgado al que le iba al dedo el apodo, el Morcilla se puso nervioso y confundió a Pedro con uno de los de su banda y ese fue el motivo por el que le gritó a Pedro ¡Trinca eso y salta!
Pedro corría y corría tras de su extraño amigo dando traspiés a cada momento ya que parecía que todos los obstáculos de aquellos campos se ponían a sus pies hasta que tras de un rato de carrera se pararon jadeantes alrededor de una lumbre donde les esperaban otros cuatro chicos.
--¡Joder Morcilla, casi te pilla el Tísico! –dijo el Cachucha riendo.
--¡Coño! –exclamó el Morcilla--. Si creía que eras tú el que corría con migo.
--¿Quién es este? –preguntó el Peluca.
--No lo sé --contestó el Morcilla estaba en el tren y lo confundí con el Cachucha ¡Lo juro!
--Será alguno del Pelopincho –dijo el Cachofa.
--Yo creo que este es de la banda del Renco –dijo el Sardinilla al tiempo que cogía por la pechera a Pedro y lo zarandeaba como un pelele-- ¿Qué buscas tú aquí? ¡Cacho cabrón!
--Cómo es que te manda aquí el Renco –gritó el Morcilla sacudiéndole un tortazo que dejó a Pedro sentado en el suelo.
--Te has pasado Morcilla –dijo Cachofa–, antes de zurrarle tenías que haberle escuchado, eso no está bien.
--Cachofa, no olvides nunca que aquí el jefe soy yo y cuando quieras algo me lo dices y nos damos de ostias –dijo el Morcilla al tiempo que sacaba una navaja.
--Sabes de sobra que a mí no me asustan tus chulerías – contestó el Cachofa al tiempo que sacaba otra enorme navaja adoptando posición de pelea–, cuando quieras aquí me tienes.
--¡Quietos! –gritó el Sardinilla--. Aquí no se pelea nadie. Guardar las mochas y se acabó.
--Levanta chaval –ordenó el Cachucha--, cuéntanos a qué has venido aquí a meter la gamba.
--No lo sé, yo venía dormido en el tren y cuando me desperté este me dijo que cogiera este paquete y que saltara por la ventana, salté y he venido corriendo detrás de él–, contestó Pedro asustado.
--Este es un pardillo que acaba de llegar –aseguró el Cachofa.
--¿Has guindado ese paquete o es tuyo? –preguntó el Sardinilla.
--No. Estaba a mis pies y me dijo este que lo cogiera – contestó Pedro señalando al Morcilla.
--Trae que le veamos las tripas –dijo el Cachofa cogiendo el paquete que sujetaba por una cuerda Pedro.
--¡Joder! –exclamó el Morcilla que muy atento observaba como el Cachofa desenvolvía el paquete.
--Chorizos, tocino, aguardiente y pan –exclamó Cachucha.
--Nos vamos a poner morados —dijo el Sardinilla.
--Venga, reparte que se enfrían –dijo el Peluca.
El Morcilla repartió entre todos los chorizos, morcillas, tocino, pan, aguardiente, unas cebollas y dos pesetas en calderillas que era todo el botín de aquella noche, que no era de las peores, otras muchas no sacaban nada.
En unos segundos salieron a relucir cinco hojas de navajas que asustaron a Pedro tranquilizándose enseguida al ver que cada hoja se introdujo en un trozo de longaniza y se retostaba en las llamas de la lumbre que les quitaba el frío.
Pedro imitó a sus compañeros y con un trozo de palo pinchó un pedazo de chorizo y tras chamuscarlo en la lumbre se lo comió acompañado de un par de tragos de aguardiente.
--¡Qué bueno estaba! –dijo el Sardinilla--, el tiempo que hacía que no pillaba un chorizo como este.
--Que lo digas –agregó el Peluca.
--Pues, si no es por aquí el Pardillo ni le quitamos el rocío a los dientes esta noche –dijo el Cachofa– y encima le habéis zurrado la badana.
--Perdona Pardillo –se excusó el Morcilla– te confundí con uno de otra banda y aquí no se puede uno dejar pisar.
--No importa –contestó el Pardillo– Tampoco es para tanto, todos sois buenos chavales.
--¡Oye Pardillo! ¿A qué bienes tú a Madrid? –preguntó el Cachucha.
--¿Esto es Madrid? –preguntó extrañado el Pardillo.
¡Qué va a ser! –contestó el Morcilla.
--¿Vas de paso para otro sitio? –preguntó el Sardinilla.
--No. Yo no voy a ningún sitio –contestó Pardillo– Me echaron a la calle, pasé por la estación y me quede mirando al tren un momento y un pelotón de gente me cogió en volandas y me subió al tren con ellos y no pude bajarme.
--¿Tus padres te echaron a la calle? –preguntó el Cachofa.
--Yo no tengo padres ni familia –contestó El Pardillo.
--¿Te molesta que te llamamos Pardillo? –preguntó el Morcilla.
--No me molesta nada –contestó El Pardillo–. Llamarme como queráis.
--Entonces, de dónde te echaron –preguntó el Sardinilla--. ¿De la cárcel?
--Cárcel, reformatorio, manicomio o yo que sé lo que era aquello –contestó el Pardillo– Lo único que sé es que allí estaban todos piraos y no se podía escapar nadie.
--¿Por qué te trincaron? –preguntó el Cachofa-- ¿Trincaste fuerte?
--¿Estuviste mucho tiempo en ese trullo? –preguntó el Sardinilla.
--Yo no robé nada –contestó incómodo el Pardillo–. El día que me echaron me dijeron que me habían recogido herido en un combate de la artillería hace tres años y que ya no podía estar allí más tiempo.
--¡Joder! –exclamaron todos los chicos a un tiempo.
--¿Dónde vas a ir mañana? –preguntó el Morcilla.
--No lo se –contestó el Pardillo--. A ninguna parte.
--Puede quedarse con nosotros –opinó el Cachucha.
--Sí, que se quede --opinaron la mayoría de los chicos.
--Bueno, que se quede con nosotros --dijo el Morcilla, que significaba que era admitido en la banda.
--¡Joder! –exclamó el Sardinilla--. Esta noche lo hemos pasado de ¡Putamadre!
--Si, que sí –contestó el Peluca–. Lo único que nos falta es tabaco.
--Si hace un Vallecas, por aquí llevo media burra –ofreció el Cachucha.
--Echa, qué más da –dijo el Morcilla.
Cada uno de los chicos cortó un trozo de un periódico que había por allí tirado y el Cachucha sacó del bolsillo medio cagajón ya seco de la burra de un gitano que acampaba por allí cerca y migó la porción de un cigarro que repartió a cada uno que se apresuraron a liar y encender.
--¿Tú no quieres Pardillo?–preguntó el Cachucha al ver que este no tendía la mano.
--No. Yo no fumo, además no sé liarlo --contesto el Pardillo.
--Toma este –ofreció el Cachucha al tiempo que tendía el suyo ya liado--, fíjate como se hace.
Alos pocos momentos empezaron a salir bocanadas de humo, a cual más grande, y fuertes golpes de tos de las gargantas de aquellas desgraciadas criaturas que por toda fortuna tenían el cielo y la tierra y el tesoro de su juventud que todo lo puede y todo lo arrolla.
La noche avanzaba y los primeros rayos del nuevo día empezaban a apuntar por Oriente y los chicos sentían ya el peso de las pestañas de sus ojos y decidieron marcharse a dormir o “a sobarla”, como ellos solían decir y emprendieron el camino campo a través hasta su guarida donde estarían durmiendo sin ser molestados por nadie hasta ya bien entrada la mañana en que sus necesidades y el hambre en sus estómagos les obligaba a levantarse.
Pedro fue invitado por toda la banda a disfrutar de las lindas comodidades de su palacio residencial bajo uno de los ojos del llamado Puente de los tres Ojos, cercano ya del barrio madrileño llamado Puente de Vallecas.
--Pues yo no me acuesto esta noche sin mi ración de títeres –dijo el Peluca.
--Peluca, que te estás pasando –dijo el Morcilla-. Tú eres muy niño para esas cosas, cualquier día te veo en el pelotón y te juro que sales pitando de la banda.
--Yo solo me conformo con mirar –replicó el Pelucas.
--¿Qué es eso? –preguntó el Pardillo apuntando a un grupo de hombres, de todas las edades que murmuraban en plena oscuridad de la noche-. Parece que regañan entre ellos.
--No regañan, no –contestó el Morcilla-. Esos son desgraciados como perros salidos que se discuten quien “quila” primero con la Perra o la Gata.
--¿Es que en Madrid, los hombres “quilan” con las perras y las gatas? –dijo el Pardillo muy preocupado.
--No seas tonto Pardillo –dijo el Cachofa-. Esos son los motes que nosotros les hemos puesto a dos prostitutas que andan por aquí todas las noches y rara es la noche que no hay algún navajazo.
--A la una la hemos puesto la Gata –dijo el Cachucha-, porque para hacerlo se gatea al chopo y el tío la espera abajo con el sable desenvainado y ella se va bajando poco a poco.
--¡Joder! –exclamó el Pardillo.
--A la otra la llamamos la Perra –dijo el Sardinilla-. Esa se agacha, mete la cabeza entre las rodillas y el tío se la endiña por detrás hasta la bola.
--Pero ya sabes –advirtió el Morcilla-. El que se acerca ahí se lleva una paliza y sale de la banda.
Tras de un rato de observación de aquel repúgnate espectáculo sexual siguieron su camino largo rato por veredas estrechas dando traspiés a cada momento hasta llegar a sus aposentos, tendieron un montón de paja y se tumbaron encima lo más juntos que pudieron para darse calor y poco rato después todos gozaban del paraíso de los sueños más dulces y con los deseos de grandeza más altanera que podamos imaginarnos, para estos golfillos madrileños su única ambición era comer para poder dormir todos los días a pierna suelta entre aquel montón de paja robada a los burros de los gitanos.
CONTINUARÁ
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